Luego de huir del supermercado que nos había resguardado durante tanto tiempo, no sabíamos qué hacer. Ni a dónde ir.
Estábamos con la moral terriblemente baja por la muerte de Susana.
Nos mantuvimos unos pocos días andando sin rumbo por la ruta, sin tener la energía suficiente como para hablar de verdad, hasta que finalmente nos sentamos a discutir sobre nuestro futuro.
—Sea lo que sea, no podemos volver a la ciudad —Dijo mamá y los demás le dimos la razón—. Tenemos que mantenernos alejados. Ir a lugares en los que no haya gente. ¿Alguna idea? ¿Algún lugar que se les venga a la memoria?
Todos nos observamos entre nosotros en silencio, sin saber qué responder, hasta que Adrián levantó la mano tímidamente.
—Yo… Mis padres… —Comenzó. Observó a Lima para calmarse, tragó saliva y volvió a empezar—. Mis padres tenían una quinta a… a unos días de aquí. La tierra es fértil, podemos plantar cosas, y detrás de la casa también hay un pequeño bosquecito donde podríamos cazar algunos animales.
Todos sonreímos.
— ¿Por qué no lo dijiste antes? —Comentó Carlos riendo y palmeándole el hombro.
—No se me ocurrió… como estábamos bien en el super.... —Se excusó Adrián, frotándose el hombro con cara de dolor.
—Bue, no importa ahora —Contestó Carlos—. Ahora la cuestión es otra ¿Vale la pena arriesgarse en busca de más provisiones? ¿Llegaremos con lo que tenemos hasta la quinta? ¿Y qué hacemos si no hay comida allá?
Nos quedamos en silencio, pensando. En mi mente lo único que quería era llegar a esa quinta y estar a salvo y en paz. No quería que más personas salieran heridas. Por eso me entristeció un poco la respuesta de mamá, aunque también la entendí.
—Sí, creo que debemos arriesgarnos —Dijo—. El invierno se acerca. Las cosas que tenemos no nos alcanzaran hasta la llegada de la primavera. No podremos plantar nada porque el frío no lo dejará crecer, y los animales se esconderán o se irán, por lo que será casi imposible cazar alguno. —Carlos asintió con la cabeza, de acuerdo. Los demás escuchando en silencio.
—Pero no podemos ir todos —Agregó Carlos—. Tiene que ser rápido y eficaz.
Yo feliz. No era como si me muriese de ganas de enfrentarme a esas criaturas de nuevo.
—Vamos vos y yo. —Contestó mamá, y mi felicidad se derrumbó como una torre de naipes a la que alguien sopló con fuerza, pero no dije nada al respecto.
—Creo que es la mejor opción —Dijo Carlos—. Adrián, Lima y Ethan, ustedes se quedan acá con la camioneta. Nosotros buscamos otro vehículo.
Los tres asentimos sin objeciones. Era indudable que ellos eran los líderes.
—¿Cuándo lo hacemos? —Preguntó mamá.
—Mañana al amanecer.