Fue en una tarde de tormenta, ese fragmento de la historia esta tan marcado en mí como la tinta en el papel.
El viejo buque de carga en el que iba no podría navegar debido a las embravecidas y traicioneras aguas; algunos de los viajeros se quedaron en las posadas más cercanas en espera de que pasara el temporal, sin embargo, yo había aprovechado para internarme en el pueblo para visitar a mi viejo amigo. Aquel hombre había estado casi toda su vida en aquella isla casi desierta, sin la intención de atravesar el gran océano e ir a otros territorios donde la tierra fuera más prosperas y obtuviera un mejor salario; a causa de una tragedia que hace años padeció.
Aún repaso en mi mente la primera vez que lo vi. Era realmente joven para entonces, y se encontraba flotando cerca del arrecife sobre una tabla de madera rota en las esquinas, con las ropas desechas y con un aspecto moribundo. El barco en el que iba había encallado, o eso fue lo que dijo luego de semanas sin mediar palabra. No era como si no pudiese creerle, pero cada vez que su mirada se perdía en el horizonte, aferrándose fuertemente a un collar de raro aspecto que siempre permanecía con él, me hacía pensar que lo sucedido fue mucho más extraordinario y aterrador de lo que contaba.
Él no se volvió a acercar al mar; encargándose de hacer trabajos de construcción y vendiendo vasijas creadas por el mismo, siempre creí que se debía al trauma que había vivido, por el cual había desarrollado una aversión a las aguas saladas pero ese día tal vez me contó algo más que un mero cuento inventado.
En la cabaña que el mismo había construido en la parte más alta de la isla y alejada de la costa, lo encontré mirando por la ventana, con una mano sujetando el collar y en la otra su pipa. El humo salía en hondas en un extraño gris blanquecido del que te juraba, creí haber visto cambiar de color.
Verde, dorado, rojo, blanco otra vez, cada vez que hablábamos antes de ese día, atribuía esa visión al sueño que siempre padecía debido a mi trabajo.
Cuando me miró, sonrío con los dientes torcidos, como siempre había hecho cada que me veía, pero en aquel entonces sus ojos se encontraron con los míos en un tic nervioso, que lo hacía ver aún enloquecido. Su pierna se movía de arriba abajo, de arriba abajo y su cuerpo entero pegaba u brinco hacia arriba, como si tuviera hipo.
—Eh, amigo mío. Hace mucho que no te pasabas por aquí —dijo con la voz grave, dejando escapar otra bocanada de humo. Amarillo verdoso, me fijé.
—Bueno, digamos que he estado afanado con muchas transportaciones. Cada día hay más, y más pedidos. El nuevo mundo está ante nosotros, y es más grande de lo que puedes imaginar —le dije sentándome a un lado de él y mirando la lluvia caer en toda su intensidad—. Los barcos son buenos, los caminos de tierra están llenos de bandidos, y son terrenos que cambian con el tiempo. El mar siempre es impredecible, pero no se irá a ninguna parte ni cambiara su forma. No existen peligros que no sean los obvios, ni monstruos marinos que nos ataquen en el camino, como el kraken —comenté lo último en tono de broma.
Sin embargo, mis palabras hicieron que una chispa se paseara por sus ojos. Su pierna aun se movía, un poco más lento que antes, el brinco en su cuerpo se había detenido, aun sujetaba su pipa, dejando escapar el humo, esparciéndose hasta el techo y deshaciéndose en el aire.
Blanco, verde, dorado, blanco.
—Ah, el kraken ¿eh? No es una criatura tan aterradora como la que yo vi aquella vez.
—¿Aquella vez? —interrogué con el ceño fruncido. Yo no entendía a qué se refería.
—Sí, sí —Exhaló el humo de la pipa, señalando el mar—. El kraken puede oírse aterrador, pero si esa cosa te ve, no podrías salir con vida... mira que yo casi morí, si no fuera por el tesoro —rió en voz alta, una risa oxidada y tosca. Extendió el collar hacia mi cara—. Míralo bien, puede que sea la última vez.
Vociferó aquellas palabra, para proceder a reír con aun más fuerza, era un sonido embriagador, como si no fuera premeditado y sólo se dejaba escapar como un desahogo. Igual que un llanto.
Se veía desquiciado, sentí cierta inquietud debido a su actuar, pero él nunca había actuado de manera más extraña a lo normal y jamás le había hecho daño a nadie. Aunque no es cómo sí se hubiese acercado a muchas personas en su vida, desde siempre, se apartó del resto de los seres humanos, cómo si les tuviese miedo. Siempre acercándose a mi padre y a mí persona, como interpretes de sus palabras susurradas.
Decidí calmarme y lo miré armando conjugaciones en mi cabeza y que en mi curiosidad de navegante, una pregunta se formuló en mis labios, una que jamás pude evitar suprimir de mi mente.
—¿A caso te refieres al barco en el que ibas cuando eras pequeño, el qué encalló? ¿Del cuál sobreviviste? —Esas eran mis dudas, pero algo de lo que mencionó en ese momento se me hizo imposible de olvidar—. ¿Qué tiene que ver el collar?
Cuando dije aquellas palabras se levanto de un sobresalto de la silla, dejando la pisa tirada en el suelo, su rostro se acercó al mío en gravedad con una mirada desorbitada y su aliento, como de pescado podrido, me pegó de llano e hizo que arrugara la nariz y una mueca de asco se formase en mi rostro.
—Estás en lo cieeerto amigo mío, pero ese no era un simple barco y esto —Señaló el collar, acariciándolo con sus dedos—. Esto, estoooo, míiiraalo bien, no es un simple collar.