El diario de Ethan (híbridos 0.1)

Día 41

Dos semanas más pasaron. Ya teníamos comida, armas, y algunas pocas cosas escondidas fuera del campamento que lograron conseguir los exploradores. Santiago y Alicia habían conseguido una llave de la puerta trasera, que no sabíamos que existía. Solamente teníamos que esperar la noche perfecta para poder escapar.

Y el tan ansiado día llegó. Nos encontrábamos ansiosos, esperando que el sol se ocultara de una vez para poder irnos, pero teniendo que disimular un rato más.

Decidí seguir por última vez a Charlie antes de irnos. Tenía el día libre y no se me ocurría ninguna otra cosa para matar el tiempo.

Llevaba bastante tiempo sin ir, después de lo del hombre no volví a acercarme demasiado, temiendo que reforzara su guardia.

La sorpresa que me llevé cuando iba llegando a su oficina y vi entrar al mismo tipo que lo había agarrado del cuello un tiempo antes. Corrí a esconderme enseguida, y agudicé el oído para escuchar. No podía perderme una sola palabra de esos dos.

—Llegó el momento. —Dijo el hombre con el mismo tono serio de la otra vez.

— ¿Ya? —Preguntó Charlie frunciendo el ceño mientras revolvía algunos papeles buscando algo, hasta que lo encontró y lo alzó—. Acá dice que sería dentro de una semana.

—Una semana más, una menos ¿Qué cambia? —Contestó este—. Por algo te pedimos que estés preparado. Ya compraste a quién tenías que comprar, y todas las armas las tenés bien guardadas, ¿qué más esperamos? Cuando mis hombres vengan nadie va a poder detenernos.

—Está bien… —Charlie se encogió de hombros— ¿A qué hora vienen?

—En… —Chequeó su reloj— una hora, exactamente.

— ¿Quiere tomar algo mientras esperamos? —El líder de la comunidad sacó una botella de whisky y dos vasos de un cajón debajo de su escritorio.

—Por supuesto —Sonrió el hombre, sentándose—. Hagamos un brindis, por la alianza de una nueva comunidad con United World.

No me quedé a ver el brindis. Salí corriendo de ahí como alma que lleva el diablo para buscar a Thalía. Los demás seguían trabajando sin saber que estaban en riesgo. Le expliqué todo en menos de cinco minutos y salimos corriendo a avisarles a los demás. No había tiempo de pensar, ni de ser cuidadoso. No había tiempo para nada. Era correr o morir.

Cincuenta minutos después todos estábamos reunidos en el colectivo, y les estaba contando resumidamente lo que escuché (Algunos tardaron más en venir, como mamá y Alejo, ya que estaban con los de seguridad y fue más difícil que pudieran salir). Cinco minutos más tarde, Alicia y Adrián corrían a la puerta trasera para tenerla lista, mientras Alejo iba a buscar a Carlos al bosque. Tres minutos más y Adrián apareció para avisar que todo estaba listo, antes de ir a la camioneta a encontrarse con Lima.

No esperamos más, y encendimos los motores.

Mi menté pensó en Alberto una última vez, insultándome por no haber hablado con mamá y Carlos para que viniera con nosotros. Era tarde ya.

Algunos de los vecinos que andaban cerca nos miraron extrañados, algunos hasta con miedo, pero no hicieron nada por detenernos. Mamá aceleró, ignorándolos, y fuimos lo más rápido que pudimos hacia la puerta trasera. Al mismo tiempo se escuchaba ruido de grandes camiones, y la entrada del lugar siendo abierta sin resistencia alguna.

A unos metros de la puerta frenamos para que Alicia, Alejo y Carlos subieran al colectivo.

Nos fuimos lo más rápido posible, y sin mirar atrás.




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