Desperté a las cinco de la madrugada, y obviamente Tamara dormía como lo haría la gente normal. Por alguna razón, al dirigirle la primera mirada, sentí una extraña sensación que desapareció rápidamente. No debía levantarme hasta cerca de las ocho de la mañana, así que consideré tomar otra dosis del medicamento que ya había doblado, pero en su lugar solo tomé dos tragos de la botella de licor que guardaba oculta en la casa para esos momentos en que quedaba solo, lejos de los ojos juzgadores de los demás. Fumé algo de marihuana y volví a dormirme. Esta vez no tuve pesadillas. Pude despertar antes que Tamara y le hice el desayuno.
Esta rutina de sobrecompensación por mis excesos secretos era algo seguro para mí, una cadena que se sentía cómoda y segura. Comimos y compartimos la mañana, y a la hora del almuerzo, comimos pollo con verduras, lo cual disfrutaba aún más con ella, sentados en nuestro comedor. Entre hoy y ayer, no había tenido tantos recuerdos del pasado, y me venía bien tener suficiente compañía para sentirme a gusto. Charlamos sobre cómo estos ancianos podrían ayudarnos a concebir nuestro hijo, o si solo, después de tantos meses, no habíamos tenido suerte. Después de todo, hacíamos todo lo normal para poder traer a un bebé a este mundo. Mi condición de sentirme infrahumano era solo mental, ¿verdad? Biológicamente debería ser igual a todos.
Obviamente, estas reflexiones no salían de mi cabeza. Caminamos entonces, enfilando nuestro destino a la casa de los ancianos, a pasar nuestra tarde-noche en busca de la profecía del no nacido, pero anhelado. Al llegar a la casa de los ancianos, ellos parecían más serios, apresurados, como si quisieran que entrásemos cuanto antes. El viejo cargaba, como siempre, su libro carmesí, mientras que Gladis llevaba un extraño pañuelo del mismo color en su brazo. Nos sentamos en la mesa y comenzamos a tomar el té con galletas. El rostro de la anciana se volvió serio después de unos sorbos de su taza y declaró:
—Podemos ayudarlos, niños. Pero deben confiar en nosotros.
Eso me dejó completamente intrigado. Me sentí demasiado estresado, así que pedí una pausa para ir al baño, donde me drogaba y bebía un poco de la botella de licor que había comenzado a traer conmigo.
Luego de un rato, me incorporé y tomé la mano de Tamara, que estaba más cerca de lo normal. Sentí un tono de preocupación de su parte. Mientras tanto, Gladis mencionaba un antiguo demonio que se colgaba de las parejas y no las dejaba concebir, mencionando que no era culpa de ninguno de los dos, justo cuando comenzaba a cuestionarme mi culpabilidad en esto. El demonio, que era conocido por Franck, había sido un problema con el que él había lidiado en el pasado. La sola mención de ese nombre parecía doler al anciano. Finalmente, habló:
—Podría alejarlo por un momento, pero no puedo eliminarlo —dijo en voz baja.
La anciana nos miró con rostro compasivo. Mi aturdimiento había desaparecido y solo tomé la mano de mi novia y dije:
—Todo por ser padres. —Le sonreí a Tamara y ella me sonrió de vuelta.
Terminamos el té y comimos más galletas, como si estuviéramos en el cuento de Hansel y Gretel, entre el silencioso viejo y el té de la anciana. Finalmente, la tarde se extinguió, y la noche cayó como un telón de teatro sobre nosotros, como si fuéramos los decadentes actores de una obra rota, separándonos de la realidad, como se aparta el alma de un cadáver.
Una vez entrada la noche, los ancianos comenzaron con su extraño ritual. Siempre apoyé la mentalidad abierta y variada de Tamara, pero sentía que esto era demasiado esoterismo para mi gusto. Encendieron las velas justo cuando bajaba el voltaje en aquella vieja casona de techo alto y aspecto atascado en otra década. Nos sentíamos más cansados de lo habitual. Podía notar cada bostezo de mi novia y sentir mis ojos más pesados entre bromas sobre los efectos relajantes del té con canela. Recuerdo poco desde este momento, pero la cara de seriedad que de repente mostró Franck es algo que no olvido. Su rostro pálido parecía llenarse de una ilusión seria, como un soldado a punto de disparar. Mientras Tamara, que para este entonces había cambiado a un sillón más cómodo, se había quedado dormida, o al menos eso parecía.
Fue entonces cuando Gladis comentó:
—Parece que están muy cansados, tal vez deban descansar aquí un momento.
Quise replicar, alegando que nuestra casa estaba cerca, pero no pude expresarme con claridad ni decisión.
El siguiente momento que recuerdo es estar de pie. Las palabras de la anciana se perdían entre las palabras que el viejo Franck recitaba de su libro carmesí. Luego me sentí finalmente desnudo, viéndome a mí mismo, con extrañas marcas en mi cuerpo. Desearía no tener tan desdibujada la línea entre la realidad y los recuerdos, entre sustancias que distorsionaban mi realidad. Sentía la sensación de estar ebrio y eufórico, sin tener control de mí mismo, invadido por un instinto salvaje. Para entonces, ya estaba completamente oscuro y solo las velas débiles iluminaban la casona antigua y el extraño ritual que escuchaba como estática de fondo en mi cabeza taladrada. Lo siguiente que recuerdo es sentir mi cuerpo desnudo y el de Tamara en el piso, mientras el balbuceo de Franck se hacía eco por toda la casa. La anciana decía:
—Ahora sí... ahora podrá nacer...
Estaba lejos... pero era él.
Recuerdo sentir un calor indescriptible, como si mi piel se quemara desde dentro. La sensación del tacto estaba alterada. Tomé un par de cosas, pero mis dedos o manos se sentían más largas, más torpes. Lo que pensé que era el aturdimiento, en realidad solo podía compararse a entregarme al impulso más salvaje y carnal del ser humano, a la completa falta de razón. Como aquel ataque de ira, la adrenalina y el calor me envolvieron. Toqué mi cara, pero sentí la sensación de uñas sobre mi rostro, esta vez ausente de la barba que traía desde hacía tres años.
De pronto, sentí cómo perdía un poco de esta sensación al levantarme del piso, exaltado por querer conseguir más sensaciones. De repente, me vi con mis manos y cuerpo sobre la anciana Gladis, quien luchaba por respirar, mientras a cada exhalación sentía extinguirse su vida. Mientras intentaba soltar un "Franck, ya es suficiente", ahogado entre la presión sobrehumana, mi siguiente recuerdo ocurre luego de todo esto, y es algo anticlimático.
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Editado: 19.12.2024