El diario de Damiana

Junio 10

Una vez Adreyna me dijo que ser madre era su mayor realización.

Que había hecho muchas cosas grandes e importantes en su vida, pero el haber tenido a Jessica y a Daniel, era su principal y mayor felicidad, ya que los hijos son la esencia de la vida, el motivo de toda nuestra existencia.

Mi padre me dijo que mamá antes de morir le había manifestado que ser madre para ella era la prolongación de su propia existencia, ya que a través de sus hijos ella viviría por mucho tiempo.

Y yo...

¿Yo qué podría decir...?

¿Qué la maternidad solo es algo que se vive unos pocos meses?

¿Qué la mayor felicidad que existe sobre la tierra solo es efímera?

¿Qué el sentir el movimiento de un ser dentro de ti es una dicha maravillosa pero fugaz?

Yo solo podía decir que no existe dolor más insoportable que el no ver nunca más el rostro de tu bebé, el cual durante tantas semanas ibas creando en tus pensamientos.

Que no existe herida más profunda que el dejar de sentir los latidos de su pequeño corazón.

Que no hay nada que te lastime más que un llanto silencioso, ausente, perdido...

Que nada lacera más el alma que un nombre nunca pronunciado...

O el sonido mudo de una tierna sonrisa

¡Por Dios!

Había perdido a mi nena... a mi hermosa bebé... ¡A mi hija!

Y me dolía...

Me dolía sobremanera.

Me recrudecía las entrañas... me agrietaba hondamente el corazón.

Calcinaba mi vientre el saberlo vacío... yermo... desolado...

¡Sin vida!

Consumía mi pecho el llanto angustiado de la irremediable perdida.

La amaba...

La amaba infinitamente... pero ya no estaba.

Había sido arrancada cruelmente de mi vida y no podía soportarlo.

Se quedaron en mis brazos tantos abrazos por dar y tantos por recibir.

Se quedaron en mis manos tantas caricias por otorgar, tantas por hacer, por descubrir.

Se quedaron en mi pecho tantos suspiros por exhalar, tantos latidos por experimentar, tantas zozobras y preocupaciones por sentir... por vivir.

Nada podía llenar ese vacío...

Ni siquiera el amor infinito que papá Ricardo se esmeraba en otorgarme. Ni el cariño incondicional de Jonathan. Ni la permanente compañía embriagante de ternura de Adreyna y Jessica.

¡Nada!

Nada podía compensar su ausencia.

Nada podía calmar la agonía.

¡Nada!

Porque era ella quien ya no estaba... ¡No estaba!

Y nunca más estaría...

 

 



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#176 en Novela romántica

En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 13.04.2024

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