El diario de Damiana

Junio 03. Ya soy mayor de edad

Cuando Catiana regresó, habían pasado cinco meses, dos semanas y tres días.

Mi embarazo estaba bastante adelantado, dentro de poco cumpliría siete meses de gestación. Ya sabíamos que sería una niña y que se desarrollaba satisfactoriamente. Dos meses antes del regreso de Catiana, cumplí, ¡por fin!, los dieciocho años de edad y digo "por fin", porque, no solo para poder casarme con Daniel debía ser mayor de edad, sino que además eso nos libraba de todas las persecuciones que Víctor estaba ejerciendo sobre los dos. Apenas supo que vivía con Daniel, envío funcionarios encargados para que lo arrestaran y me obligaran a regresar a casa. Yo tenía, en ese entonces 17 años de edad, y pese a todas las influencias que Víctor movió y manipuló, las leyes de este país no son tan rígidas para ese rango de edad, y legalmente, yo estaba amparada para tomar decisiones sobre mi vida sexual; así que solo nos llamaron a declarar y conciliar. Después de manifestar que no deseaba vivir con mi padre y que por criterio y voluntad propia estaba al lado de Daniel, los jueces de familia decidieron no remitir a la justicia penal ninguna orden en contra de Daniel y permitieron que siguiera viviendo con él.  Igualmente, Jonathan y papá Ricardo declararon a favor de Daniel. Víctor acató de muy mala manera la decisión judicial, sin embargo, al estar próxima a cumplir mi mayoría de edad, y por consejo de sus abogados, resolvió abandonar su intransigente y obstinada persecución.

Después de solucionar leve y momentáneamente estos inconvenientes, decidimos con Daniel casarnos dos meses después del nacimiento de la bebé y desde entonces planeábamos la boda. Mi vida marchaba entre calmas y sobresaltos eventuales, pero obviando los ratos desagradables, podría decirse que todo lo demás era perfecto y me llenaba de felicidad.

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Meses atrás, cuando tenía cuatro meses de embarazo, me gradué de la secundaria, tal como quería, con honores y reconocimientos. Ese en verdad, fue uno de esos días agradables; aunque dentro de mí hubiese deseado compartirlo con mi padre, quien fue el gestor principal de aquel logro. Víctor fue quien produjo en mí, durante muchos años el deseo de destacarme, de ser una muy buena estudiante. Siempre me motivaba, me impulsaba, me animaba a destacarme en todo aquello que me proponía. Siempre inculcándome su espíritu de lucha, su carácter férreo y su determinación. Por eso, y pese a la situación delicada y grave que acabamos de tener, quise ir a hablar con él. Yo vivía agobiada con la idea de saberlo enojado y molesto conmigo y quise de algún modo, acercarme a él e intentar un diálogo tranquilo y razonable. Por esa razón, una tarde fui hasta su oficina. Realmente no sabía qué iba a decirle, cómo dirigirme a él, pero quería intentarlo, necesitaba intentarlo.

Una vez anunciada mi visita por Elena, su secretaria, guardó un largo silencio hasta que por fin autorizó mi entrada a su oficina. Entré temerosa, visiblemente nerviosa. Me miraba fijamente, observando con evidente interés mi ropa de maternidad.

Esa forma en cómo estás vestida y el pronunciamiento en tu vientre, indican obviamente que estás embarazada -afirmó una vez me senté frente a su escritorio.

Así es -confirmé en voz baja- Tengo cuatro meses de embarazo -me miró serio, sin embargo, no pronunció palabra alguna- Quise venir a verte -gesticulé casi dolorosamente- Saber cómo estás.

Estoy bien -contestó, cortante y despectivo- ¿Algo más?

Te extraño, papá -le reconocí con la mirada humedecida- Me duele mucho estar separada de ti -su duro rostro se suavizó por unos breves instantes; su expresión hermética se atenuó levemente.

Decidiste que ese miserable era mucho más importante que yo, entonces, ¿por qué te quejas? -recriminó asumiendo nuevamente su actitud severa.

Traté de conciliar otras alternativas contigo, pero nunca quisiste siquiera que me acercara a ti, siempre enviabas a tus abogados a "dialogar". No me quedó más alternativa que tomar esa decisión -sollocé agobiada- Papá, por favor, no me alejes de ti.

Tú fuiste la que me traicionó, tú decidiste irte, tú sola te apartaste de mí -sentenció inflexible- Y sigues traicionándome al permanecer a su lado y ahora, mírate, embarazada de quien es mi enemigo.

No es una traición, papá. Solo lo amo, si lograras por un momento entender que...

No tengo nada que entender -se levantó de su silla- Eras mi niña, Elizabeth, la princesa de mi corazón. Pero huiste de la casa, te fuiste sin consultármelo, desafiándome, desobedeciéndome abiertamente. Permaneces al lado de ese hombre que desprecio, luego te embarazas, y vienes a pedir ¿qué?, ¿Qué acepte lo inaceptable? -gritó molesto- Es completamente inadmisible.

Yo lo que quiero que entiendas es que eres mi padre, y que te amo, te extraño, te necesito -supliqué entristecida.

Dejaste de ser mi hija el día que aceptaste a Regueiro en tu vida. El día que elegiste marcharte con él -informó sentándose nuevamente en su sillón- Mientras sigas a su lado no te reconozco como parte de mi vida. Y menos ahora, que tendrás un hijo de ese maldito desgraciado -levantó la mano señalando la puerta- Y esa es mi última palabra -me levanté, tomando mi cartera.

Por más que lo digas, nunca dejarás de ser mi padre. Te amo muchísimo y sé qué, de alguna manera, aún debes amarme, así sea un poco -respiré profundamente- Esperaré. Algún día sé que entenderás y entonces hablaremos nuevamente.

Si de algo estoy seguro, Elizabeth, es que ese día nunca llegará.

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En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 13.04.2024

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