Cuando las personas estamos tristes y miramos al pasado, casi siempre buscamos las cosas negativas por sobre las positivas. Y nos enfurecemos porque creemos que la vida es injusta, que el universo nos odia, y no sé cuántas estupideces más.
Pero cuando estamos más alegres, o cuando recordamos algo particularmente alegre, sentimos que, a pesar de todo, tuvimos una buena vida, y buenos recuerdos, y buenos amigos…
Bueno, este es uno de esos recuerdos.
A pesar de que casi muero en el intento.
Adrián, Alejo y yo nos propusimos ayudar a los desconocidos. Y aunque no lo dijéramos, y aunque suena egoísta, los tres lo hacíamos por la misma razón:
Lima.
Ella habría salido corriendo a ayudarlos de haber podido, o de haber sido más habilidosa con las armas, pero Carlos y mamá dijeron tajantemente que no. Que era en vano arriesgarse así por unos desconocidos, que ya la habíamos pasado bastante mal. Y ninguno de nosotros quería contradecirlos…
Al menos en voz alta.
Por eso nosotros tres pensamos que salvar a esos desconocidos serviría para impresionarla, aunque ninguno lo dijo. Alejo para hacerse el valiente frente a su novia, Adrián para demostrar que no era un miedoso (aunque me consta que no lo era). Y yo, bueno. Era un niño, y hasta el momento no había hecho nada de renombre. Quería impresionar a la chica, porque al igual que los otros dos, estaba perdidamente enamorado de ella. Y sería capaz de hacer cualquier cosa que a ella le hiciera sentir mejor.
Y estaba cansado de que me trataran como un niño.
Lamentablemente para nosotros, no ideamos ningún plan en específico. Solo saldríamos corriendo con unas armas hasta donde estaban los híbridos, los asesinaríamos y volveríamos a por nuestras medallas. Algo así era la imagen mental que teníamos.
Sonaba simple el plan.
Pero era obvio que no funcionaría.