El Diablo también llora

Capítulo 35

— Karina, no había pensado en eso, sabes algo; la cara de ese imbécil me recuerda a alguien que trabajó para mí hace muchos años.

— ¿Creés que se relaciona con esa persona?

— Lo dudo, ese hombre está muerto.

— Ten cuidado por qué según veo al Diablo solo le interesa destruirte.

— No ha nacido el hombre que se atreva a desafiarme y no termine muerto.

— Quizás en verdad está trastornado por esa chica y quiere tomar venganza por todo lo que le has hecho.

— Voy a atrapar a Zafiro y esta vez no tendré clemencia con esa zorra, la voy asesinar lentamente, disfrutaré de su agonía cada instante.

— Te voy a dar una información que te puede ser de mucha ayuda si la sabes usar. Toma este número de teléfono, era de un empleado de Santana, ahora trabaja para el Diablo pero se que si tienes las palabras correctas te puede ser de gran ayuda.

— Querida no esperaba menos de ti. Vamos a mi habitación; espero que traigas tu ropa interior roja, sabes que me encanta.

— En realidad no traigo ropa interior. Pero traigo en mi bolsa algo mucho mejor, algo que te va a enloquecer.

Ambos subieron a la habitación, un lugar excéntrico, con muchos cuadros en la pared de mujeres desnudas, objetos extraños de invaluable costo, una cama enorme con una sábanas rojas y un techo lleno de espejos.

Karina empezó a desnudarse ante la mirada inquietante de Rogelio, el cuerpo de la mujer parecía tallado por un escultor. Sus senos grandes y redondos, una cintura delgada y las caderas pronunciadas. Ella sacó de su bolsa un vibrador que generó curiosidad en Rogelio López y unas pastillas que se llevó a la boca sin pronunciar palabra se acostó en la cama con sus piernas abiertas, masajeando su parte íntima con el vibrador mientras gemía sin control. Rogelio observa el espectáculo con un trago de whisky en la mano, que soltó para coger el vibrador y ver la escena de más cerca. Karina, que se había drogado para no tener conciencia de lo que iba hacer, estaba sumergida en un éxtasis de emoción y placer sin control, su cuerpo empapado por gotas de sudor que se deslizaban por su piel mientras tenía un orgasmo. Rogelio López que se encontraba ansioso se quitó la ropa dejando al descubierto un cuerpo robusto y un miembro excitado bajo un abdomen pronunciado.

Nuevamente tomó el vibrador y siguió produciendo placer a la mujer mientras la penetraba de ambas formas con su miembro y el vibrador en embestidas fuertes y contundentes hasta venirse sin control.

Exhaustos quedaron tumbados en la cama, esperando recuperar el aliento y con la respiración agitada. Luego de unos minutos Karina tomó la palabra.

— Dime algo ¿esa zorra te hacía sentir así?

— Estás loca, Zafiro es más fría que el hielo.

— Entonces ¿Por qué estás obsesionado con ella?

— Lo que me une a Zafiro es el odio y la venganza. Ni siquiera me gusta como mujer, es una chica fría e insípida sin ningún atractivo.

— Bueno ahora me tienes a mí. Olvídate de esa estúpida y hazme tu reina. Juntos podemos crear algo más grande de lo que ya tienes, seremos indestructibles.

— Jamás. Olvídate de esas tonterías, tú eres mía cada vez que se me antoje pero no voy a olvidarme de recuperar a la zorra.

Rogelio López se vistió rápidamente y abandonó la habitación enseguida, mientras Karina se levantó directamente al baño a vomitar por el asco que le producía lo ocurrido, que no era más que el efecto de la droga que había consumido. Se duchó como siempre queriendo arrancar los recuerdos de su piel mientras una lágrima se escapaba de sus ojos recordando su niñez cuando un hombre abusó de ella en la caballeriza de la finca de su padre y juró que algún día se vengaría. Una imagen que la atormentaba cada vez que tenía relaciones sexuales por dinero pero que incrementaba en ella ese deseo de poder y la ambición. La única persona que la había hecho sentir mujer bien era el Diablo pero él no la determinaba y por eso lo odiaba hasta el punto de querer verlo muerto antes que feliz con Zafiro.

Rogelio López fué a su oficina nuevamente, tomó su pistola y abandonó la casa para dirigirse al bar el suspiro dónde sus hombres tenían amarrado al dueño en la pequeña bodega del lugar donde guardaban el licor y escondían las drogas que allí se expenden en las noches. Cuando Rogelio llegó sus empleados lo condujeron a la bodega, el hombre al verlo suplicaba clemencia con su mirada.

— ¿Dónde está la chica y la subastadora?— preguntó Rogelio López con un tono de voz fuerte.

Los empleados le informaron que no había rastro alguno de ellas.

— Suelten la cinta de la boca de este traidor, quiero hablar con mi amigo.

Los empleados obedecieron la orden de inmediato.

— ¿Quiero saber dónde están las mujeres?— preguntó Rogelio López.

No tengo la menor idea señor— respondió el dueño del bar.

Se puede saber ¿Cómo demonios dejas subastar en tu bar a una chica y no tienes la menor idea quienes son?

— Me ofrecieron mucho dinero y yo acepté pero le juro señor que no tenía la menor idea de que se trataba.

Rogelio sacó su pistola y apuntó justo a la cabeza del dueño del bar.

— Dime la verdad, todo lo que sabes o eres hombre muerto en este mismo instante.

El hombre lo miraba temeroso, con angustia, suplicante, implorando que no lo asesinara.

— Señor le juro que no tengo la menor idea… no conozco el paradero de las mujeres… me tendieron una trampa… le suplico tenga piedad de mí.

— Piedad… ja ja ja ja. No existe esa palabra en mi vocabulario. Eres un imbécil traidor, por tu culpa perdí el mejor de mis hombres, estoy a punto de ser descubierto por la policía y te atreves a pedir piedad.

Él apuntó con su pistola justo a la cabeza del dueño del bar y disparó sin dudarlo, disfrutando la escena.

Luego dió órdenes a sus empleados para que arreglaran el lugar e hicieran creer a la policía que se trataba de un asalto. Lo que menos necesitaba en este momento era tener más problemas.




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