El diario de Damiana

Abril 25. Una visita inesperada

 

Como lo he escrito en páginas anteriores, Víctor y Jonathan, más que padre e hijo, fueron grandes amigos.

Algo que yo desconocía había acabado con aquella relación que ambos llevaban y de la cual muchas veces me sentí orgullosa y feliz y que en esos momentos me llenaba de profunda aflicción y desconsuelo.

Desde el nacimiento de Jonathan, mi padre se sintió orgulloso de él. Jon fue un niño, un adolescente y un hombre guapo, fuerte, muy inteligente, honesto; poseedor de una ternura que lo hacía sumamente encantador; comprometido con cada asunto, proyecto o tarea que adquiría. En el colegio siempre fue el número uno y en la universidad nos enorgulleció graduándose con honores y grandes reconocimientos, aunque ya para ese entonces la relación con Víctor se había deteriorado. Papá le enseñó desde pequeño a valerse por sí mismo, pero Jon sabía que siempre contaba con su apoyo.

Desde hacía tres años, aquella relación había sufrido un gran cambio y estaba al borde de una ruptura definitiva. Jon lo desafiaba, se enfrentaba a él; y ahora que lo pienso, hasta creo que el respeto y la admiración que Jon le profesaba habían desaparecido. De aquel hijo amoroso, solo quedó un hombre rencoroso, frío, apático y hostil con su padre. Lo peor era que yo desconocía las causas que llevaron a que todo aquello sucediera. 

Traté muchas veces de enterarme. Le preguntaba a Víctor, interrogaba a Jon, pero me evadían y en el peor de los casos se enojaban y alegaban que yo era muy pequeña para meterme en los problemas y asuntos de los adultos y aunque lo intenté incansablemente nunca logré entre ellos, aunque fuese un nuevo milímetro de acercamiento. Por eso aquella noche que Víctor llevaba a su prometida a casa sólo estaba yo para recibirla.

Trataba de imaginarme como mi padre la había conocido y realmente no eran muchos los eventos que se me ocurrían. De pronto fue en uno de sus viajes, o tal vez en una de las empresas con las que tiene negocios; a lo mejor era una gran dama, elegante, distinguida, una empresaria exitosa, tal vez era viuda; quizá tenía hijos ya mayores que no vivían con ella, pero que la amaban porque tenía grandes y hermosos sentimientos al igual que Víctor. Sí, esa opción me gustaba. Así debía ser. Tal cual. De lo contrario, no entendería la atracción desmedida de Víctor. Desde la muerte de mamá, hacían ya 17 años, nunca le conocí amiga, novia, amante, compañera, ni nada por el estilo. 

Por eso la tan mencionada y misteriosa Beatriz Valcárcel, debía ser, como mínimo, una gran y excelente persona, una mujer maravillosa, que con su calidez humana había logrado derretir el gélido corazón de mi padre.

Organizaba los últimos detalles de la cena, quería que todo estuviese perfecto, pues deseaba desesperadamente agradarle, darle una muy buena impresión a la "señora Valcárcel" y eso me tenía visiblemente nerviosa y sutilmente emocionada. Pero cuán grande fue mi sorpresa y desconcierto, cuando vi entrar en la sala, del brazo de Víctor, a una mujer alta, de aproximadamente 25 años, físicamente atractiva, rubia, delgada, extremadamente maquillada y perfumada. Lucía un vestido largo, ceñido al cuerpo, con un gran escote en su exuberante pecho y una pronunciada abertura que subía por su muslo derecho. "No puede ser ella", rogué nerviosa, con un estremecimiento recorriendo mi piel.

Buenas noches saludé inquieta

Cariño, ella es mi pequeña Elizabeth presentó emocionado. Mi corazón latía desaforado presintiendo que mis probabilidades se estaban estrellando contra el suelo.

Está más grandecita de lo que recordaba fue el sarcástico y talentoso comentario de la invitada.

¿Y usted es...? pregunté intranquila, con una pequeña, aunque agonizante luz de esperanza ante tan apabullante evidencia.

Ella es Beatriz contestó efusivo—. Mi prometida

Sentí correr por mis venas y por toda mi piel un intenso escalofrío y un gran malestar me invadió. Las piernas me temblaban y todo comenzó a nublarse y a dar vueltas a mi alrededor. Sentía que iba a caer. Víctor corrió y me sujetó.

Estoy bien manifesté tratando desesperadamente de reponerme—. Fue solo un pequeño malestar, pero ya está pasando la miré fijamente a los ojos. En la mirada de Beatriz había irritación, podría decirse que fastidio, tal vez hasta aburrimiento, pero nunca, en ningún momento, divisé en ella, un mínimo de interés o preocupación. El malestar físico pasó lentamente pero el impacto emocional de tan descomunal sorpresa seguía punzando inclemente cada uno de mis órganos—. ¿Cuántos años tiene, Beatriz? le pregunté sin preámbulos.

Muchos contestó suspicaz.

No tantos como los de mi padre, ¿verdad? apunté mordaz

¿De qué se trata, Elizabeth? intervino Víctor, un poco molesto.

Déjala, querido consintió desafiante—. La pequeña Elizabeth, tiene sus inquietudes, ¿Verdad, pequeña?

¿Jonathan la conoce, cierto? le pregunté a Víctor.

¿A qué viene la pregunta? replicó serio.

Papá, ¿esto es en serio? protesté molesta. Beatriz sonrió divertida.

Por supuesto que si contestó tajante—. Elizabeth, ya basta.

Respiré profundamente, guardando silencio. Llevé mis manos a mi rostro tratando de tranquilizarme.

Lo siento –exclamé por fin—. Realmente, lamento haber sido tan grosera y descortés — acepté conciliadora. Debía hacerlo, mi padre estaba de por medio y no se lo merecía, por lo menos eso pensé en esos momentos.



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En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 13.04.2024

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