el diario de Jonathan

16 de marzo de 2000

Se cumplía entonces un mes desde que estábamos esperando al bebé, y sentía que podía cargar con todo. Si bien la relación con Tamara no mejoraba, tampoco empeoraba. Continuábamos sin estar tan cerca como antes, pero ambos sentíamos que tal vez era efecto del embarazo, o de la planificación de nuevas cosas en nuestras vidas. Era como si todo transcurriera, pero con un extra, con una energía adicional que me aportaba la espera del bebé que venía en camino. Sentía que aún era muy pronto para hablar de nombres o del sexo del bebé. No había vuelto a oír nada desde el interior de mi novia, y me sentía algo más tranquilo, más adecuado a las horas de sueño reducidas, tomando pequeñas siestas para intentar recuperarme. Pensaba que finalmente la medicación comenzaba a hacer efecto, después de todo, solo había pasado cerca de un mes desde que aumenté la dosis, y de alguna manera, todo parecía estar mejor.

Aunque, aún podía ver en las sombras pequeños bultos y oler ese aroma a carne descompuesta que me acechaba en mis momentos de soledad o de oscuridad. Ya no necesitaba recordar la sensación de euforia para sentirme vivo. La idea del nuevo nacimiento me llenaba en ese momento. Por otro lado, de ese recuerdo surgió otro similar, de mí extrangulando a una anciana en completa oscuridad, con una violencia aún mayor, como si me abriera paso entre puertas para llegar a mi objetivo, como un cazador sediento de sangre en la noche.

Durante mis idas y venidas al trabajo, comencé a observar o percibir gente que me vigilaba. Al principio pensé que era mi imaginación, pero pronto supe que estaba equivocado.

Ahora que lo pienso, imaginar todo esto y admitir que mi percepción de la realidad se había roto era mucho mejor que lidiar con todo lo que estaba pasando. No podía dejar de pensar que eran los sectarios quienes me observaban, que estaban vigilando también a Tamara. Querían al bebé, o solo estaba muy preocupado. Mientras seguía bebiendo a escondidas y ocultando los fenómenos, además de ver a los ancianos en la cárcel, me estaba destruyendo, y no sabía cuánto más podría soportar. Me sentía cada vez más podrido, y sentía que ese aroma a pudredumbre llegaba hasta Tamara, quien sabía que le escondía algo. Ella no había dicho palabra alguna sobre aquella noche extraña; solo estaba distante. Solo evitaba las conversaciones donde se entra en confianza, solo me evitaba, dejando de ser mía cada día más.

Esta recaída terminó de acabar conmigo, cuando intenté acercarme a Tamara, pero fui rechazado amablemente, aunque lo sentí más como condescendencia, como si me evitara por temor. Esa noche no dormí. Pude sentir ese olor toda la noche, bebí más de la cuenta, lo suficiente para oler extraño cerca de Tamara, quien, al acostarme a su lado, parecía notar algo, pero no dijo nada. Esto me dolió más que cualquier reproche. Al dormirse, pude escuchar desde su interior:

—¿Disfrutaste el descanso?

Seguido por una y otra vez, la frase que me atormentaba:
—Es mía. Es mía. Es mía. Es mía.

Esto me terminó de hacer caer nuevamente en el espiral, después de casi diez días pensando que me recuperaría, o que podría sostener todo yo solo. Después de todo, ¿a quién podría pedir ayuda? Estaba atrapado. Solo debía esperar la llegada de mi bebé antes de consumirme a mí mismo. De seguro, con su llegada todo sería distinto, y podría dejar atrás todo este pasado y presente tan complejo. Solo debía estar imaginando todo.

Esa noche, dentro de lo poco que dormí, tuve un sueño bastante extraño. Si bien sentía la presión de estar en una pesadilla, no sentía miedo, sino calma. Podía verme caminando por un espacio no físico, en el centro del cual había una escalera que descendía hacia un hombre. Su cabello blanco, casi rubio, y su piel completamente pálida parecían una invitación a la misericordia, tan esquiva para mí. De pronto, me sentí aplastado bajo un gran peso, que luego descendió y se sostuvo en mis brazos, los cuales sentía a punto de caerse. Pasó algún tiempo antes de darme cuenta de que lo que traía en mis brazos era un bebé de dos cabezas: una cabeza de bebé con ojos naranjas, y una versión pequeña de la cabeza de Tamara, insertada en el cuerpo del bebé, como si no reaccionara, a diferencia del bebé que sonreía maliciosamente.

El hombre me miró, y con una sonrisa dijo:
—Está bien. Solo debes soltar ese peso. No debes cargar tanto.

Extendió las manos en señal de ayuda. Horrorizado por lo tranquilo que se veía ante esa escena tan terrible e incómoda, no solté nada. Ni siquiera podía moverme. Mientras tanto, un simbolismo del árbol de la vida se dibujaba detrás de él, iluminado como si se tratara de una señal o invitación. Desperté de golpe, abriendo los ojos. Noté que Tamara no estaba. Me levanté rápidamente para verla en la entrada principal, con la puerta abierta hacia esa habitación no física, vacía. Ella cargaba en sus brazos su cabeza decapitada, aún sangrando. Retrocedí, solo para encontrar el rostro extrañado de mi novia, quien me miraba con algo de miedo, porque estaba levantado, mirando la puerta, tan asustado como yo.

Como ya era costumbre, no dijimos nada y volvimos a la cama. Creo que ya no puedo seguir con esto. Tengo en mi mente la frase: "Hazle caso al ángel." No tengo idea de qué significa, ni qué tiene que ver con todo esto. Solo anhelo que el bebé nazca. Solo quiero ser feliz.




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