el diario de Jonathan

14 de febrero de 2000

El día había comenzado como cualquier otro, pero a medida que avanzaba, sentí que el peso de todo lo que había sucedido en las últimas semanas se había aligerado un poco, como si el simple hecho de seguir adelante con las pequeñas tradiciones que compartía con Tamara me ofreciera un respiro, aunque fugaz. El detalle de las flores, el gesto simple pero significativo, fue mi intento de restaurar algo de normalidad en medio del caos que parecía envolvernos. Tamara siempre valoraba esos momentos, esos gestos aparentemente pequeños pero llenos de significado. Tal vez, pensaba, lo que necesitaba era concentrarme en las cosas simples, en esos momentos que nos hacían sentir humanos, lejos de la oscuridad que había comenzado a asomar en mi vida.

Sin embargo, la noche comenzó a tomar un giro inquietante, aunque no lo supe inmediatamente. Mientras cenábamos, Tamara notó a Franck y Gladis en una mesa distante. Lo primero que me llamó la atención fue el libro carmesí que Franck llevaba consigo. Aunque intenté restarle importancia, no pude evitar que la extraña imagen del anciano sosteniendo ese objeto, tan llamativo, me dejara con una sensación de incomodidad. Lo había visto antes, en el sótano, en el momento de aquel extraño encuentro. Pero no quería darle demasiada vuelta a eso, no quería ser el tipo que siempre conectaba todos los puntos con lo paranormal. Después de todo, no creía en esas cosas, ¿verdad?

Lo que sí me llamó la atención fue cómo Tamara se acercó a Gladis, cómo se saludaron con familiaridad, como si todo fuera completamente normal. Yo, por otro lado, me sentía algo desconectado. El alcohol, como siempre, me daba una sensación de flotación, de desconexión con la realidad. A pesar de mi intento de parecer el hombre controlado y sin vicios, la verdad era que esa noche, como tantas otras, el alcohol había sido mi compañero solitario, el que me permitía escapar, aunque solo fuera por unas horas, de mis propios demonios. Y en ese estado de semi-bajo control, me di cuenta de que en mi vida no era el héroe de la historia. Si acaso, el antagonista. El miserable que atraía lo malo. La autocrítica me azotaba mientras trataba de parecer el tipo amable, el novio atento, el hombre correcto. Pero las sombras seguían ahí, y la verdad, me estaba comenzando a agobiar.

Fue entonces cuando Gladis, con su tono amistoso, pero cargado de una seriedad que no había notado antes, mencionó algo que captó mi atención. Había hablado con Franck. ¿Sobre qué? ¿Y qué quería decir con "puede ayudarlos"? Mi mente se nubló aún más, los detalles comenzaron a perder coherencia, como si las piezas de todo esto estuvieran encajando de una manera que no podía entender. Y, como si se tratara de algo trivial, Tamara aceptó inmediatamente, sin cuestionar nada, sin dudar. "Mañana", dijo. ¿Qué demonios iba a pasar mañana? ¿Por qué no estaba al tanto de nada? Una vez más, sentí esa sensación de estar fuera de lugar, como si todo estuviera ocurriendo sin mi consentimiento, o al menos sin mi entendimiento.

Cuando nos despedimos de Franck y Gladis, el ambiente me pareció aún más raro, más cargado. El viejo libro carmesí, el tono de voz de Gladis, el modo en que todo parecía tener más peso del que le quería dar… y sin embargo, lo dejé ir. Como siempre, preferí no cuestionar, no mirar demasiado, no analizar. A veces, cerrar los ojos ante lo que está frente a ti es lo más fácil, ¿verdad?

En el camino de vuelta a casa, entre las luces de la ciudad y las sombras de mis propios pensamientos, no pude evitar pensar en lo que había sucedido esa noche. La ciudad, tan gótica y sombría, me hacía sentir como si fuera parte de algo mucho más grande, como si fuera una pieza en un tablero cuyo destino estaba fuera de mi alcance. La gente, las calles, todo me parecía tan ajeno, como si yo fuera solo un espectador en una obra que ya había comenzado sin mí. Y, en mi mente, la idea de convertirme en algún tipo de protector, como un Batman sin capa, se me apareció nuevamente, aunque como un pensamiento fugaz, casi irreal. Quizás la sensación de impotencia, de no poder hacer nada ante los eventos que parecían desbordarme, me empujaba a buscar una forma de control, una forma de influir en lo que me rodeaba. Pero, como siempre, esos pensamientos se desvanecían tan rápido como venían.

Fue Tamara quien me sacó de mi trance, con su comentario sobre el frío. Ella, siempre tan atenta a los detalles, me hacía recordar que no todo estaba en mi cabeza, que había cosas que no podía controlar, pero que tampoco importaban. Lo importante era el ahora, lo que compartíamos, lo que podíamos vivir juntos, sin mirar demasiado atrás ni hacia adelante. ¿Por qué me costaba tanto aceptar eso? Tal vez porque lo único que sentía últimamente era que mi vida era una serie de acciones predestinadas, que no importaba lo que hiciera, que todo lo que venía estaba ya escrito. El libro de Franck, la anciana Mayonesa, esos encuentros extraños… cada uno parecía ser una pieza más en un rompecabezas que no terminaba de encajar.

Finalmente, en casa, cuando la noche terminó y el cansancio me envolvió, pude descansar. Al menos, eso creía. El alcohol, el cansancio y el amor me dieron un respiro, pero las dudas seguían ahí, en el fondo de mi mente. Mañana, pensaba, sería otro día, pero algo me decía que las cosas estaban lejos de ser tan simples como lo deseaba. Sin embargo, me dejé llevar por la corriente, como siempre, esperando que el día siguiente trajera consigo respuestas.

Lo que no sabía, era que el mañana traería más preguntas.




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