El 12 de octubre recibí una segunda notificación:
Mañana es el día. Presentarse en el camino de entrada frente al edificio uno, a las 12 del mediodía. No está permitido llevar ninguna pertenencia.
Hablé con Adrián, Alejo y Lima. Les pedí que cuidaran a mamá, a Carlos y a la pequeña Esperanza. Esa bebé es nuestro futuro, les dije. Nos despedimos con un abrazo, y después continuamos el día como si nada.
Pienso que mamá se dio cuenta de que algo pasaba, aunque no estaba segura qué. Hasta que llegó el momento.
Llovía.
Pareciera que siempre en los momentos dramáticos es así.
Éramos un poco más de dos docenas parados frente al edificio uno. No se escuchaba ni un ruido, solo ojos tristes yendo de un lado a otro. Algunos tenían la ilusión todavía de que los dejaran quedarse.
Era un triste y fresco día de lluvia, con ese aire tan puro que trae consigo. Pero la refrescante lluvia terminó por convertirse lentamente en diluvio.
Los soldados de W.U.U.C, con sus trajes oscuros, comenzaron a rodearnos de a poco para escoltarnos. Tenían las armas apuntando al suelo, preparados por si se daban disturbios, o por si alguno de nosotros trataba de dar marcha atrás.
Yo estaba entregado. No quería que nadie muriera, no quería heridos. Todo iba a salir bien si no me resistía. Solo esperaba que mamá me dejara ir, que entendiera que no había otra solución. Aún dormía cuando me fui. Hice todo lo posible por mantenerla despierta gran parte de la noche así no se enteraba de nada.
No funcionó.
— ¡Ethan! —Gritó ella, apareciendo entre la multitud que nos despedía y forcejeando con uno de los soldados que intentaba retenerla.
—Señora, no puede pasar... —Dijo el tipo, empujándola por los hombros.
— ¡Mamá! ¡Basta! Por favor... —Le grité que me dejara ir. Que era lo mejor para todos, pero ella no quería escucharme ¿Y cómo iba a hacerlo? Ya sabíamos de qué eran capaces estos tipos. Sabíamos que si me iba, no volveríamos a vernos nunca más.
Mamá siguió forcejeando con el soldado, hasta que logró arrebatarle la pistola. Le disparó en una pierna apenas mirándolo, y comenzó a acercarse a mí.
Los soldados que nos separaban le apuntaron con sus armas. Ella hizo lo mismo.
Ahí comencé a moverme. Quería correr delante de mi madre, impedir que le hicieran daño, pero unos brazos a mí alrededor no me lo permitían. El mundo pareció silenciarse. Solo pude escuchar el sonido de tres disparos rasgando el aire, una y otra vez.
Ver a mamá caer al suelo, con los ojos abiertos sin ver, con los brazos inertes y la boca abierta interrumpida en algún grito final, fue lo más duro que me tocó ver en toda mi vida.
No opuse más resistencia. Me dejé arrastrar como un cuerpo sin vida. Como el de mi madre, que yacía en el suelo en un creciente charco de sangre oscura.