Pasaron los meses y, por un tiempo, todo parecía mejorar. Ya no bebía ni tomaba medicamentos. Tamara y yo habíamos comprado cosas para el cuarto del bebé, y estábamos muy cerca de la primera ecografía para saber el sexo. Aunque, en realidad, ya lo sabía todo. Era un niño, y su nombre sería Damian, pero no le había dicho nada a Tamara al respecto. Podía manejar todo, mantenerlo todo bajo control, escondido. La gracia y voluntad de aquel día me habían dado el control que tanto necesitaba. Me sorprendía que no hubiera consecuencias por lo sucedido con el ángel, ni por lo que ocurrió tras aquel pilar de luz. La verdad, solo sentía que algo o alguien me observaba constantemente. Sentía la presencia de una extraña secta siguiéndome, aunque sabía todo sobre su plan y lo que contenía el libro carmesí. No estaba de acuerdo con ellos, y no les daría a mi hijo. No dejaría que sus asquerosas manos se entrometieran en el nuevo mundo que iba a crear.
La casa comenzó a transformarse, poco a poco. Lo que antes era sombrío y lúgubre ahora se llenaba de calidez, esperando al tan anhelado hijo. Cuando salí de la ecografía, mi predicción se cumplió. El niño era un varón. Finalmente, tras un largo discurso de poder de convencimiento, logré que Tamara aceptara el nombre de Damian para nuestro hijo. No fue difícil convencerla. Me sentí pleno, incluso de tanta felicidad que pensé que quizás podríamos acercarnos más, como antes. Sin embargo, al llegar a casa, ella me ignoró. Ahora lo recuerdo: en el momento del ritual, fui copulado por mi versión más animal y desatada para engendrar al príncipe. Aunque no hablaba de ello, sentía que Tamara lo sabía, pero no comentaba nada. Desde aquellos meses, todo había sido como un agujero negro que absorbía la luz que tanto luché por encontrar. Pensaba que este sería mi mayor anhelo, pero ahora era incapaz de disfrutarlo. Solo podía concentrarme en mantener todo bajo mi control, en mi yugo semi-divino. Sin embargo, había perdido el control tras el rechazo de Tamara.
Había una botella secreta que había permanecido cerrada durante meses. Esa noche, la abrí y bebí casi de un golpe. Fue como si todo lo que había construido con esfuerzo, todo el desgaste emocional de tratar de mantener la fachada, se desmoronara. La pintura que había cubierto mi alma, que había camuflado mi oscuridad, se había caído. Ahora estaba al descubierto. Y las horas de sueño, que siempre habían sido escasas, empezaron a pesarme más que nunca. El cansancio me consumió, y comencé a derrumbarme. En el fondo, sentía que Tamara sabía que la estaba utilizando.
Me sentía cada vez más vigilado, como si una presión invisible se estuviera acercando a medida que avanzaba el embarazo. Y también crecía en mí la frustración y rabia contra Tamara, que finalmente ya no era ni remotamente mía. Hoy era mi cumpleaños, pero claro, Tamara no lo sabía. Recuerdo haberle mentido sobre la fecha en algún momento, pero ya no me importaba recordarla. Solo yo sabía que este era el día en que nací. Pero ahora sentía que estaba perdiendo la voluntad divina, la protección que había obtenido del ángel. Necesitaba encontrar al segundo ángel: el ángel de la visión, Sachiel, según los manuscritos que cada noche recordaba. Aún así, por ahora, lo único que sentía era resentimiento. Todo se había vuelto a quebrar. Malditas recaídas. Pero sé que tiene solución, al menos dentro de mí.
La relación con Tamara ya estaba rota. Solo quería que mi príncipe naciera. Si ya no era mío, no sería de la secta. No sería de los ángeles. No sería de nadie más que de mí y de lo que estaba por crear. "Feliz cumpleaños, amo de la desgracia", pensé para mí mismo. "Contempla lo lejos que te han llevado tus mentiras."
El tono de desesperación y autodestrucción se profundiza, mientras el protagonista parece estar atrapado entre su obsesión por el poder, la creación de su hijo, y la alienación total de las personas a su alrededor, particularmente Tamara. La relación con ella parece estar completamente rota, y su conexión con el mundo exterior es cada vez más fragmentada y distorsionada por las voces y las figuras de los ángeles, el manuscrito esotérico y su creciente paranoia. El concepto de "control" sigue siendo central, y a medida que el protagonista pierde el control sobre su entorno y sus relaciones, parece buscarlo a través de su hijo, Damian, quien representa tanto la salvación como la continuación de su descenso hacia lo oscuro.
El relato captura una espiral de obsesión y desesperación en la que el protagonista está sumido, haciendo eco de sus propios miedos, deseos y luchas internas. Las figuras religiosas y espirituales, como los ángeles y los símbolos del Árbol de la Vida, parecen ser una manifestación de su necesidad de poder absoluto y control sobre su destino, mientras la figura de Tamara queda relegada a un segundo plano, casi como un instrumento más en su misión
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Editado: 19.12.2024