Querido Diario:
Hola de nuevo. Estoy aquí escribiéndote porque ya no puedo soportar a la gente. La sociedad se está yendo a la basura con gente como esa que existe en mi universidad. Sé que no soy la única con estos problemas; hay miles de personas que sufren y algunos se suicidan, pero yo no les daré ese gusto. No le arruinaré tampoco la vida a mis padres. No le daré el maldito gusto a Lucas y sus bolas de secuaces. ¡No le daré el gusto a esa idiota de Clara y sus esclavas! ¡A nadie se lo daré! Aunque todo es una pesadilla. Espero poder salir adelante y seguir contándote cosas. ¿Por qué son tan crueles con una chica coreana? Solo porque me visto anticuadamente no significa que sea fea.
Tuya, la desesperada Diana.
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Leo y leo este diario, y me doy cuenta de lo idiota que fui con Diana, estoy metido en el baño porque tengo miedo de que vean con ese diario y he decido estar escondido hasta que sea la hora de salida y me lo lleve a casa, ya que hay alguien espiándome. Yo le hacía mucho daño a ella y a mí me daba igual. Pero lo más estúpido que hice fue haberla forzado a amarme con engaños cuando yo no sentía nada por ella. Todo empezó cuando yo iba a perder la clase de matemáticas. Todavía puedo recordar lo que pasó ese día.
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—Joven Padilla, le encargo que estudie para el examen porque si no va a perder la materia y perderá el año —me dijo el profesor y yo me preocupe. No podía perder el año porque sino mis padres no me comprarían la guitarra eléctrica que pedí.
—¿Y qué tengo que hacer? —le pregunté mientras él recogía sus materiales.
—Yo que usted buscaría a alguien que lo ayudara a estudiar, pero no a sus amigos; ellos están igual de perder una clase, así que le sugiero que busque a un estudiante promedio —me respondió y yo no sabía a quién acudir. No les hablaba a los nerds.
Entonces fui con los chicos, les conté mi situación y ellos no sabían que hacer. De repente Diana pasó frente a nosotros y los chicos sonrieron.
—¿Por qué no le dices a Diana que te ayude? —me sugirieron.
—No lo creo, ella no me ayudará después de que le hecho daño —les respondí.
—¿Quieres perder tu guitarra? —me preguntó Miguel.
—No, pero... ¿cómo voy a convencer a Diana para que me ayude? —les dije desesperado.
Entonces ellos me dijeron algo que jamás pensé que escucharía de sus bocas.
—Entonces coquístala —y yo me quedé perplejo ante esas dos palabras.
—¿Están locos? ¿Se dan cuenta que me están pidiendo que conquiste a Diana? —les grité un poco. Me estaba alterando.
—¡Si no lo hace vas a perder el año y no tendrás tu guitarra! —
me gritó Samuel.
—¿Cómo piensan que voy a conquistar al cerebrito? —dije asqueado.
—Tal y como conquistas a las demás chicas —me dijo Miguel.
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Y desde ese momento empecé a jugar con el corazón de Diana y no terminó tan bien. Me lamento cada día haberle hecho daño de esa manera. Había cometido mucha bajeza, pero ese fue la gota que derramó el vaso.
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Mensaje de un número desconocido
Hola soy Alejandro, necesito hablar contigo y no me preguntes cómo conseguí tu número.
12:00pm
Está bien, ¿dónde nos juntamos?
12:02pm
Después de clases iré a tu casa.
12:05pm
Bien, te espero allá, entonces.
12:07pm
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Está por terminar la última clase y así me voy a mi casa. Me la pasé viendo a Diana toda la maldita clase de matemáticas. Cada vez que recibo esta materia; me recuerdo que gracias a esta clase mi vida cambió. Me trajo algo bueno, pero a la vez malo.
Noto que Diana se está tocando el cabello delante de Francis, el chico nuevo. Desde el momento que él entró a esta universidad; todas las chicas van detrás de él, incluso Diana y eso me enoja mucho.
Siento que algo vibra en mi bolsillo y saco con cuidado mi celular. Veo que es un mensaje de un desconocido y pienso que es Alejandro, sin embargo, me doy cuenta que no es así.
“Tus celos se notan hasta el pasillo de detención, es obvio que la quieres, pero no vas a lograr conquistarla”
Volteo por todos lados para ver quién es el responsable de esos mensajes, pero no veo nada extraño y eso me preocupa demasiado. Ahora todo el mundo sabrá que amo a Diana y todo se me vendrá abajo. No es que tenga vergüenza de que sepan que la amo; sino el miedo de que ella me rechace y se me rompa el corazón, aunque me lo merezco.
Decido mandarle un mensaje al número desconocido para saber de una vez por todas quién es.
“¿Por qué no das la cara y hablamos sin rodeos?”
De repente suena el timbre de salida y no me deja escuchar el sonido del teléfono del idiota que me está escribiendo. Todos se levantan como locos para salir del aula y, por consiguiente; de la universidad. Salgo rápido y me pongo en la puerta para ver quién toma su teléfono y lee mi mensaje. Sin embargo, a medida que van saliendo; nadie saca el teléfono y eso me frustra.