El diario de Damiana

Mayo 22. Andrés Regueiro

 

«Omitir las verdades no es otra cosa que una variedad refinada de la mentira».

Almudena Grandes

 

Pasaron, después de la boda, varios días. Tres semanas, para ser más exactos.

En la primera semana, fui inmensamente feliz. Durante el día trataba de solucionar asuntos que ya no tenían remedio. Pero cuando me veía con Daniel, todo era distinto. La vida me presentaba una cara totalmente opuesta. Me sentía enamorada, dichosa. Aquellas noches fueron realmente extraordinarias. Fueron momentos que han quedado imborrables en mi memoria. Sentía que cada día que transcurría lo amaba más y más; que cada instante que pasaba necesitaba más de su compañía. Pero, más que nada, sabía que todo ese amor que se desbordaba por mi cuerpo era correspondido, ya que, Daniel me amaba. No puedo decir cuánto, ni cómo, pero me amaba y, eso, en aquellos momentos, era lo único que me importaba.

Nos amábamos, de eso no cabía la menor duda; por eso, cada vez que estábamos juntos, solos él y yo, todo lo demás no existía para nosotros; éramos solo él y yo, amándonos; dándonos el uno al otro, lo realmente valioso e importante que existía entre los dos: nuestro amor.

Pero un domingo, once días antes de Víctor regresar de su luna de miel, el mundo entero se desmoronó ante mis pies, enfrentándome a una de mis muchas amarguras actuales.

Dos días antes, me fui con Daniel desde muy temprano a una cabaña en las afueras de la ciudad. Era una cabaña pequeña de madera, con techo a dos aguas, un altillo y un porche. Estaba ubicada sobre un terreno en pendiente que brindaba una hermosa vista del paisaje. A pocos kilómetros había un imponente lago y toda la zona estaba rodeada por una magnífica vegetación.

Pasamos juntos un fin de semana extraordinario. El sábado, pescamos algunas truchas en el lago y sumergidos en aquellas diáfanas aguas, hicimos el amor. El domingo caminamos un largo rato por toda aquella zona silvestre y ya entrada la tarde, llegamos a la cima de una colina donde corría la fresca brisa del atardecer. Parados, abrazados uno al otro, contemplamos como el sol menguaba en su ímpetu, pero brillaba en pinceladas rojas, naranjas y amarillas quedando todas difuminadas en el contorno de las montañas que se divisaban en el horizonte. En la brisa se sentía el tenue aroma de las flores y poco a poco disminuían los trinos de los pájaros que se preparaban para irse a dormir. Sobre el lago se reflejaba la augusta, sonrojada y somnolienta imagen de la estrella solar.

Y ahí estábamos, Daniel y yo con las manos y el alma unidas, mientras la noche azul tendía su manto oscuro, dejándonos de recuerdo un atardecer asombroso y un recuerdo feliz que quedó grabado con fuego para siempre en mi corazón.

Por la noche, regresamos a la ciudad. Acababa de pasar momentos maravillosos y mi pecho rebosaba de alegría. Daniel decidió que pasáramos la noche en su apartamento, me sentía realmente cansada, por eso me gustaba mucho la idea de terminar lo que quedaba de ese maravilloso día, junto a Daniel. Me sentía flotando en nubes de ensueño, completamente sumergida en un paraíso quimérico, fantástico; cuando el mundo me estrelló contra una situación absurda, ilógica, irónica pero triste e irremediablemente REAL.

En la puerta del apartamento de Daniel, encontramos sentada, completamente ebria a Catiana. Al verla, por un breve instante no comprendí qué hacía Catiana en ese lugar, pero la inferencia fue tan clara que no quedó ningún lugar a la duda. Catiana al verlo se levantó, "Andrés" -lo llamó y se arrojó en sus brazos, quedando completamente inconsciente. Miré desconcertada a Daniel. Él cargó a Catiana y entramos al apartamento.

No entiendo -pregunté con una fuerte opresión lacerando mi pecho- ¿Qué hace Catiana aquí en tu apartamento?, ¿por qué te llamó Andrés?

Frecuentemente la encuentro ahí -contestó un poco molesto- Ya se le ha hecho costumbre.

Explícame, ¿por qué te llamó Andrés? -repetí angustiada, nerviosa, envuelta en un pánico tembloroso, agobiante.

Ven -me sujetó preocupado- Siéntate, cálmate un poco -me solté molesta, atormentada- Tienes que tranquilizarte -insistió- Así no podemos hablar.

Solo voy a estar tranquila cuando me expliques de qué se trata todo esto, según tengo en conocimiento, tu nombre es Daniel Regueiro... -apunté ofuscada- Catiana está enamorada es de Andrés Regueiro, el hermano de Jessica.

Yo soy Andrés Regueiro declaró en tono grave.

¡Por Dios! -exclamé ahogándome en la consternación.

Mi nombre completo es Andrés Daniel Regueiro -se me acercó y trató de coger una de mis manos. Me solté bruscamente mirándolo abrumada- Damiana, yo...

¡Me engañaste! recriminé dolorida.

No, nunca te he engañado, solo...

¿No?, y ¿Cómo llamas todo esto?, ¿Cómo llamas el ocultarme quién eres?, ¡Por Dios!, es que ahora no sé ni siquiera cómo llamarte.

Daniel, así debes seguirme llamando -declaró enfático.

Esto es tan absurdo -trató de coger nuevamente mi mano- Suéltame -exigí seria.

Mi nombre no importa, ¿Qué cambia el que me llame Daniel o Andrés? reclamó molesto.

¡No seas cínico! lo miré realmente enfadada

Lo que intento decir es que... -respiró tranquilizándose- Lo que realmente importa es que nunca he sido tan sincero y honesto con mis sentimientos como lo he sido contigo. Dime, ¿qué importa quién haya sido antes de conocernos?, lo importante es que nací el día que te conocí, que antes de ti no hay nada y sin ti, nada tendría sentido -cerré mis ojos, confundida- Nena, nunca ha sido mi intención engañarte -se me acercó nuevamente- Guardé silencio porque sentía que mi pasado te alejaría de mí y no estoy dispuesto a que eso suceda.



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En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 13.04.2024

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