El diario de Ethan (híbridos 0.1)

Día 17

Desearía poder tener más tiempo para escribir acá. A veces las palabras se me enredan, o no sé exactamente cómo describir lo que pasó. Eso me toma más tiempo. Si solo pudiera sacarlo todo y punto, sería más fácil.

Los días transcurrieron con normalidad en la quinta de la familia de Adrián. Ya estábamos acostumbrados a convivir, y ahora estábamos más cómodos en un espacio más grande. Guardamos la comida en el sótano, la ropa en los armarios y nos repartimos las habitaciones. Mamá y yo en el cuarto más lejano del pasillo, Lima y Adrián en los siguientes y Carlos en el que estaba más cerca del baño.

El generador no estaba en perfecta condiciones y, aunque Carlos logró arreglarlo, no funcionaría para siempre, así que solo lo usamos lo justo y necesario. El agua la sacábamos de un pozo, y Adrián nos contó que provenía de un rio cruzaba un bosque detrás de la quinta.

Teníamos todo lo necesario para sobrevivir el invierno, y quizás toda una vida. En primavera plantaríamos cosas y podríamos cazar algunos animales. Nuestro único problema sería la electricidad cuando finamente muriese el generador, pero podríamos intentar probar suerte buscando uno nuevo en la ciudad.

El futuro se veía prometedor.

Pasó el tiempo. El invierno ya estaba a la vuelta de la esquina.

Mamá me enseñaba a disparar utilizando botellas como blanco, mientras Lima y Adrián bromeaban en el umbral de la gran casa y Carlos leía revistas viejas que encontró por ahí. Estábamos todos tranquilos, matando el tiempo.

En un momento vi una figura a la distancia, un hombre observaba desde lejos hacia  nosotros con curiosidad, quizás atraído por el sonido de las botellas estallando.

El arma llevaba silenciador, aunque no previmos que el ruido de las botellas podría atraer a alguien.

Le avisé a mamá enseguida, y ella se alarmó creyendo que era un híbrido. Me ordenó que esperara adentro con Adrián y Lima, recogió su arma y fue junto con Carlos a donde estaba el desconocido.

Esperamos lo que nos pareció una eternidad hasta que los vimos regresar, ahora acompañados.

Un grupo de personas que viajaba lejos de la ciudad para escapar de los híbridos, pasó cerca de la quinta y escuchó las botellas, así que uno de ellos se acercó a ver qué pasaba y fue cuando lo vi. El hombre habló con mamá y Carlos y preguntó si podían unirse a nosotros.

Los recibimos con los brazos abiertos.

El hombre que nos vio desde lejos se llamaba Eduardo. Era alto, moreno y con brazos fuertes. Con él viajaba otro hombre de su edad, Damián, que era mucho más bajo que él, pero no menos valiente; una anciana de nombre Josefina junto sus nietos, Alejo y Thalía, que eran bastante parecidos entre sí: los dos de cabello oscuro y ojos brillantes y azules, aunque eran de carácter bastante distinto.

Entraron a la casa con nosotros y poco a poco nos contaron su historia.

—Yo era el vecino de Josefina —Comenzó Eduardo, quien parecía ser el líder—. Cuando todo explotó la ayudé a ella y a sus nietos que en ese momento estaban de visita a salir del desastre. Mi difunta madre y Jose habían sido grandes amigas, ella es como una tía para mí, por eso decidí hacerlo.
Fuimos hasta la casa de los padres de Ale y Thalía, aunque ellos ya estaban muertos. Fue algo muy duro —Negó con la cabeza—. De ahí volvimos a huir. Vivimos un tiempo en las calles dentro de mi auto, hasta que nos encontramos con Damián —Lo señaló con una sonrisita—, él nos llevó a su casa, en donde vivía a salvo con su esposo y dos personas más que habían encontrado, al igual que con nosotros. Habían estado resistiendo encerrados ahí. Nos unimos a ellos y aguantamos un tiempo más, hasta que los híbridos al fin nos encontraron.
Fue una masacre. Asesinaron a la pareja de Damián y a los otros. Nosotros logramos escapar con lo justo. Después de eso decidimos alejarnos de las grandes ciudades, ir a lugares en los que haya menos personas sonaba más sensato.
Viajábamos por la ruta cuando escuchamos ruidos. Pensamos que eso podía significar que había más personas cerca, y que quizás podrían ayudarnos. Nos estábamos quedando sin comida, así que no teníamos otra opción. Me acerqué a ver qué sucedía, y bueno, el resto ya lo saben —Concluyó.

Eran buena gente, como descubrimos con el transcurso del tiempo. Nos volvimos un grupo muy unido… En especial Lima y Alejo.

Pobre Adrián.




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