Quiero y no quiero que esto termine.
A veces, por un pequeño momento llego a creer que todo es real. Que mi “familia” es real, que no son esas criaturas espantosas de mis recuerdos. En esos momentos, me dan ganas de quedarme para siempre. Me olvido de todo lo demás.
Entonces lo recuerdo. Es tan cruel recordar ¿Por qué no elegí olvidar mejor? Sería menos infeliz.
Lo hecho está hecho. No sirve de nada lamentarme ahora.
Solo recordá, Ethan, recordá que esto no es real. Recordá porqué estás acá y cuál es tu propósito.
Continuemos.
He aquí un recuerdo lindo en medio del caos.
Cuando desperté, mamá y Carlos ya se habían marchado. Sin despedidas.
Lima pareció notar mis nervios por saber lo que sucedía con mi madre, así que hizo de todo para distraerme.
Hasta me inventó un cuento.
—Había una vez… —Comenzaba.
— ¡Truz! —Dijo Adrián y Lima puso los ojos en blanco.
—Había una vez, en una isla que jamás había sido tocada por mano humana (o eso creía nuestro protagonista) —Continuó Lima—, vivía un niño pequeño y curioso —Miró a Adrián para vigilar que no hiciera nada extraño—, que se encontraba muy solo y aburrido, pues era el único habitante de la isla. Por eso le gustaba ir a explorar, con la esperanza de algún día poder encontrar a alguien.
Así un día se adentró en una cueva en el bosque, en una zona a la que jamás había llegado, y se encontró con un oso —Adrián puso cara de susto, y Lima y yo reímos—. Un oso que cuando lo vio, en lugar de atacarlo, parecía dudar. Y el niño, en lugar de correr, lo enfrentó —No sé si era medio boludo o medio suicida el pibe, pero sé que yo en su lugar me habría ido corriendo bien lejos—. Entonces el oso levantó sus patas y se sacó su propia cabeza…
Eso no me lo esperaba.
Ahora Lima había captado nuestra total atención.
—El niño se sorprendió, pero no se acobardó. Se acercó al oso y miró al hoyo que había en lugar de su cabeza.
Adrián y yo nos doblamos hacia adelante, expectantes.
—Miró y se encontró con un niño, de más o menos su edad —Suspiros de sorpresa, y también de alivio. Ya resultaba algo tétrica la historieta—. Lo ayudó a salir y le preguntó por su historia.
— ¿Entonces? —dijo Adrián.
—Entonces… —Lima lo miró con reproche por interrumpirla— el niño le dijo que se disfrazaba de oso porque tenía miedo y estaba solo, y con ese disfraz nadie le hacía daño.
— ¿Entonceeees…? — Adrián de nuevo.
—Decís entonces una vez más y te rompo la cara —Lo amenazó Lima—. El niño le preguntó a qué se refería con nadie.
— ¿Entonces? —Lima le lanzó una almohada.
—Entonces el niño le contó que sí había más gente en la isla, pero no eran buenas personas, y que él había escapado de ahí. Nuestro protagonista se sintió conmovido con su historia y se apiadó, invitándolo a vivir con él en su lado de la isla, donde estarían seguros sin tener que disfrazarse o ser algo que no son. El niño se alegró y aceptó, y antes de partir se hicieron una promesa mutua.
— ¿Cuál? —Pregunté, y Lima sonrió.
—Que siempre se cuidarían entre sí, y que vivirían increíbles aventuras. Siempre y cuando dejaran el miedo atrás. —Concluyó con una sonrisa hermosa.
— ¿Y qué pasó después? —Interrogó Adrián.
—No se sabe con exactitud… Se dice que una vez, cuando ya eran viejitos y las gentes malas habían abandonado la isla, los vieron una tarde agarrados de la mano caminando por la playa.
— ¿Y cuál es la moraleja? —Preguntó, más serio.
—No lo sé, pensá vos —Sonrió Lima—. Quizás no haya ninguna, o quizás sí. Depende de la interpretación de cada uno.
—Ejem… sinceramente he escuchado mejores historias —Dijo él, y Lima le enseñó el dedo del medio.
No sé si Adrián tenía razón o no, solo sé que la historia me gustó y me distrajo. Así anocheció sin darme cuenta, entre la historia y las discusiones de si había o no moraleja, hasta que se escucharon tres golpes en la puerta trasera de la camioneta.
Eran mamá y Carlos.
Traían buenas noticias.
Y una caja de chocolates.
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Glosario:
*Pibe: Chico, joven, muchacho.