El Diablo se encontraba en su casa armando su estrategia en la de Martín Reinosa, cada detalle estaba programado estratégicamente para no fallar. No solo se estaba jugando la vida de él y la de sus amigos, sino lo más importante para él en ese momento, la mujer que tanto amaba y de la cuál había decidido alejarse por un tiempo para protegerla ante la muerte de Gitana.
El Diablo estaba en medio de un caos de documentos que demostraban los negocios turbios de su enemigo, pruebas que iba a entregar al General Gutiérrez en su momento oportuno.
Una vez cayeran los testaferros y todos los aliados de Martín Reinosa, sería mucho más fácil atacar al estar vulnerable pero esa tarea no era tan fácil, si bien la ayuda del General Gutiérrez era muy oportuna faltaba más que suerte para destruir a un enemigo de semejante tamaño y con la cantidad de dinero e influencias que ese hombre poseía. La policía estaba comprada, los jueces terminaban fallando a su favor se podía decir que era un hombre intocable.
Alguien tocó la puerta de la oficina del Diablo solicitando ser atendido y este abrió enseguida.
— Señor lamento molestarlo pero la señora Zafiro está en el teléfono e insiste hablar con usted— dijo Gato un poco preocupado.
— Te dí orden de no pasarme su llamada, atiende y di que estoy ocupado — respondió el Diablo.
— Señor me es imposible… usted la conoce más que yo… ya sabe que usted está conmigo.
— Pásame el teléfono.
— Sí señor.
— Zafiro te dije que no puedo hablarte.
— Sé que no quieres hablarme, que me has traído a la playa para deshacerme de mí. No crees que era más fácil decir ya no te quiero, bueno si alguna vez lo hiciste.
— Mi amor cálmate, si estás en ese lugar es para protegerte. Tu sabes que te amo mucho y por eso debes estar al margen de todo.
— Cristian ¿En verdad me amas?
— Zafiro más que a mí propia vida pero dame tiempo. En un par de días estaré contigo, te pido que mientras no me llames es por tu seguridad mi amor.
— Está bien te estaré esperando, cuídate mucho mi amor.
Diablo colgó el teléfono con una expresión de dolor en su mirada, quizás porque acaba de mentir a la mujer que más amaba en la vida. En su mente no había espacio más que para la venganza, no tenía claro cuando iba a durar todo esto y menos si saldría con vida.
Después de organizar los documentos que necesitaba, salió de la biblioteca de la casa en busca de Gato y Walter para ir a reunirse con el General. El lugar era un pequeño bar discreto y poco concurrido, en las afueras de la ciudad.
Los primeros en llegar fueron el Diablo y su gente, luego apareció el General sin levantar sospecha en los presentes camino hacia una mesa indicada por una de las chicas de servicio que lo condujo donde se encontraban los otros hombres.
— General ¡tomé asiento por favor!
— ¡Gracias Diablo! Veo que estás en compañía de tus amigos.
— Sí. Usted ya los conoce, Gato mi mano derecha y Walter que hace poco se unió a nosotros pero también goza de mi confianza.
— Te pido que seas breve, no me siento seguro en este lugar.
— No sé preocupe General, mis hombres están encubiertos cuidando de nosotros. El más mínimo movimiento sospechoso y van actuar.
Una mesera muy joven y bella se acercó para atenderlos colocando una botella de whisky, hielo y unas copas sobre la mesa; despertando las miradas lujuriosas de los hombres. Una vez que la chica se retiró, Diablo entregó al general un carpeta con documentos y algunos chips que contenían las nuevas rutas que Rogelio López usaba para transportar droga y el nombre de muchos de sus aliados, incluyendo jueces, abogados, altos mandos militares, policías y políticos influyentes. El General echó un vistazo a los documentos y quedó sorprendido al ver el nombre de algunos colegas y amigos en aquellos papeles pero las fotografías y las pruebas eran tan reales que no daba espacio a la menor duda.
— Ahora entiendo porque te llaman el Diablo, te das mañas para conseguir lo que quieres. ¿Qué deseas a cambio de esta información y qué quieres que haga con ella?
— Primero quiero una nueva identidad para los tres, segundo deseo que desmantele la organización de Rogelio López, tercero que me dé el gusto de matar con mis propias manos ese mal nacido.
— ¡Diablo! No soy un genio para cumplir todos tus deseos. Puedo ayudarte pero no sé hasta dónde. Recuerda que yo también tengo otras personas que me mandan y debo obedecerles.
— El trato es ese ¿Usted decide si lo toma o lo deja General?
El General se tomó un trago doble de Whisky que el Diablo le entregó y luego de pasar su mano por la cabeza y secar su frente con un pañuelo, miró los hombres fijamente con algo de desaprobación en sus ojos antes de dirigirse a ellos.
Editado: 28.10.2022