el diario de Jonathan

El comienzo del final

Comenzó así el ciclo, una espiral descendente que me arrastró hacia la desintegración total de todo lo que alguna vez consideré felicidad. O al menos, así lo recuerdo ahora. Como una niebla espesa que se va tragando poco a poco lo que antes parecía claro y nítido, hasta que todo lo que queda es confusión y vacío.

Los recuerdos, esos fragmentos dispersos que caen como piedras en la psique humana, tienden a ser bloqueados, enterrados bajo capas de defensa mental. El cerebro, en su intento por protegernos, los borra, los reconfigura, o incluso los oculta. Pero de alguna forma, puedo jurar que esto ocurrió tal como lo recuerdo. Los detalles, las sensaciones, la angustia… todo estaba allí, tan presente, tan palpable. Aunque el tiempo los haya distorsionado y transformado en algo irreconocible, dentro de mí, esos recuerdos siguen siendo fieles a su esencia.

Siempre fui bueno para almacenar información, como si mi mente fuera un archivo perfectamente organizado donde todo encajaba en su lugar. Pero, en esos días, empecé a sentir que la cantidad de información que estaba recibiendo, la intensidad de lo que estaba viviendo, era demasiado. Como si mi cerebro estuviera siendo sobrecargado, incapaz de procesar todo lo que se acumulaba en su interior. Y con esa sobrecarga, vino la sensación de violación, de vulnerabilidad, una sensación que no sentía desde que era niño. Cuando estaba solo con mi padre, y el mundo entero parecía no entenderme ni cuidarme, esa misma sensación de desprotección había marcado mi infancia. Ahora, de alguna manera, estaba experimentando de nuevo esa misma impotencia. Solo que esta vez, no era solo la figura de mi padre la que estaba ausente; era todo lo que había construido a mi alrededor, la ilusión de una vida compartida, de una relación que me daba esperanza, que ahora se desmoronaba ante mis ojos.

Lo peor no era solo el dolor de perderlo todo, sino que sentía que, al mismo tiempo, podría estar perdiéndome a mí mismo. La sensación de desintegración no era solo externa, sino interna. Como si, poco a poco, los hilos que me mantenían unido se estuvieran deshaciendo, uno por uno. Y mientras más intentaba aferrarme a algo, más se desvanecía. No podía sostener nada con firmeza, ni a las personas que amaba ni a mis propios pensamientos.

Lo peor llegó cuando empecé a perder la visión entre lo que era real y lo que no. Los recuerdos, los sueños, las sensaciones, se fusionaban y se confundían de tal manera que ya no sabía si lo que estaba viviendo era realmente mi vida o una distorsión de lo que alguna vez fue. Cada día se volvió una nebulosa, un torbellino de emociones que giraban y giraban, pero nunca llegaban a aterrizar en algo concreto, algo que pudiera comprender. Mis pensamientos, mis deseos, todo lo que alguna vez definió mi existencia se estaba desvaneciendo lentamente. Y, sin darme cuenta, mi propia identidad se volvía difusa, irreconocible.

En ese momento, todo parecía una ilusión rota. Algo que había comenzado como un sueño, una promesa de una vida mejor, se transformaba en una pesadilla que me devoraba desde adentro. Pero, ¿qué fue lo que realmente pasó? Hoy, ni siquiera sé si podré entenderlo del todo. Cada pieza de esa historia parece estar fuera de lugar, perdida en algún rincón de mi mente. Quizás nunca pueda reconstruir la totalidad de lo sucedido, o tal vez ya no importe. Lo único que sé es que, en ese momento, todo lo que creía ser se deshizo, como un espejismo desvaneciéndose al primer rayo de sol. Y me quedé allí, flotando en un vacío, preguntándome si alguna vez volvería a encontrarme a mí mismo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.