Para este punto, ya no podía dormir con mis medicamentos como lo hacía normalmente. Sin embargo, lograba dormir un poco, lo suficiente para conciliar el sueño y afrontar el desafío del siguiente día. Después de todo, debía seguir siendo Jonathan, ¿no? Debía seguir rindiendo mi vida como se suponía que lo haría. Habíamos comentado sobre la cita para el té, e iríamos con Tamara. Para este día, ya estaba algo más acostumbrado a este ritmo de sueño, así que me encontraba algo más animado. Tener menos horas de sueño me hacía tener menos pesadillas, así que estaba algo mejor. Era como si esta noche algo hubiera cambiado. Me levanté y vimos en la televisión que la anciana tarotista había sido asesinada, estrangulada en su despacho por la noche, el mismo lugar donde habíamos ido hace unos días. Al parecer, habían entrado por la fuerza, ya que se necesitaba la fuerza de más de tres hombres para romper la puerta y avalanzarse sobre la anciana, según decía el reportero. El extraño crimen tan agresivo, pero sin pruebas constantes…
—No viste venir eso, ¿no? ¡Anciana mística! —solté por instinto.
A lo que Tamara sonrió y luego me dijo que no debía hacer esos comentarios.
—Pero era media rara —sentenció finalmente.
A lo que solo respondí con el cliché de:
—Está bien, pero nadie merece que lo asesinen así.
Para acabar el tema, continué tomando mi té y el día transcurrió con Tamara en casa.
Disfrutamos del día libre de ambos en casa, tomando el té de la mañana y hablando. El día nos dio el tiempo suficiente para ir a la cita del té con los ancianos. Esta ciudad no es muy grande, sin embargo, este lugar nos quedaba bastante cerca. No fue difícil llegar a la casa, la cual estaba a pie del cerro, pasando unos bares y centros de vanguardia, a la hora de salir, lo que me era bastante ajeno. Este sitio también era reconocido por numerosos hostales y hoteles bastante renombrados. Tocamos el timbre y miré a Tamara, quien tenía una sonrisa de agrado en su cara blanca. Era un lindo panorama venir a tomar el té, sobre todo en esta ciudad famosa por su bohemia y vida nocturna. De repente, salió a la puerta el hombre calvo, de piel estéril, y me reconoció en un segundo. Llevaba la misma ropa y el mismo libro en su mano. Su esposa se presentó junto a él de inmediato, al costado de la puerta. Se presentó como la señora Gladis, como si le costara pronunciarlo, mientras abría la reja exterior de la casa y nos decía:
—Franck es muy callado por alguna razón… —parecía algo ensayado—. Pasen, pasen —dijo con un ademán, invitándonos a entrar.
Entramos finalmente en la casa, con un tono antiguo y una decoración un tanto plantada y fría, con aquellos tintes de los años ochenta que ya no estaban de moda hacía tiempo. Tamara alababa cada aspecto del hogar y parecía, con su sonrisa, iluminar la casa estéril de los viejos, mientras yo me mostraba más pensativo y sobrio, como si fuéramos alguna especie de versión joven de estos ancianos, con personalidades algo distintas entre sí. En el plan de contribuir con el voto de silencio de Franck, caminé sin hablar hasta una mesa que parecía predispuesta y me senté. Finalmente, nos sentamos y tomamos el té, mientras comentábamos por qué el té era más sabroso que el café. Tamara, una vez más adentrada en la confianza del lugar, comenzó a comentar sobre nuestras ganas de ser padres y de lo ocurrido con la anciana, lo que nos provocó una risa.
De pronto, Gretchen tomó mi mano en extraño calco de la situación y me dijo suavemente:
—¡Oh, cariño, tú no eres el problema! Se ve que eres un gran chico, el mejor para esto… —y se detuvo de repente para mirarme comprensivamente. Luego miró a mi novia y le dijo que tampoco había algo malo en ella y cómo éramos una gran pareja.
—Solo es cuestión de tiempo —sentenció finalmente. Su carácter amoroso y comprensivo contrastaba con el hecho de que era la primera vez que nos veíamos.
—Franck sabe un poco de cuando ocurren estas cosas, ¿sabes? —dijo ella, pero no le gusta hablar de eso.
—O sea, ¿que usted sabe qué puede ser? —respondió rápido Tamara.
Mientras el anciano asentía con la cabeza tímidamente, el anciano, de pronto, se paró de la mesa y se sentó melancólico en un sillón individual a escuchar una estación de radio antigua. La anciana, entonces, en voz baja, nos contó en pocas palabras cómo su esposo solía ser un sacerdote fuera de este país. Tuvieron casos similares, pero claro, sin éxito —replicó. Aprovechó para contarnos que se encontraban en la ciudad porque aquí trataban médicamente la afección que afectaba al hombre, en el hospital donde yo trabajaba.
Había sido una gran tarde: buenas historias, buen té, y comencé a tomar galletas debido al cigarro de marihuana que había fumado antes de venir. Al final de la visita, todo parecía bien, así que nos fuimos a casa, despidiéndonos de los ancianos. Al despedirnos, Gretchen nos dijo suavemente:
—Intentaré convencer a Franck —y luego nos sonrió.
Llegamos a casa algo exhaustos, mientras comentábamos sobre la tarde. Nos acostamos y dormimos. Como siempre, Tamara se durmió antes que yo. Tardé un poco más, pero esta ocasión no tuve parálisis del sueño. Solo me asaltaron las dudas al momento de casi caer dormido, preguntándome por qué Franck no soltó nunca el libro y por qué Gretchen decía que yo era perfecto para esto. Comencé de pronto a pensar demasiadas cosas, como si fuera un torbellino. Sentí demasiadas cosas de momento, el sentimiento de sentirme agobiado, más el hecho de no recibir el afecto de las constantes pesadillas. Claro, eran muy amigables, pero… ¿y si hubieran querido robarnos o matarnos? ¿Habría sido mi culpa? Pensé tanto que, luego de estresarme, me dormí antes de llorar. Después de todo, ¿había sido un buen día, no?
Estas pesadillas comenzaron a bombardear mi cabeza otra vez, junto con el cuestionamiento de si estaba listo finalmente para ser padre, o si era digno de ser considerado humano.
Odio estas noches, pensé. Pensé que habían quedado en el pasado...
#1736 en Thriller
#823 en Misterio
#378 en Paranormal
terror paranormal y psicologico, paranoia y enfermedad mental, misterio drama
Editado: 19.12.2024