Estos días había comenzado a fingir que iba a trabajar. No volví más a mi empleo desde el encuentro con el ángel. Estaba completamente separado, despistado del mundo. Ya había echado tanta tierra sobre mí que no podía cargarla. Las mentiras me acosaban, se pudrían dentro de mí como una manzana que me daría muerte, sin metamorfosis, sin aprendizaje, sin viaje del héroe. Solo un final, un término para aquella historia. La ausencia de trato del segundo ángel me perturbaba, pero no era como si lo hubiera dejado expresarse libremente.
Mi novia estaba en casa a todas horas, así que retiré el alcohol de la casa y empecé a llevarlo conmigo. Fingía estar sobrio, tomar mis medicamentos, que trabajaba, mientras el micelio de la nueva vida se aferraba al vástago más interno de un árbol, como lo era su madre, esperando ser el fruto del nuevo mundo. Ya eran cinco meses desde que venía, y podía sentir cómo, alrededor de él y de mí, se orquestaban los más oscuros cimientos que aplastarían el mundo del dios de Abraham, consumiendo a sus ángeles y apartando para mí sus desconectadas habilidades divinas.
Me sentía algo desconectado, como si estuviera fuera de la realidad. Pero esta vez, no era como si no encajara en los rieles. Esta vez no había camino, no había un riel ni una planificación. Estaba fuera de mi propia vida, era un mero espectador de todo lo que ocurría en ella, de cómo debía vivir el momento más feliz de mi vida, acosado por extraños fenómenos que amenazaban con quitarme todo. Pero también me daba valor saber que podía llevar todo. Tenía días en los que todo parecía desbordarme y no podía soportarlo, y otros donde me sentía poderoso, como el amo de estas mentiras que, como bestias en un circo, amaestradas por mí, esperaban mi paso en falso para devorarme, y cobrar todas esas veces que las hice estar a mis pies, acomodándolas a mi manera.
¿Llegué a mentirme a mí mismo? Soy sincero conmigo... Después de todo, ¿cómo podría serlo si desconozco el límite de la verdad y lo que no lo es?
Nunca supe qué pasó en el trabajo. Desconecté el teléfono en casa y no sabían mi dirección, la que compartía con Tamara. Así que eso me daría unos meses antes de que se preguntaran por mí o me dieran con mi paradero. El hecho de tener un sueldo retroactivo a un mes me cubrió primero para clavar los clavos al ataúd de mi mentira. Cuando noté un extraño cambio en Tamara, estaba más distante aún. Me evitaba a toda costa. Mientras su estómago y nuestro bebé crecían dentro de ella, parecía crecer también un rechazo y descontento hacia mí, lo que me llenaba de ira. Todo lo hago por ellos, todo es por ellos, por crear el nuevo mundo. Aunque debo admitir que ya no veía a Tamara más que como un instrumento para hacer de Damian el dominante del nuevo mundo, según los manuscritos.
Una noche, que me acerqué a Tamara, esta me rechazó, y aquello desató una furia en mí. Este descontrol volvió, esa sensación de dolor y satisfacción mezclados, siendo una respuesta la una de la otra. No podían sino avivar las cenizas de mi decadente alma, que aún consumía todo lo que tocaba, envolviéndolo en el fuego del infierno. Me abalancé contra mi novia y la sujeté con fuerza para consumar nuestro acto de amor. Después de todo, un juego de roles en la habitación no estaría mal. No sería la primera vez que jugamos de alguna manera, pero sentía su rechazo, y después de meses de abstinencia, consumamos nuestro amor guiado por mi mano, guiado por el príncipe del nuevo mundo, guiado por el dolor de Tamara y sus lágrimas, guiado por mi abandono de las costumbres más católicas y valores que pretendía asesinar, tanto en mí como en los ángeles del dios de Abraham.
Después de eso, Tamara parecía tan deprimida que no salía de la habitación, y me aseguraría que tampoco lo hiciera. Estábamos cada vez más rodeados por los sectarios, que invadían los alrededores, espiándonos, intentando quedarse con el recipiente de mi hijo y, por lo tanto, conmigo, para guiar con su corrupta mano la creación del nuevo mundo, lejos de los designios del dios caprichoso. El embarazo marchaba sin problemas; no podía dejar todo a medias en este punto, no podía dejarme vencer. Las sombras seguían castigándome, recordándome que debía ser atormentado. Ya no eran solo figuras humanas, sino entidades que desafiaban las leyes de la física. Verlas me revolvía el estómago, sin poder comprenderlas.
Revisé los manuscritos en mi mente durante las noches de insomnio, pero no encontré nada sobre ellas. Todo lo que aprendí de Sachiel me parecía insuficiente frente a lo que ahora enfrentaba.
Un día me percaté de que Tamara también escribía un diario, un recuerdo, un registro de todo esto, al parecer desde su percepción. Se lo arrebaté y lo leí, contra su voluntad. La única voluntad que importa ahora es la de mi hijo. Y si en este escrito atenta contra él o corre peligro, debo saberlo. No dejaré que nadie se interponga en este punto. Llamé a estos escritos "el manuscrito de Tamara". Lo recuerdo perfectamente. Me desconcertó. Había hecho bien en prohibirle salir, y en saciar la sed de mi deseo por la fuerza. Jamás estuvo agradecida conmigo, jamás apreció todo lo que pasé. Jamás podrá ver las cosas desde mi perspectiva.
A veces, cuando leía sus palabras, las veía a través de la visión que ahora tenía, pero todo lo que veía era una distorsión de lo que ella era. ¿Había sido una víctima, o una aliada de la oscuridad desde el principio? En sus palabras, encontré la evidencia de lo que más me aterraba: ella también formaba parte de este juego, de esta orquestación de la que no podía escapar.
¿Y mi hijo? El príncipe del nuevo mundo... Damian. En cada palabra escrita en ese diario, en cada acción que tomaba, el destino parecía estar trazado. Yo ya no era el hombre que alguna vez fui. Pero ¿acaso alguna vez lo fui? O simplemente, fui el medio, el instrumento para algo mucho más grande, más allá de mi comprensión. Lo único que sabía con certeza es que nada, ni siquiera Tamara, podía detener lo que ya había comenzado.
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Editado: 19.12.2024