el diario de Jonathan

15 de diciembre de 1999

Me desperté, como todos los días, junto a Tamara. Pero esta vez, algo en mi pecho palpitaba con una ansiedad indescriptible, arrastrada por el insomnio que me había dejado exhausto la noche anterior. El cuarto, envuelto en la oscuridad de las cortinas negras que ella había elegido para nuestro refugio, me parecía un poco más opresivo de lo normal. Yo solía ser quien las escogía, pero esa elección suya, tan suya, me daba una extraña sensación de pertenencia. Sentado en la orilla de la cama, observé su rostro sereno entre las sábanas, iluminado apenas por un rayo de luna que se colaba tímidamente por la ventana. Me quedé un instante más del que debía mirándola, como si ver sus rasgos pudiera hacerme sentir menos solo, menos perdido. "¿Te has sentido alguna vez así?", susurré en mi mente, mientras mi vista se perdía en ella.

Este hogar, tan pequeño y modesto, tenía algo que siempre me confortaba, algo en su sencillez que me mantenía a flote. Una habitación matrimonial, una pequeña habitación más, siempre dispuesta para el bebé que tanto soñábamos tener. Cada rincón de esa casa había sido impregnado por nuestras expectativas, como si el futuro ya estuviera allí, esperándonos.

Mi jornada comenzaba con la rutina de siempre. Cinco minutos hasta el hospital, donde trabajaba como auxiliar en el pabellón quirúrgico, en un lugar que no había cambiado en años, pero que para mí tenía una esencia de hogar. Me vestí, el uniforme negro que se me pegaba a la piel por el calor del verano, y mi polar gris que sabía que necesitaría más tarde, cuando el cansancio de la jornada me envolviera. No era la mejor hora para pensar, pero inevitablemente mi mente me arrastraba a lo que había ocurrido esa mañana, cuando Tamara me confesó que este mes tampoco seríamos padres.

No dije nada. Lo guardé para mí, como siempre lo hacía con estos pensamientos que me ahogaban. Me reservaba, no por desinterés, sino por miedo a la incomodidad de verbalizar mis propias inseguridades. Aunque con Tamara no tenía miedo de nada, tal vez solo de no ser suficiente. Después de un beso rápido y de desearme un buen día, me dirigí al hospital, aunque mi mente seguía atrapada en ese pequeño universo de frustración que compartíamos. Siempre fue así, lo nuestro, un vaivén de emociones nunca del todo coincidentes, pero genuinas.

En el hospital, las horas pasaban lentamente. Los murmullos de mis compañeros, las historias que me contaban sobre leyendas urbanas y fenómenos paranormales, me hacían sentir un respiro en medio de la rutina. Me dejaba llevar, disfrutaba la rareza de sus relatos, aunque mi escepticismo nunca me permitiera tomarlo en serio. Pero aquel día, algo se sentía distinto. Sergio, un buen amigo y compañero de trabajo, me relató una extraña historia sobre un libro rojo, cuyo color, según él, alteraba la realidad. "Yo les digo, no más", dijo con esa sonrisa que tanto me causaba gracia, y enseguida desvió la conversación a temas de sectas y fanatismos religiosos. No me sorprendió que estuviera tan obsesionado con esos temas, pero me hizo pensar en lo que me había contado Tamara esa mañana.

Cuando el turno finalmente terminó, tomé el camino de vuelta a casa, sin saber qué esperar. El cerro que daba a nuestro barrio estaba envuelto en una neblina densa, como si todo a mi alrededor fuera a tragarse la luz del día. Al llegar, Tamara me recibió, pero algo en su rostro, en su tono de voz, me hizo saber que algo no estaba bien. "¿Sigues triste por lo del bebé?", le pregunté, sin más. Lo dije suavemente, como quien teme hablar de algo demasiado frágil.

—Sí, algo... —respondió con voz apagada, y en ese momento su dolor se hizo el mío.

La abracé, dejando que mi abrazo fuera la respuesta. No necesitábamos más palabras. Como siempre, preparé algo de comer, huevos con salchichas, algo simple, algo reconfortante. Comimos juntos y nos sumergimos en un anime que no terminó de llenar nuestras expectativas, pero que nos permitió estar juntos en un silencio cómodo, en una burbuja que evitaba que todo lo demás nos alcanzara. Luego, nos fuimos a dormir, pero no sin antes tomar mis pastillas para poder descansar. Era casi un ritual, una forma de desconectar de los ruidos del mundo, de lo que nos dolía.

Antes de que el sueño nos envolviera por completo, ella me miró y, con un suspiro, me confesó algo que no esperaba escuchar. “Haré lo que sea para que tengamos un bebé”, dijo, con la mirada llena de una determinación que me sobrecogió.

Esas palabras ahora me pesan como una condena. ¿Por qué no le pedí que no hablara de esa forma? ¿Por qué no la frené? Tal vez porque, en el fondo, yo también quería lo mismo. Quería ser el hombre que pudiera darle el hijo que deseaba, el hombre que pudiera demostrarle que a pesar de todo lo que había pasado, podía ser un buen padre. Mis propios traumas, mi historia rota, me hacían temer que nunca sería capaz de ser el hombre que ella esperaba. Pero el destino, caprichoso como siempre, parecía decirme que esto debía ser lo que quería, y yo me aferraba a esa esperanza como si fuera lo único que me quedaba.

La abracé, y por primera vez en mucho tiempo, sentí que podía hacer algo bien. Le prometí que haríamos lo que fuera por ser padres. Después de un beso tierno, nos sumergimos en el sueño. Yo, con mis pesadillas recurrentes, esas que arrastraban las cicatrices del estrés postraumático que nunca me habían dejado.

Al despertar, algo dentro de mí había cambiado. Durante el desayuno, Tamara y yo hablamos de posibles soluciones. Ideas que, tal vez, eran más fantasiosas que prácticas, pero que compartíamos con la inocencia de quienes aún creen que el amor puede con todo. Hablamos de nuestros deseos, y por un momento, sentí que podríamos hacerlo realidad. Sin embargo, al fondo, siempre estaba la duda. Una duda callada, que me hacía temer que algo mucho más grande que nuestra voluntad ya se había puesto en marcha. Pero esa mañana, ni Tamara ni yo lo sabíamos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.