Estos días, sin duda, han sido un cambio radical, pero al mismo tiempo, un cambio sutil, como un pequeño hilo de agua que ves todos los días, solo que esta vez va en dirección contraria. Es extraño cómo algo a lo que le dedicamos solo un segundo de nuestro día puede resultar tan significativo para el resto del mismo. Claro, esto también se aplica a mi relación con Tamara, ya que, en mi aspecto personal, había vuelto a sentir todo esto, y me sentía en caída libre desde el balcón alto desde el que tanto me había esforzado por subir. Cuanto más alto intentaba llegar ahora, más debía afrontar la caída que yo mismo había provocado. Todo esto, por supuesto, lo mantenía alejado de Tamara y del mundo, pero, por otro lado, sabía que esta vez podría sobrellevarlo mejor, porque era más grande, más fuerte... pensaba todos los días en esto. Casi no podía saber qué pensaba mi cabeza; tenía tantos caminos, tantos "peros" en estos, que no sabía por cuál decidirme. Ya no solo durante el día, sino también durante las noches de insomnio que habían vuelto, lo que me tenía muy irritado y desgastado. El hecho de que los medicamentos no parecieran hacer efecto no era más que un negativo extra.
Tamara, aquella figura que me parecía casi angelical y hermosa, hoy era indiferente hacia mí, y yo un tanto hacia ella, como si ambos supiéramos un secreto mortal que acabaría con el otro. Esta cautela, este hermetismo, me estaba comenzando a saturar. Ahora me llenaba de furia verla dormir tranquila, mientras yo lidiaba con todo esto, sin saber qué fenómeno me seguía a donde iba, repitiéndome una y otra vez "ahora es mía". Esa frase se hacía cada vez más pesada, a medida que Tamara se volvía más indiferente hacia mí. Me sentía en su ausencia de pasión como si solo hubiera sido el donante, o como si temiera la intimidad conmigo, como si yo le asustara. Después de todo, tal vez todo esto, este dolor y esta miseria que aguantaba dentro de mi cabeza, había comenzado a desbordarse y escurrirse hasta alcanzar finalmente a mi novia.
Este espiral, del cual no me salvarían ni los medicamentos ni el alcohol, no solo era auditivo ni visual, sino que también podía olerlo, embriagando así mis cinco sentidos con las manifestaciones paranormales que me asolaban cada vez más. Esa roca con la que me sentía comenzaba a convertirse en arena, arrastrada por el oleaje sin compasión. Pero debía ser mi culpa, ¿verdad? No podía pensar que tal vez todo cambiaría, que tal vez algún día podría ser feliz. Comencé a verlos y a oírlos tanto en el trabajo, en las sombras del viejo pabellón, como en las sombras de la soledad de mi casa, la cual se volvía cada vez más lúgubre a medida que pasaba el tiempo.
Viviendo esta pesadilla, adornada por fuera por la llegada de nuestro futuro bebé, lo que no dejaba de darme ansiedad y preocupación. Solo mi mente estaba al límite. ¿Esto no es real, o sí? Ya ni sé qué opción sería peor. Los recuerdos de esa noche con los ancianos comenzaron a florecer en mí como el lirio diabólico sobre la tumba de algún forajido. El más recurrente era el de mí sintiendo esa extraña sensación en mis manos y cuerpo, extrangulando a la anciana, que ahora sé que se llamaba Gretchen. Tamara había preguntado por ellos, pero solo dije que no sabía nada sobre ellos. No era tan común la comunicación fluida, menos con gente de avanzada edad. Mentirle cada vez más a la madre de mi hijo me estaba pudriendo lentamente, como aquella manzana incrustada en la espalda de Gregor Samsa, que al pudrirse totalmente acaba matándolo en el olvido de su habitación, rodeado por su familia. En ese mismo olvido, mi alma se adentraba cada vez más, mientras mi cascarón vacío sostenía el peso de la vida que me había dado el lujo de crear antes de comenzar a caer por el espiral. Lo único que cambiaba en mí eran mis ojeras.
Los flashbacks que tenía, en los que me sentía lleno de furia y júbilo colgado del cuello de la anciana, contrastaban con el dolor y la apatía que sentía normalmente, día tras día. Todo esto me parecía un precio pequeño por mantenerlo bajo control. ¿Qué podría hacer con tantos pensamientos? ¿Y si dejaba que estos sentimientos de placer a través del descontrol de mi humanidad me corrompieran? ¿Lo sentía cuando estaba enojado con Tamara porque ella dormía? ¿O lo sentía con mi futuro hijo? En un momento me costaba creerlo, pero al pasar de los días me di cuenta de que este recuerdo no solo dilataba mi vacío, sino que también le daba, de alguna forma, sentido a mi psique. Intentaba recordarlo en la más completa soledad, para poder apreciar todo ese subidón de energía y adrenalina que sentí en ese momento, como un niño aferrado a un recuerdo feliz. Pero, según las reglas sociales, no debía encontrar placer en esto, ¿verdad? Y, sin embargo, ¿por qué se sentía tan cómodo ahora?
Otra vez... Tamara duerme. Cada día más distante. Cada día más dormida. Cada día menos mía. Cada día más cerca del colapso, pero en este punto ya no sé si mi propia credibilidad es confiable. ¿Cómo podría estar imaginando tantas cosas? Conocía bien a mi novia, pero ¿me conocía bien a mí mismo? Tengo veintidós años de su vida que no conozco. ¿Cómo puedo saber todo de ella, entonces? Pero eso me daba ventaja. Eso significa que también podía guardar mis secretos, mi propia cruz. Claro que puedo sostenerla. Claro que podré encontrar un desvío a esta furia y a este vacío. Intentaré dormir.
Pero de pronto, sentí esa voz tan familiar diciéndome:
—Ves, ya es mía.
Miré en las sombras de mi habitación buscando al bebé. Las cortinas negras. Observé todo, pero nada. Esta vez parecía venir desde dentro de Tamara... ¿Qué era esto? ¿Estaba dentro de ella ahora? ¿O siempre fue él? ¿Siempre ha sido mi hijo? ¿El bebé entonces realmente es un demonio? ¿Realmente debe nacer? ¿Debo impedirlo? No quiero perder a Tamara. ¿Por qué quiere quitármela? Pero después de todo, es mi hijo, ¿verdad?
#1384 en Thriller
#650 en Misterio
#293 en Paranormal
terror paranormal y psicologico, paranoia y enfermedad mental, misterio drama
Editado: 19.12.2024