El diario de Damiana

Amigas. Parte 1

 

Jonathan estaba mucho más alejado de la casa.

Desde el día que discutió fuertemente con Víctor, no volvió a casa excepto dos o tres veces, y decidió que, para poder vernos, tenía que ser en su apartamento.

Jessica iba a visitarme muy seguido, igualmente yo iba a visitarla a ella y conversaba de paso con papá Ricardo, quién, afortunadamente, estaba muy bien de salud.

De Karla, seguía sin tener noticias y mi preocupación crecía pues, habían pasado muchas semanas y Karla había, textualmente, desaparecido. En esos momentos yo desconocía las razones y aunque indagaba, tal parecía que todos, las ignoraban también. Karla en aquella época tenía 22 años de edad y estudiaba diseño de modas. Vivía cerca de Jessica, en una pequeña casa al noroeste de la ciudad con Silvia, su madre y dos hermanos menores, producto del segundo matrimonio de Silvia, a quien fui a visitar en un par de ocasiones y nunca supo decirme con claridad dónde se encontraba su hija mayor.

Mi amistad con Karla nunca fue profunda, ni rebasó límites íntimos, pero era cordial, sincera, transparente; además, su noviazgo con Jonathan hizo que nuestros lazos de hermandad se afianzaran. Yo realmente la apreciaba; sentía que, pese a todo y su temperamento cambiante, su personalidad tan complicada y difícil, Karla era una gran mujer, tenía cualidades que la hacían especial, agradable y en algunas ocasiones tierna y adorable. Al igual que a Catiana, a Karla la conocí en el colegio, gracias a que ella y Jessica estudiaban juntas y ya en aquel entonces eran muy buenas amigas. Aunque yo era mucho menor que ellas y estudiábamos en grados diferentes, siempre me incluían en sus juegos y tertulias infantiles; tertulias que, en la mayoría de los casos, no tenía ni la menor idea; al igual como en esos momentos no tenía idea de dónde podía encontrarse Karla. Según Silvia, un buen día empacó unas maletas y no volvió a saber de ella. Jessica se mostraba renuente a hablar de Karla, se mostraba completamente impasible a mi preocupación y yo no podía entender el por qué.

Karla y Jessica eran muy buenas amigas, confidentes.

Yo no entendía por qué ante mis apremiantes preguntas sobre el paradero de Karla y las causas de su ausencia, Jessica se tornaba evasiva, indiferente. Parecía no importarle en lo absoluto o por lo menos eso sentía yo. Antes, cualquier pormenor en la vida de Karla, era para ella objeto de angustia, ahora parecía interesarle más los cambios climatológicos. Pero no solo en eso comenzaba a cambiar.

Jessica ahora sonreía más a menudo; aunque debo admitir que siempre lo hacía, pero ahora lo hacía más seguido y tenía un dejo diferente, más entusiasmada, más feliz. Se vestía más juvenil, más descomplicada. Me había confesado que estaba enamorada y tal vez eso influía mucho en sus cambios actuales, y aunque en ese entonces no sabía de quién, me alegraba inmensamente, porque se veía radiante. Sus ojos brillaban y su actitud proyectaba más seguridad. No quise indagar sobre la identidad de aquel personaje que estaba produciendo esos cambios positivos, por dos razones: la primera, me parecía que hacía parte de su vida privada y si ella quería mantenerlo así, yo no tenía por qué intentar lo contrario. Y segundo, era la primera vez que una pareja le duraba tanto y yo no quería echárselo a perder. Para mí era más que suficiente que hubiese confiado en mí al contármelo.

Por otro lado, tampoco podía contar con Catiana; la cual solo hacía unas semanas era alegre, entusiasta, dueña de sí misma; pero en esos momentos estaba comportándose de una manera completamente extraña e irracional. Aunque muchos no la entendían, yo, quizás por conocerla mejor, sabía un poco qué era lo que estaba pasando dentro de ella. Además, en aquel entonces, Catiana era completamente transparente.

Fue hija única. Desde que nació tuvo todo lo que quiso, todo, y eso quizás fue la raíz de todo. Sus padres Nelson y Danna, aunque amorosos y complacientes, casi nunca estaban con ella. Al igual que Jon y yo, fue criada por una niñera, ya que sus padres siempre se encontraban de viaje y compensaban su ausencia con regalos costosos y satisfaciendo todos los caprichos de Catiana. Mientras Jon y yo veíamos, tres o cuatro veces al mes a nuestro padre; Catiana duraba hasta tres meses sin ver a los suyos; en todo ese tiempo el único contacto que sostenía con ellos era telefónico o cuando ella misma emprendía viaje para visitarlos. A pesar de eso, siempre se veía como una niña segura, una adolescente invulnerable y hasta hacía poco, una mujer fuerte y con una gran entereza.

De las cuatro amigas, Karla fue muy enamoradiza. Desde muy temprana edad tuvo romances, algunos muy cortos y esporádicos, otros un poco más largos e intensos; mientras que Jessica era más tímida e introvertida. Sus romances solo duraban unos pocos días, quizás hasta unas semanas, pero siempre terminaban por su excesiva timidez. Yo… yo nunca estuve interesada en nadie. Todos los jóvenes que me pretendían nunca despertaron en mí algo más que fastidio e indiferencia.

Pero Catiana era distinta...

Nunca tuvo ningún romance, no porque fuera tímida como en el caso de Jessica, ni tampoco por desinterés como el mío. Para Catiana, el amor era algo tan sublime y especial que no podía entender por qué Karla se enamoraba con tanta facilidad. Para ella, el ser amado, debía ser alguien fuera de este mundo. Su concepto de amor, era más de novela que algo real. Pese a todas nuestras consignas acerca de la inexistencia del amor romántico, ella realmente soñaba con ese amor; un amor que derrumbara esa gran pared de seguridad que ella misma se había construido.

Por eso, cuando Andrés llegó a su vida, mostrándose para ella, seguro, orgulloso, inalcanzable, consiguió sin proponérselo, lo que no logró una gran lista de pretendientes jóvenes y apuestos. Andrés, era, para ella, el príncipe gallardo y valiente, protagonista de una de esas historias medievales de caballeros y dragones que tanto le apasionaban. Era, aquel personaje legendario que, con unas simples palabras y gestos corteses, conquistó su, hasta entonces, exigente corazón. Por todo esto, le resultaba y le resultaría difícil, al borde de lo imposible, aceptar una derrota. Había esperado desde hacía mucho por él, prácticamente lo había creado en sus pensamientos. Ahora, para ella, ya era una realidad, aquella ilusión añorada con tanto fervor y pasión; ya su caballero andante tenía un rostro, el rostro de Andrés Regueiro; por lo tanto, para ella perderlo, significaba destruir un sueño diseñado y concebido esmeradamente por tantos años; era destronar un ideal casi sagrado, asesinar un héroe mitológico.



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En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 13.04.2024

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