Llegué taciturna a la casa. Sentada en la enorme silla colgante y acolchonada del balcón de mi habitación, veía sin mirar el extenso jardín trasero. Estaba confundida, completamente sobrecargada de emociones contradictorias; había deseado tanto verlo, hablarle y ahora que por fin lo había logrado, no pude hacer nada; mis nervios me paralizaron.
No sabía si me había ganado el miedo o la razón. Una vez más, absorbida por la fría y cruda realidad de mi soledad, quise verlo nuevamente, quise estar de regreso en ese momento maravilloso en que él me pedía que me quedara, que me esperara un poco y fantaseaba con decirle que sí, con confesarle que me moría por estar cerca de él, y que estaría a su lado por el resto de mi vida.
Un golpe en la puerta me sacó bruscamente de mi ensoñación.
Era Jon. Se sentó frente a mí, dándome un beso y preguntando sobre el contenido de mis pensamientos; con una sonrisa distante, le mentí por primera vez en 17 años. No sabía cómo discutir con él ese tipo de cosas. Yo no tenía ni la más mínima idea de cómo decirle a mi hermano mayor que estaba deslumbrada por un hombre del cual solo conocía su nombre.
Para Jonathan, yo, Dam, su hermanita menor, era solo una niña, pensé que jamás, ni en un millón de años, lo entendería.
—Estás pálida —anotó preocupado.
Él sabía de mi quebranto de salud en los últimos días, me abrazó tiernamente indagando sobre el proceso de mi estado anímico y físico; brevemente le conté del desmayo y ante su evidente alarma lo tranquilicé anunciándole que al día siguiente iría donde el doctor Ferrero, el médico de la familia, para hacerme revisar. Después de algunas estrictas órdenes y recomendaciones médicas que impartió firme, guardó silencio.
—Dime, ¿Qué es? —pregunté interesada, sabía que había algo que quería decirme.
—¿Qué opinas del matrimonio de Víctor? —indagó preocupado.
Realmente no había tenido tiempo para reflexionar en ese tema, mi mente estaba completamente colapsada con Daniel, que poco quedaba para cualquier otra preocupación. Sin embargo, aunque al principio todo aquello del matrimonio de papá me había tomado por sorpresa, digiriéndolo con calma podía ser hasta una buena noticia.
Desde que Víctor enviudó, siempre quise que se enamorara y que compartiera su vida con una mujer que fuese digna de ser su compañera, que fuese capaz de hacerlo feliz, pero la mirada de desacuerdo e ironía de Jon, daban a entender lo contrario. Insistí recordándole que nosotros no podíamos brindarle la compañía que él necesitaba, es más, tarde o temprano quedaría solo y eso era algo que yo no deseaba para él.
Jon se levantó y me dio un beso en la frente.
—Todo suena hermoso, Dam, lastimosamente la protagonista en esa novela no realiza muy bien su papel —se dirigió a la puerta—. ¡Cuídate! Quiero que mañana bien temprano vayas donde Ferrero.
—Espera, Jon, ¿la conoces? —asintió seco—. ¿Quién es? —pregunté preocupada, pero no contestó, solo hizo un extraño gesto de amargura y salió.
Quedé intranquila. El comportamiento de Jonathan era de por sí insólito. ¿Qué sabía él, que le producía tanta hostilidad y desprecio hacia aquella mujer que dentro de pocos días sería un miembro fundamental de nuestra familia?
En fin, me levanté, me estiré un poco y bajé a la sala, la cual estaba como siempre sola y silenciosa. Daniel había vuelto a mis pensamientos. Trataba de entender qué me sucedía, pero por más que trataba no lo podía entender.
Sonó el teléfono y contesté más por instinto que por interés. Era Jessica. Preguntaba por Jonathan; aún se me hacía extraño; siempre le había parecido un tipo grosero, arrogante, antipático.
Nunca intentó siquiera acercársele, ni siquiera cuando Karla y yo hacíamos esfuerzos sobrehumanos para que ellos cambiaran la opinión que se tenían mutuamente. Nunca entendí el porqué de tanta antipatía. Pero, por obra del destino, por fin eran amigos y eso, aunque con un poco de desconcierto, me llenaba de alegría.
A Jessica le profesaba un inmenso cariño y la apreciaba infinitamente; me inspiraba una gran ternura y un afecto fraternal incalculable. Ella no era muy alta, tenía los ojos azules, mediana cabellera de color castaño claro, un poco ondulado. Tenía en aquel entonces 21 años de edad y una personalidad tranquila y agradable. Era un poco reservada, sumamente tímida y algo distraída.
Ese día, después de un breve saludo y uno que otro intercambio de frases, colgó. Su interés principal era Jonathan y él ya se había ido. Aproveché entonces para preguntarle por Karla, quien desde hacía ya algunas semanas estaba desaparecida.
Pero entre frases cortas y un poco cortantes me hizo saber que no tenía noticias de ella, cuestión que me sorprendió e inquietó siendo ellas tan buenas amigas, sin embargo, el asunto no trascendió en esos momentos y quedó ahí.
Jessica, Karla, Catiana y yo crecimos juntas; siempre una al lado de la otra. Pero las cosas habían empezado a cambiar, y... ¡Dios!, ¡Vaya si cambiaron!