El diario de Damiana

Mayo 18. Quédate conmigo

 

Entraba la noche cuando desperté.                                               

Me había quedado dormida en el sofá mientras Daniel preparaba café. Me levanté y lo encontré en la cocina disponiendo la mesa para la cena. Le di un fuerte abrazo y un pequeño beso en los labios.

¿Qué hora es? -pregunté preocupada, rato después de terminar la cena.

Las 9:36… -me miró inquieto- ¿Sigues preocupada?

No puedo evitarlo. La sola idea de llegar a casa me pone nerviosa.

Quédate conmigo, entonces -bajé el rostro sonrojada- Espera -sonrió divertido- Lo que quiero decir es que te quedes aquí en el apartamento y pases la noche, puedes dormir en mi cama, yo duermo en el sofá. Mañana cuando estés más tranquila puedes regresar a tu casa. ¿Qué dices?

—Damiana, es hora de tu medicina -es Susana

—¿Qué hora es?

—Las 3 de la tarde

—¿Por qué me vas a inyectar a esta hora?

—Son órdenes del doctor Parker.

—Aun así, no me has dicho, por qué, además, ¿qué medicamento es ese?

—Todas esas preguntas debes hacérselas al doctor, no a mí, yo solo cumplo órdenes.

Es muy extraño todo esto. Algo pasa y tengo que averiguarlo.

En todos los años que llevo en este lugar, Harry nunca me había cambiado la medicación sin antes ponérmelo en conocimiento. Siempre peleo, alego, reniego, me resisto, me enfado, pero al final termino cediendo al tratamiento.

Entonces… ¿Por qué esta vez Harry no me avisó?

¿Qué decides, Damiana?, ¿te quedas? -lo miré largo tiempo pensativa.

Está bien, pero yo duermo en el sofá.

Por supuesto que no. Yo duermo en el sofá.

Bueno, hagamos lo siguiente -propuse divertida- Compartamos la cama.

¿Estás segura?

Sí, solo vamos a compartirla, ¿verdad? -asintió complaciente- Bueno, entonces, trato hecho -nos dimos la mano.

Estuvimos un rato más ahí sentados, hasta que llegó el momento de ir a dormir. Una vez en la alcoba, Daniel sacó dos pijamas de su closet y me entregó una de ellas.

¿Quieres que me coloque tu pijama?

Sí, o es que acaso prefieres dormir desnuda.

No, por supuesto que no -contesté avergonzada.

Entonces, toma, no discutas, ve al baño y colócatela.

Entré al baño y a los pocos minutos salí. La alcoba estaba alumbrada solo por la luz de una pequeña lámpara. Daniel ya tenía puesto su pijama y me miró divertido.

No te burles.

No me burlo, es solo que te queda un poquito grande.

Me queda enorme.

Se te ve muy bien -halagó acercándoseme.

No es cierto.

Por supuesto que si -me abrazó y me besó- Te ves hermosa -besó nuevamente mis labios rodeando con sus brazos mi cintura.

Fue solo un beso. Pero ambos lo sentimos diferente.

Ese contacto de nuestros labios me aceleró la sangre, erizó los vellos de mi piel y produjo fuertes contracciones en mi pecho. No sé si era el ambiente, la poca luz, no sé, simplemente no sé; lo único que sé es que aquel contacto me puso muy nerviosa y me dejó completamente perturbada. El beso terminó y nuestras miradas se encontraron. No quería separarme, no deseaba hacerlo.

Es hora de irnos a dormir -indiqué separándome de él.

Si -contestó un poco aturdido- Ve a la cama, yo voy un momento al baño.

Me acosté y me tapé con las cobijas. Minutos después, Daniel salió del baño y se acostó a mi lado. Apagó la lámpara que estaba en la mesita de noche y el cuarto quedó en penumbras, alumbrado solo por los débiles rayos plateados que se colaban por la ventana. Estaba nerviosa, exaltada; mi corazón daba constantes vuelcos. En ese momento me di cuenta de que, después de todo, no había sido muy buena idea el compartir la cama. Quería voltear, pero no podía, no debía. Pasaron entonces cinco o seis minutos… minutos que me parecieron horas y… solo Dios sabe que lo intenté… lo intenté.

Me di vuelta y me encontré directamente con su mirada. Sus ojos brillaban, su rostro resplandecía. Hacen falta palabras o no hay las suficientes para explicar todo aquello que me estaba sucediendo. Estábamos envueltos en una atmósfera de ensueño, sumergidos en ese mundo mágico, inexplicable, que descubrimos desde el primer momento en que nos conocimos. Las palabras no hacían falta, sobraban entre nosotros. Las miradas hablaban, ellas se lo decían todo. Sacó su mano de debajo de las cobijas y con ella acarició mi rostro; con su pulgar delineó mis labios. Subí muy despacio mi mano y toqué la suya; nuestros dedos se entrelazaron, luego la deslicé por su suave brazo y la coloqué en su pecho. Daniel se acercó aún más colocando su brazo en mi cintura. Sentía su cercanía, su respiración, su aroma. Yo estaba perdida, vagando entre nubes. Mi mano accidentalmente se deslizó entre la camisa de su pijama y mis dedos sintieron su tibia piel. Nuestros labios se unieron en un suave, pero apasionado beso; su mano descansaba en mi espalda y la mía en su cuello.



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En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 13.04.2024

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