El General Gutiérrez se encontraba reclinado en la cómoda silla de su escritorio mientras disfrutaba del sabor de una taza de café, una de las adicciones más fuertes que tenía. Sabía que tenía que hacer algo con la chica porque se estaba convirtiendo en un verdadero problema que se acrecentaría con el pasar del tiempo, pero debía tener cuidado y ser cauteloso para no levantar sospechas que de una u otra forma pudiese despertar la ira del Diablo. Tomó el teléfono y marcó el número del psiquiatra de la clínica en busca de una solución.
— ¡Buenas tardes!
— General Gutiérrez, un gusto saludarlo, pero cuénteme ¿En qué puedo ayudar?
— Doctor, tengo problemas con la chica, el imbécil del Diablo se ingenió para verla y ahora ella sabe que está vivo. Traté de persuadir y hacerle creer que fue una alucinación de su mente perturbada. Ahora necesito su ayuda.
— El asunto es delicado por lo que noto en su tono de voz.
— Es muy delicado y por eso necesito a Zafiro nuevamente en la clínica, no es seguro que ella deambule por las calles.
— Sé puede cambiar el medicamento para que tenga una fuerte crisis y necesite ser internada sin levantar sospechas de nadie.
— Me parece perfecto. Recuerde que nadie debe saber de esto.
— General, usted paga muy bien por mi servicio y yo tengo mala memoria.
El General aún no estaba satisfecho y sentía que debía tomar medidas más drásticas con respecto al asunto así que mandó a llamar una agente de inteligencia, una de sus mejores pupilas y por la que sentía un aprecio especial desde que descubrió su talento en la escuela, ella aparte de ser una chica hermosa e inteligente, contaba con una astucia y un análisis increíble ante las situaciones. Era un prototipo de agente perfecto por qué no tenía ningún reparo en cualquier misión que le fuera asignada, sabía separar las emociones, el corazón y el trabajo de una manera adecuada. Al poco rato entró la agente a la oficina del General, un chica de unos veinticinco años de edad, con la tez blanca, ojos azules y cabello rubio. Quién no la conociera fácilmente podría confundirla con una modelo de revista, tenía un aire de angel aún que estaba muy lejos de ser lo, su especialidad eran las armas y las artes marciales que manejaba a la perfección.
El aprecio del general Gutiérrez por la chica era evidente y transcendía un poco más allá de lo laboral, su ascenso en la institución había generado un poco de molestia y en los pasillos se rumoraba del afecto especial del General hacia la agente pero nadie se atrevía a decirlo en voz alta, por lo tanto se había convertido en un chisme que rondaba a puerta cerradas en las oficinas.
— ¡Buenas noches, Señor General! — saludó la agente al entrar.
—¡Mendoza cierra la puerta por favor! Y toma asiento — respondió el general secamente con el seño fruncido.
— ¿Está molesto Señor?
— He tenido un día muy pesado.
— No le gustaría relajarse un poco mientras me cuenta en qué puedo ayudar.
El General relajó un poco el rostro, mientras la agente le sirvió un trago de Whisky que le acercó a su mano, mientras con la otra le acariciaba el rostro deslizandola hasta llegar al borde de su cuello para aflojarle un poco el traje. El sonrió levemente mientras ella continuaba provocándole con su mirada y la cercanía hacia él que se hacía cada vez más corta, el General tomó la agente por la cintura, sentía un deseo que lo estaba consumiendo. Una sensación que con los años tendía haber perdido pero la agente Mendoza sabía muy bien como despertar la en él.
— Señor General, en qué puedo servirle, le susurró al oído.
— Te necesito para una misión muy especial dijo el General mientras le acariciaba suavemente los senos a la gente por encima de la blusa.
— Usted sabe muy bien que sus deseos son órdenes para mí.
— Quiero tomarte aquí mismo en mi oficina, mientras escuchas la misión que te voy a encargar.
Ella sonrió coqueta y deslizó su mano tomando el miembro del General, haciendo un suave masaje que lo dejó enloquecido. En cuestión de minutos la despojó de sus ropas, detallando el maravilloso cuerpo desnudo de Mendoza y se quitó su ropa para acomodarse en el sofá mientras ella se apoderó de la situación encima de él succionando con sus labios la erección que crecía cada vez más grande.
La mañana siguiente Zafiro sintió la necesidad de ir a clínica, su psiquiatra sería la única persona que podía ayudar aclarar su mente como lo había hecho durante los dos últimos años, tomó el medicamento pero antes de llevarlo a su boca pensó que quería estar lúcida y sentía que de alguna manera su mente se nublaba un poco al ingerirlo. Volvió a colocarlo en su pastillero y después de organizarse un poco salió del apartamento que el General Gutiérrez le había dado desde su salida de la clínica. Tomó un taxi y después de darle la dirección sacó de su bolsa un libro que había recibido en su puerta sin remitente, el libro era de una pasta sólida y resistente, su portada tenía una imagen de un ángel alado pero al abrirlo para su sorpresa las hojas estaban totalmente en blanco. Pensó conveniente decirle al Gerente pero después desechó la idea porque quizás se trataba de una señal que ella misma debía descubrir por su propia cuenta.
Editado: 28.10.2022