El diario de Ethan (híbridos 0.1)

Día 1

Mi nombre es Ethan Larios. Soy (o mejor dicho, era) un intento de científico. Ayudé al nuevo gobierno con sus experimentos para formar mejores y más fuertes soldados, con la esperanza de al fin acabar con los Híbridos...

Pero creo que estoy precipitándome. Debería explicar todo paso por paso. Cómo todo comenzó.

Yo tendría unos once años cuando ocurrió. Recuerdo las imágenes que mostraban en los noticieros de todo el mundo: personas que no eran personas del todo, cubiertas de sangre y poseedoras de una voracidad temible. Aterradoras, en especial porque parecían humanas.

Los medios los llamaron “Híbridos”. Criaturas con apariencia humana, mitad animal, con un apetito feroz e insaciable, además de fuertes y veloces. Los militares los tenían bajo control, o eso es lo que decían. En la televisión mostraban cada vez más y más de esos bichos en cada vez más y más países, al mismo tiempo que pedían que no nos alarmáramos.

Con el tiempo la situación se descontroló por completo. Las naciones ya no sabían qué hacer para mantener al pueblo tranquilo. La gente marchaba en las calles pidiendo una solución, pidiendo respuestas.

Eso solo empeoró las cosas.

Un día estaba en mi casa observando, aburrido, por la ventana. Mi madre descansaba en el sillón, ojeando las noticias. Un periodista cubría la multitudinaria marcha que pasaba por mi calle en ese momento (vivía en pleno centro), y ella escuchaba con atención por si había disturbios. Yo estaba fascinado mirando hacia afuera; nunca había visto tanta gente junta.

Entonces las cosas llegaron.

Aparecieron por la esquina contraria a la muchedumbre. Al principio parecía ser más gente que se sumaba a la marcha, pero cuando las dos mareas chocaron, se desató el caos.

—¡Mamá! —Comencé a chillar, asustado hasta las patas. Ella se acercó corriendo a ver qué pasaba, ya que las cámaras se habían apagado de un momento a otro.

—Salí de la ventana, apagá todas las luces y cerrá todo. —Ordenó, disimulando muy bien su propio miedo.

—Pero…

—Ethan, ¡ahora!

Cerró la ventana y corrió a la puerta para asegurarla. Al instante salí de mi bloqueo e hice lo que me había pedido, yendo a revisar las habitaciones.

Cuando al fin terminamos de esconder la casa, nos acurrucamos bajo la ventana. Mamá con un arma en la mano, que no sabía de dónde había sacado, y yo que no podía parar de llorar, mientras ella intentaba callarme en vano.

Es que no me entendía; yo había visto todo mientras ella miraba el noticiero. Vi como esas cosas saltaban sobre la gente, como la sangre volaba hacia todos lados cual lluvia. Vi como las personas huían despavoridas, intentando salvarse del desastre. Chocaban unos contra otros, caían y se levantaban. Algunos se ayudaban, y otros se pasaban por encima.

No sé cómo no quedé en shock… solo tenía once años. Si para un adulto ver algo así es terrible, imagínense en un niño.

Recuerdo que nos quedamos apretados junto a la ventana por horas, sin casi movernos. Con los gritos de agonía y una salvaje lucha por la supervivencia proviniendo de la calle (y los pasillos de mi edificio cuando por fin lograron entrar) como único acompañamiento auditivo.

Se sintió como si fuera eterno, sin embargo no creo que todo el desastre haya extendido por más de una hora.

Mamá me abrazaba fuerte, tan fuerte que dolía.

—¿Dónde está papá? —Aún creía que mi padre estaba vivo. Lamentablemente no había demasiadas posibilidades de que fuera así. Él se hallaba entre la multitud, justo del lado en el que se desató el caos. Fue pura suerte que no lo haya visto morir desangrado y gritando como el resto.

—No lo sé, mi cielo. —Mamá fue una de las mujeres más fuertes que conocí en mi vida. Aunque su corazón estaba rompiéndose a pedazos, y la desesperación acercaba sus garras hasta su mente, aun así, se mostraba fuerte para que su único hijo no tuviera miedo.

—¿Cuándo crees que volverá? —Ambos hablábamos en susurros, temerosos a que alguna de esas cosas nos escuchara, si habían logrado entrar en el edificio ya.

—No sé... —Su mirada lucía perdida en la nada. Pensando probablemente en su marido, ahora muerto. Quizás recordando su primer beso con él, su primera salida. La primera vez que hicieron el amor. La primera vez que se dijeron te amo. Y, quizás, intentando recordar cuál fue la última cosa que le dijo, y esperando que él haya muerto sabiendo lo que ella sentía. Todo el amor que le tenía.

—Hijo, escúchame —El sol ya estaba ocultándose cuando ella volvió a hablarme—, tenemos que preparar nuestras cosas para irnos.

—¿Y papá?

—Papá va a estar bien. Nosotros nos vamos mañana. Podemos dejarle una nota si querés, para que él pueda encontrarnos.

—Está bien.

—Ahora necesito que me ayudes acá, ¿okey?

—Okey.

—Tenés que ser muy silencioso en todo momento, ¿entendés?

—Sí...

Fuimos a la cocina sin hacer ruido. Mamá me pidió que sacara todo de la alacena mientras ella iba a buscar unas cosas. Antes de que terminar ella ya había vuelto con dos bolsos grandes, los que usábamos para guardar nuestras cosas cuando nos íbamos de vacaciones.

Ahí guardamos la comida. Metimos todo lo que teníamos y aun así parecía insuficiente. Llevábamos todo lo que pudiese sobrevivir sin electricidad, que no era mucho, y algunas cosas que quizás podrían durar unos días, pero que tendríamos que utilizar lo más pronto posible. También cargamos con agua todas las botellas de plástico que encontramos. En total teníamos seis de distintos tamaños.

Terminados de almacenar los suministros "básicos", fuimos a nuestras habitaciones a guardar algo de ropa. Lo justo y necesario, dijo mamá tajantemente. No me dejó agarrar siquiera un libro.

—Escúchame, Ethan —Dijo ella ya de nuevo en el living, sentados en el sillón—, cuando tengamos la primera oportunidad de irnos, nos vamos. Sin hacer ruidos, sin quejas. O esas cosas nos van a encontrar y no la vamos a pasar bien, ¿entendés?




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