el diario de Jonathan

16 de febrero de 2000

Comenzaba el día, y así iniciaron una serie de sucesos extraños que comenzaron a pasar tanto a nivel personal como alrededor de mí. Desde ese día, algo me persigue a donde voy, o donde quiera que pueda ir, hasta ahora. Me levanté y comencé a sentir esa extraña sensación de puntada o presión en mi cabeza, la cual solo sentía en mis peores momentos, cuando estaba al borde del colapso. Lógicamente, esa era una de las razones por las que tomaba mis medicamentos, así que tomé una más, aparte de la dosis doble que ya estaba tomando. Sin embargo, el dolor de cabeza no desapareció. Esto hizo resonar en mí todos los síntomas que había estado buscando dejar atrás.

Tamara, obviamente, dormía como de costumbre, mientras yo estaba partiéndome la cabeza, sosteniendo todo este sueño que me atreví a vivir, como un asqueroso vago entrando en un restaurante caro y elegante. Todas mis energías se concentraron en no sentir que caía en un agujero de retroceso. Mis horas de sueño ya estaban reducidas. No podía regresar a todo esto por lo que luché para llegar hasta aquí, ¿verdad? Esa sensación no me abandonaba, pero no me mataba. Era su rehén cada cierto tiempo, con síndrome de Estocolmo.

Tamara parecía entonces más distante, más callada. Era como si todo hubiera cambiado entre nosotros en un solo día. Ella estaba distante de mí, y por alguna razón, nadie comentaba nada sobre la noche anterior ni sobre lo ocurrido con los ancianos. Quiero creer que no lo recordábamos, pero por alguna razón, desde ese día, no fue tan fácil saber qué pensaba o sentía mi novia. Esos ojos claros, los cuales solía descifrar sin problemas, ahora se convertían en un misterio cada vez más profundo.

Ella hoy tendría turno de noche, mientras yo, a contracorriente de mis recurrentes turnos de mañana, pasaba las horas con cirugías y silencio hasta pasadas las veinte horas. No pude ver a mi novia durante el día, por lo que no volvimos a vernos en este día lleno de incertidumbres y recuerdos del pasado. Comí la comida que ella había dejado para mí durante su estadía en la casa, y mientras cenaba, sentí unos extraños ruidos provenientes del piso de arriba, como el sonido de la carne de un pie descalzo paseando. Lo que sabía que era imposible.

Al volver a oírlo, se activó en mí la adrenalina y la preocupación. Pero al sentirlo de nuevo y confirmar que había algo, mi corazón latió rápidamente. No por el miedo a imaginar que estaba solo en casa, sino porque sea lo que sea, estaría a mi merced total en mi propia casa. A las diez de la noche en punto, subí las escaleras, en adrenalina pura. Pero lo que vi al llegar a la oscuridad total de la habitación cambió mi adrenalina por temor y un vacío profundo, solo comparable con la sensación de que me arrancaran el corazón desde el pecho.

Era un pequeño bebé de color amarillo, con venas prominentes y ojos naranjas sin pupilas, similar a un niño arlequín, que también tenía el tamaño de un recién nacido. Eso explicaría mi sensación de que el sonido provenía de un gato o algo de ese peso. Solo me miró fijamente y soltó con voz de adulto:
—Ella es mía ahora.

Y se derritió en un charco de sangre oscura, casi negra, sobre el piso. Después de unos segundos, sin poder moverme, logré encender la luz, solo para notar que todo el charco había desaparecido y aquel bebé, que parecía haber salido de debajo de mi cama, no tenía rastro alguno que seguir. Aún tenía un dolor de cabeza horrible, así que tomé mi medicación y me metí en la cama, esperando que este día terminara.

Demasiado estresado, apagué todas las luces de la casa, menos la televisión. Necesitaba algo de sonido, aún estaba bastante nervioso por todo lo ocurrido. Estaba a punto de dormir cuando recibí una llamada de Tamara desde el trabajo, lo cual era tremendamente inusual. La llamada consistió en contarme cómo, luego de un test de embarazo que una compañera de su turno le sugirió hacer, había salido positivo. Así que finalmente, estábamos esperando al ansiado bebé, el fruto de nuestro amor manifestado dentro de ella.

Este momento de absoluta felicidad entre ambos se vio interrumpido por aquel bebé en la esquina, que me sonreía desde la oscuridad de la habitación. Mientras, de su boca sin dientes, parecía salir una expresión que me hacía conectar toda esta situación y sus extrañas palabras antes. Me quedé un momento en silencio y compartí unas palabras de felicidad con mi novia.
—Sé que debí habértelo dicho en persona —replicó Tamara a través del teléfono—, pero es claro que estaba tan feliz que no podía esperar. Usar el teléfono de su unidad parecía una buena opción.

Finalmente, ella continuó con su trabajo, y yo con mi intento de dormir, sintiendo cómo esa cosa se paseaba por la casa, dando pasos torpes y haciendo el mayor contacto posible entre el piso y su cuerpo desnudo. Por supuesto, lo ignoré, mientras sentía en mi cabeza el eco de "ella es mía ahora" cada ciertos minutos.

En la última transmisión de las noticias del día, pude ver un titular sobre dos ancianos que habían huido de un país europeo y ahora se encontraban detenidos en esta ciudad por cargos de: secta, abuso contra sus seguidores, satanismo y sacrificios humanos. Estos extraños sectarios de los rituales eran bastante familiares, aunque intentaban tapar su identidad. Los nombres de los detenidos eran Franzh McMiller y Gretchen McMiller, un anciano matrimonio que declaraba haber venido a este lugar en busca del "príncipe de la desgracia", un simbólico líder de su secta, quien sería elegido por su deidad para engendrar un demonio en este mundo, quien debía gobernar el nuevo mundo que este crearía.

La detención ocurrió tranquilamente, hasta que el anciano comenzó a descontrolarse por dejar caer un objeto... Era un libro carmesí. Y algo hizo "click" en mi cerebro. O más bien, fue como un derrumbe, miles de rocas cayendo sobre mi lóbulo frontal. No podía dejar que Tamara viera esto. No podía dejar que nadie supiera esto. No podía dejar de pensar en esto. No había duda de que eran ellos. No fue una pesadilla, todo ese extraño ritual. ¿Cómo unos ancianos podían almacenar ese poder? ¿Qué tenía que ver ese libro? ¿Por qué era tan valioso? Si tenía todas las respuestas, ¿por qué no podía ser feliz? Maldito viejo... pensé. Ahora todo estaba conectado. O estaba demasiado paranoico... o estaba demasiado asustado.




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