El diario de Ethan (híbridos 0.1)

Día 40

Estoy cada día más delgado. Puedo sentir mis costillas si paso mis manos por mi abdomen. Nunca estuve así, ni siquiera cuando vivía afuera y la comida escaseaba. Cuando llegue el día no seré nada más que piel y huesos.

El plan fue discutido y pulido varias veces antes de que al fin decidimos ponerlo en práctica, casi dos semanas después.

Era una noche sin luna, con el cielo cubierto en su totalidad por nubes oscuras que descargaban tonelada tras tonelada de agua con ferocidad.

Había un solo hombre vigilando los almacenes, caminando de un lado a otro con un arma en la cintura, aunque sin alejarse demasiado de la improvisada carpa que le habían colocado para guarecerse de la lluvia. Aunque más que carpa era un simple toldo blanco armado a las apuradas.

El hombre llevaba un piloto para protegerse de la lluvia y el frio, pero nada podía hacer con la visibilidad. Entre la casi absoluta oscuridad y la cortina de agua que caía, una linterna no podía hacer nada para mejorar su visión.

Nosotros estábamos preparados, y el clima nos favorecía.

En el servicio militar mamá había aprendido distintas formas de reducir y dormir a una persona con solo hacer presión o golpear en un lugar preciso. Eso fue lo que hizo con el guardia. Se acercó por atrás y lo agarró del cuello; en menos de un minuto el guardia estaba desmayado en el suelo, y Carlos y yo corríamos hacia ellos.

Sentamos al hombre en una silla bajo el toldo para que luciera como si se hubiese quedado dormido, mamá le sacó la llave y fue a abrir el almacén. Menos de veinte minutos después, los tres volvíamos al colectivo con suficientes provisiones para sobrevivir afuera al menos dos meses. Todo había salido perfecto.




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