Antes
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Días después de que papá nos anunciara su matrimonio, volvió a salir de viaje, esta vez a París.
Víctor vivía inmerso en constantes viajes; desde que tengo memoria, esa era su rutina. Tras la muerte de mamá, se sumergió por completo en los negocios, encontrando en ellos una manera de sobrellevar aquella pérdida tan terrible para él.
Los días posteriores a la muerte de mamá fueron atroces tanto para Víctor como para Jonathan. Aunque en ese entonces yo era muy pequeña para comprender plenamente su ausencia, a medida que fui creciendo, el peso de ese dolor comenzó a recaer sobre mí, de manera constante e implacable.
Para Víctor, aquellos viajes se convirtieron en una especie de medicina. Al principio, eran esporádicos y ocasionales, ya que no quería dejarnos solos a Jonathan y a mí por mucho tiempo. Sin embargo, en los últimos meses, sus viajes se habían vuelto más frecuentes.
Antes, después de cada viaje, solía pasar un tiempo en casa, atendiendo sus negocios desde su oficina o, en el mejor de los casos, desde el estudio de la casa. Pero últimamente, no permanecía en la ciudad más de un par de semanas, y si tenía suerte, lo veía solo dos o tres veces en ese período.
Este último viaje en particular lo recuerdo no solo por lo breve que fue su estancia en casa, sino por el motivo detrás de él. Aunque nunca me lo dijo directamente, supe que la razón principal era que, por fin, después de varios intentos fallidos, había localizado a un antiguo socio con quien había tenido una colaboración años atrás. Necesitaba con urgencia la firma de esa persona para cerrar una documentación que le impedía concluir un negocio en el cual había invertido gran parte de su capital.
Lo poco que logré averiguar en ese momento fue que esta persona estaba en París, y que desde allí se resolvería todo el asunto. Tres semanas después de ese viaje, Víctor regresó. Le oí comentar brevemente con uno de sus empleados que no había logrado encontrarse con el socio en cuestión, pero que al menos todo estaba listo y que la firma se realizaría en la ciudad, ya que era la residencia actual de aquel escurridizo hombre.
Una vez concluyó sus asuntos comerciales, me informó que esa noche cumpliría su promesa. Sin entender a qué promesa se refería, le expresé lo feliz que estaba por su regreso. Como siempre, afectuoso y cariñoso, respondió a mi entusiasmo con un fuerte y entrañable abrazo.
—Esta noche conocerás a Beatriz —me dijo. Esa era la promesa que, según él, estaba a punto de cumplir.
Su futura esposa, me aseguró, estaba ansiosa por conocerme. Le creí sinceramente y pensé que aquella "maravillosa dama" merecería mis afectos. Así que, emocionada, aguardé con ilusión el momento de conocer a la mujer que pronto ocuparía el sagrado lugar que había dejado mi madre.
Aquella tarde, poco después de que Víctor se fuera, llegó Jonathan a la casa; desde mi habitación lo escuché cuando entró en la suya.
—Jon —lo llamé entrando en su alcoba
—¡Dam! —exclamó sobresaltado. Guardaba algo en un cajón de su mesita de noche—. ¿Por qué entras sin avisar? Qué tal si hubiese estado desnudo —regañó bromeando y se acercó dándome un beso en la frente.
—Discúlpame. Solo quiero hablar contigo —dije y él se sentó en el borde de la cama—. Papá ya llegó y...
—Así que, supuestamente, ya llegó —exclamó displicente
—¡Sí! —respondí casi enojada—. Y quiero que cuando venga a cenar esta noche los dos estemos presente.
—¿Para qué? —preguntó con desdén—. Alguna otra sorpresita.
—Va a presentarme a su prometida y quiero que...
—No estaré —enfatizó contundente
—Jonathan, ¿Qué sucede? —pregunté intranquila, molesta—. Dime de una vez, ¿qué es lo que pasa?
—Nada —contestó aburrido—. No pasa nada —se levantó de la cama—. Me voy —se despidió dándome un beso en la mejilla—. Solo vine a traer algunas cosas que necesito que Letty me organice.
—Por favor, Jon, ven esta noche
—No —y salió cerrando la puerta tras de sí.