El Diario de Estrellita. En busca de un padre.

2. Perdió su pureza

Mariana había terminado de bailar cuando su jefe volvió a llamarla.

—Muchas felicidades, toma esto —le dijo, ofreciéndole una bebida—. Te agradezco por el espectáculo, contigo gané mucho dinero esta noche. Créeme, esto te servirá montones. Los tipos de allá están demasiado agradecidos.

—Solo fue esta noche. Don Valle, no lo pienso hacer otra vez.

—Esta bien, como tú digas. En fin disfruta de la bebida, un brindis por lo que hiciste esta noche.

Mariana miró el vaso por un instante, pero sin pensar demasiado lo tomó y bebió de un solo trago. Sonrió, como si no pasara nada, y se dirigió al camerino. Sin embargo, al tomar la manija de la puerta sintió que sus fuerzas flaqueaban.

—¿Estás bien? —preguntó una de las chicas que pasaba cerca de ella, notando su palidez.

—Creo que se me bajó la presión… —murmuró Mariana, llevándose la mano a la cabeza.

Todo comenzó a darle vueltas. Se sujetó con fuerza de la puerta, intentando mantener el equilibrio, pero el mareo fue cada vez más intenso.

Enseguida apareció su jefe, fingiendo preocupación.

—¿Qué pasa, Mariana? ¿Te sientes mal? No te preocupes, yo me ocuparé de ella —dijo a otra de las bailarinas—. Tú vuelve al escenario.

Mariana intentó abrir la boca para decir que estaba bien, que no hacía falta, pero no pudo pronunciar palabra. Apenas movía los labios, mientras un calor extraño le recorría el cuerpo. Su jefe la tomó del brazo y la llevó hasta una de las habitaciones privadas.

—Descansa aquí —le susurró mientras la ayudaba a recostarse en la cama—. Estás cansada, eso es todo.

Mariana apenas alcanzó a quitarse los tacones y desabotonar un poco su blusa, sintiéndose sofocada. La habitación estaba en penumbras, y su visión comenzaba a nublarse. Escuchó entonces el sonido de la puerta cerrándose y percibió que alguien más había entrado.

Un hombre se acercó. En la oscuridad, ella no pudo distinguir quién era, solo sintió su respiración muy cerca. El desconocido comenzó a desvestirse. Mariana, mareada y sin control de su propio cuerpo, apenas podía reaccionar. Todo era confuso: una mezcla de calor, pesadez y una sensación extraña que le impedía moverse con claridad. Su cuerpo, traicionado por la sustancia que le habían dado, respondía de formas que su mente no comprendía.

—¿Quién eres?— le pregunto al hombre que estaba ahí apunto de besarla.

—No..lo se... siento algo extraño.

—Si... es algo extraño.

Sin mas ambos se empezaron a besar y sin imaginar yacian entregándose sin entender nada de lo que estaba pasandole a su cuerpo.

El encuentro fue abrupto, sin que ella pudiera oponerse, hasta que ambos terminaron exhaustos y cayeron dormidos.

Un rato después, la puerta volvió a abrirse. El jefe de Mariana entró junto a otro hombre.

—¿Qué va a hacer usted? —susurró Don Valle.

—Cállate y observa —respondió el desconocido con frialdad.

Sacó su teléfono y comenzó a tomar fotografías: la mujer dormida en la cama, las prendas esparcidas por el suelo, la silueta desnuda del desconocido. Se aseguró de tapar el rostro de ella en las imágenes, pero lo suficiente quedaba a la vista para que cualquiera supiera lo que había pasado.

—Buen trabajo —dijo, entregando una gruesa cantidad de dinero al hombre—. Calladito, todo saldrá bien. Tú y yo no nos conocemos. Si hablas, te metes en problemas.

Don Valle asintió nervioso, para luego salir de la habitación, dejándolo a solas al desconocido con su amigo, que seguía dormido.

El desconocido le habló al joven, para despertarlo.
Minutos después, el hombre despertó aturdido, con un fuerte dolor de cabeza.

—¿Qué sucede? —preguntó, confuso.

—Tú me llamaste, por eso vine. Habías desaparecido después de beber… —respondió el desconocido, mintiendo, mientras lo ayudaba a vestirse.

—¿Desaparecido? No recuerdo nada —dijo el joven, girando la cabeza hacia la cama.

Sus ojos se abrieron con espanto al ver el cuerpo desnudo de una mujer junto a él. Se incorporó de golpe, incrédulo, mirando la ropa tirada en el suelo.

—¡Esto no puede ser! —murmuró con rabia y vergüenza.

Su amigo lo jaló del brazo.

—Vamos, pronto es tu casamiento. Te dije que fue mala idea traerte aquí. Estabas tomado y pediste un rato de privacidad, por eso me fui.

—¡Estupideces! ¿Cómo iba a decir eso? ¡No recuerdo nada! —gritó el joven ya dentro del coche, sintiéndose traicionado por sí mismo.

Golpeó el asiento con frustración. Estaba harto, perdido. No entendía qué había sucedido, ni cómo había terminado envuelto en semejante situación. Solo sabía que si su padre llegaba a enterarse, todo estaría acabado. Su reputación, su vida entera, podía derrumbarse en un instante.

El silencio se apoderó del auto mientras se alejaban, con el joven hundido en un torbellino de rabia, miedo y desconcierto.

***

Mariana despertó con un fuerte dolor de cabeza. El cuarto giraba a su alrededor, como si aún estuviera atrapada en un mal sueño. Se llevó la mano a la frente, notando el sudor frío que perlaba su piel. Miró a su alrededor y reconoció su habitación, pero no recordaba cómo había llegado ahí.

Se levantó tambaleante, con las piernas pesadas, y abrió la puerta de golpe. Afuera estaba Lorena, su amiga de toda la vida, hablando por teléfono. Mariana, con la voz ronca y adormilada, preguntó:

—¿Qué hora vine a casa?

Lorena cortó la llamada enseguida, caminó hacia ella y, con un gesto nervioso, respondió:

—Fui a buscarte… estabas demasiado borracha.

—¿Borracha yo? —preguntó Mariana incrédula, con un hilo de voz.

—Sí. No parabas de hablar, decías muchas cosas… —Lorena se encogió de hombros, evitando su mirada.

—¿Cosas? ¿Qué cosas? —Mariana frunció el ceño.

—Solo… solo recuerdo que estabas encantada con un tipo —contestó Lorena, tratando de sonar despreocupada.

—¿Encantada? Eso no te lo creo, Lorena. Yo no… —Mariana se llevó la mano al pecho, indignada



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En el texto hay: milagros de vida, trizteza, romcerosa

Editado: 27.10.2025

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