Los meses parecen pasar ahora más rápido. El bebé crecía bien, y dentro de mi distante novia, Tamara, la vida seguía su curso. Tal vez las entradas de este diario se volvían menos frecuentes, pero creo que todos prefieren recordar tiempos mejores y no los días lúgubres en los que, para esta fecha, mi vida se había transformado nuevamente. Qué destino implacable el mío, que me dictaba sobre este papel sin ánimo para levantar siquiera el lápiz, menos aún para gastarlo sobre la hoja, contando cómo mi mente se caía a pedazos mientras me sentía en caída libre desde aquel sueño en el que me había atrevido a poner un pie, siendo solo un vago del amor, un mendigo de la suerte que jamás vio sonrisa alguna dentro de la ruleta.
Pero ahí estaba él. Mi hijo. El anhelo más grande de todos, que se volvía más real con cada latido, creciendo dentro de ambos como una raíz, un micelio, como simbiotes de su necesidad de supervivencia pura: vivir.
Me sentía completamente desesperado por la bajada de serotonina que había tenido en este momento. Me maldije por no haber guardado la sangre del ángel para cuando su efecto ya no estuviera conmigo, pero la virtud de la perseverancia estaba conmigo. Después de todo, yo la había consumido. Mis sueños, si lograba dormir, solo eran pesadillas. Nada de ángeles, nada de redención, ni señales. No podía recordar con claridad los manuscritos del Árbol de la Vida. Más bien, comenzaba a ser presa de cada espíritu que me rodeaba por las noches, en las sombras. Sus olores ya eran recurrentes en mí, al igual que las náuseas que me provocaban. El alcohol se volvió más recurrente, lo que causó un agujero en mi economía. Pero a estas alturas, todo me daba igual.
Fue en estos momentos cuando también comencé a notar algo inquietante: alguien me observaba. No era solo una sensación vaga, como en meses anteriores. Ahora estaba seguro de ello. Me seguían. Y pronto confirmaría que se trataba de miembros de la secta, aquellos que venían por Damian. Querrían llevarlo para moldear el mundo junto a él, algo que yo no permitiría. Todo llegó a otro punto cuando comenzaron a observarme también en mi trabajo. Pero, ¿cómo podrían filtrarse en un hospital solo para vigilar a alguien como yo? Sonreí para mis adentros, pensando que debía ser una especie de "príncipe" para estos sujetos.
Uno de esos días, estaba en el pabellón, a punto de cerrar, ya lejos de cualquier cirugía o labor. Apagué las luces a las veinte horas. Debía recuperar las horas que había pedido para acompañar a mi novia a un control médico del embarazo. De pronto, sentí un ruido extraño. El silencio del pabellón a esta hora era algo que realmente disfrutaba. Estaba de más decir que en este momento, los sonidos que producían los bebés arlequines y sus olores ya los conocía de memoria, no era posible confundirlos.
De pronto, entré a la sala de descanso, donde estaba el acceso al baño, justo en frente de mi sala. Entre las sombras, ocultándose, vi un destello de piel tan blanca que brillaba reluciente dentro de la oscuridad. Fingí no verlo para que bajara su guardia. Cuando pude poner mi antebrazo sobre su cuello y pecho, era una figura delgada, pálida, de pelo negro y apariencia adolescente.
—Soy Sachiel —dijo, sin mover la boca. El halo de luz parecía venir desde dentro de él, desde sus ojos.
Estaba seguro de que era un ángel. No necesitaba su boca para hablarme. Así que la tapé con un paño que llevaba conmigo. Sus ahogados alaridos contrastaban con lo que me decía por comunicación mental.
—Soy el mensajero de Abraham, Sachiel, aquel que lleva la virtud de la visión.
Este ángel batalló conmigo, resistiéndose a mi sometimiento mientras lo sacudía y trataba de estrangularlo. Me sentía lleno de adrenalina, pero nada como cuando tomé un frasco, el que normalmente se usaba para botar tapas de protectores, y, rompiéndolo, lo apuñalé en mis brazos, abdomen y piernas. Los cortes eran profundos, llenándome de adrenalina y un placer extraño al saber que podía arrebatarle otro ángel a Dios y apoderarme de su virtud. Esto era superior al trago de alcohol que tomaba al salir del trabajo. Solo esto me dio la fuerza para comenzar a golpearlo, deshaciendo así el brillo de su piel con cada golpe. El brillo de sus ojos fue apagándose hasta verse deformado y golpeado, y toda su cara quedó destrozada. Había derrotado a este mensajero y me había quedado con su virtud.
Curé mis heridas. Después de todo, tenía todo para hacerlo. Mientras veía que no tenía mayores daños, observé el desastre que había dejado. Jamás podría ocultar su cuerpo. Este no estalló como el otro, tampoco hubo halo ni luces. Sin embargo, bebí lo que más pude de la sangre del ángel, y obtuve inmediatamente su visión. Cada trago, aún tibio, se sentía como una limosna del destino, generosa, y agradecido, bebí intentando no empaparme. Esta vez, ya era tarde y debía volver a casa. Mi novia ya no estaba trabajando y había regresado a casa para cuidar su embarazo. Al fin pensé que terminaría todo esto de las persecuciones. Con Sachiel muerto, ya nadie podría observarme.
Cuando la adrenalina de todo bajó y dejé de temblar, tuve, por fin, las revelaciones de la virtud de la visión. Y se reveló en mí otra vez todo ese montón de información. No... siempre estuvo solo. No podía navegar entre ellos sin este poder. Eran en los recuerdos del ángel que era un miembro de esta secta. Más secretos de los manuscritos del Árbol de la Vida fueron revelados ante mí de golpe
Primero que todo, fue Franz McMiller quien cambió mis medicamentos, con la ayuda del ángel de la visión, Sachiel, quien sustituyó mis pastillas por caramelos idénticos. Por lo tanto, perdí el efecto de los fármacos. También pude ver cómo los miembros de la secta, en el país de origen de los ancianos, pensaban que su elegido para engendrar al príncipe del nuevo mundo nacería allí. Sin embargo, una facción, de la cual Franz y Gretchen formaban parte, creyeron que sería en este país y en esta ciudad. Siguiendo el rastro de la conexión que tenía con los ángeles, pudieron encontrarme.
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Editado: 19.12.2024