El lunes llegó con la promesa de una visita peculiar, y, aunque en el fondo sabía que todo esto de las cartas y la "madame" era solo un juego, una forma de escapar momentáneamente de la realidad, algo en mí estaba dispuesto a darle el beneficio de la duda. El cansancio acumulado, el desinterés por la vida que me envolvía en aquellos días, me empujaba a buscar respuestas en lugares poco convencionales. Y así, con la misma indiferencia que había acompañado a mis decisiones en los últimos tiempos, acepté acompañar a Tamara en esta búsqueda, no con esperanza, sino con esa curiosidad distante que a veces surge en los momentos más oscuros.
Era temprano, aún un poco oscuro afuera cuando me desperté, aunque ya era tarde para estar levantado tan temprano. Sentía el cuerpo pesado, como si la medicación no estuviera cumpliendo su función de la misma manera que antes. El cansancio me llegaba no solo de los pocos descansos que había tenido, sino también de los pensamientos que parecían no abandonarme. La voz de la anciana resonaba en mi cabeza desde la noche anterior, y no pude evitar preguntarme si había algo más en sus palabras, algo que mi escepticismo no alcanzaba a comprender. Sin embargo, la idea de que algo tan trivial pudiera tener impacto en mi vida era absurda. Aun así, tomamos el tiempo para arreglarnos, como si este día fuera a ser solo una pequeña desviación en la rutina.
El lugar, el sitio donde nos dirigíamos, se encontraba sorprendentemente cerca del centro. Un antro oscuro, como salido de otra época, con un aire de misterio y decadencia que no me era ajeno, pero sí inquietante. Al entrar, fuimos recibidos por una anciana peculiar, cuya presencia y mirada parecían penetrar el aire denso de la habitación. Sin cejas, con un pañuelo cubriendo su cabeza, su aspecto me resultó más bien inquietante que sabio, pero me contuve de hacer comentarios, al menos en ese momento. No era el lugar ni el momento para desplegar mi habitual ironía.
La mujer nos observaba fijamente, con una mirada que no supe descifrar. La incomodidad crecía, y, como era mi costumbre, decidí ignorarla. Traté de restarle importancia al ambiente, pero el contacto visual constante de la anciana, como si estuviera mirando más allá de mí, me desconcertaba. A pesar de mis intentos por mantenerme cínico, había algo en su mirada que no me permitía quedarme completamente tranquilo.
Nos sentamos, y la anciana comenzó a tomar la mano de Tamara, quien parecía completamente inmersa en la escena. Yo, por el contrario, me mantuve apartado, mi mente viajando lejos de ese lugar, pensando en mil otras cosas. La anciana murmuró algo, algo que no comprendí bien, pero que suena a lo que esperas escuchar en este tipo de consultas: "Yo entiendo, mi niña, yo sé cuál es tu duda."
A lo lejos, el cuarto parecía un espacio más allá de la realidad. Velas moradas, quemadas a la mitad, se erguían sobre la mesa, lanzando sombras extrañas sobre los muros, y el aire pesado parecía contener todos los susurros de un pasado lejano. Las velas no solo iluminaban, sino que marcaban la memoria de la habitación, impregnada de presencias invisibles que nunca dejaban de acechar. En ese espacio donde el tiempo parecía suspendido, las palabras de la anciana tomaron un giro inesperado.
De pronto, la anciana apartó su cálida expresión y me miró con una severidad que me erizó la piel. Como si me estuviera viendo en otro plano, a través de mis defensas, en un nivel más profundo. "¡TÚ!", gritó, y la sala pareció estremecerse. La voz de la anciana se hizo más grave, más aguda, mientras sus ojos me perforaban, como si quisiera rasgar mi alma. “¡TÚ eres el portador de la miseria y un alma en agonía! Los llevas contigo. ¡Los traes aquí! Siempre los llamas a ti”, sentenció, cada palabra resonando en mi pecho como un golpe frío.
Lo primero que sentí fue incredulidad. ¿Qué diablos estaba diciendo esa mujer? Pensé que se había vuelto completamente loca. Pero, mientras procesaba sus palabras, empecé a sentir una sensación extraña, una incomodidad que no lograba deshacerme de inmediato. La anciana, de repente, parecía más presente que nunca, como si tuviera una visión penetrante de algo oculto en mí, algo que ni yo mismo había logrado descifrar.
Tamara, visiblemente perturbada, se levantó rápidamente, tomándome de la mano. El gesto fue tan inmediato, tan instintivo, que ni siquiera tuve tiempo para reaccionar. La anciana, sin embargo, parecía no detenerse en su condena. “¡TÚ ERES EL PROBLEMA! Los llamas siendo miserable. No puedes verlos, pero están ahí. ¡Llévatelos, miserables!” Las velas se apagaron en ese instante, como si el mismo aire hubiera sido drenado de la habitación, dejándonos a todos atrapados en una oscuridad que ya no podía ser explicada. La anciana, ahora visiblemente desorientada, no parecía saber qué hacer, pero su mirada fija en mí seguía allí, quemándome.
Tamara, como un resorte, me tomó de la mano, y sin decir palabra, me sacó de allí, arrastrándome fuera del alcance de esa atmósfera cargada. Caminamos rápidamente, las luces de la ciudad afuera difusas y lejanas, mientras el peso de lo que había dicho la anciana no dejaba de resonar en mi cabeza. A cada paso, sentía la presión de sus palabras, como si las fuerzas invisibles de la oscuridad me estuvieran acechando.
Al final, Tamara me abrazó, sus palabras suaves y reconfortantes me trajeron algo de calma, aunque mi mente no dejaba de revolotear. “No puede tratar así a mi novio, qué poca educación tiene”, me dijo, mientras me apretaba contra su pecho, como si pudiera protegerme de la tormenta que comenzaba a desatarse dentro de mí. La sensación de estar maldito, de cargar algo oscuro, algo que yo no veía pero que todos los demás podían percibir, me devoraba.
Cuando llegamos a casa, la risa comenzó a fluir entre nosotros, al principio algo nerviosa, pero luego, al hacer de la situación algo cómico, comenzamos a ver las cosas con más ligereza. Tal vez era solo una anciana senil, tal vez solo una broma de mal gusto, pero algo en mí no dejaba de darme vueltas las palabras de la mujer. Esa noche, me costó dormir nuevamente, pero no por insomnio, sino por la ansiedad que sus palabras despertaron en mí. ¿Y si había algo en todo eso? Las pesadillas comenzaron esa misma noche, profundas, abrumadoras, y aunque mi cuerpo descansaba, mi mente no encontraba paz.
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Editado: 19.12.2024