El tiempo, como una sombra espesa, se deslizaba lentamente sobre nosotros. Cada día era una repetición del anterior, un ciclo de obsesión, desespero y una creciente desesperanza que no lograba disiparse. Tamara, mi compañera y mi soporte, ya no era la mujer que había amado. Se había transformado en algo más: una incubadora, un vehículo para algo que yo había planeado, que había deseado con tal fervor que ya no podía distinguir entre lo que era real y lo que mi mente había tejido a fuerza de repetición. Su vida ya no era suya. Tampoco la mía. Ambos éramos instrumentos, nada más.
Los días pasaban, pero el mundo fuera de nuestra casa parecía cada vez más lejano, irrelevante. La única realidad que tenía sentido era la que vivíamos dentro de esos muros, donde todo se había reducido a esperar. Esperar al ángel, al reinicio, a la transformación. Yo estaba convencido de que el niño, el príncipe de este nuevo mundo, era la clave de todo. Pero la incertidumbre se cernía sobre mi alma. Cada vez que pensaba en el futuro, lo veía a través de una niebla espesa, como si todo lo que había planeado comenzara a desmoronarse, cayendo en un vacío que no podía llenar.
La presencia de Tabrisael en mi mente era creciente. No podía pensar sin que su voz resonara, fría y distorsionada, como un eco lejano que no comprendía pero que, sin embargo, podía sentir con una claridad aterradora. Parecía estar cada vez más dentro de mí, en mi pensamiento, en mi voluntad. Como si todo lo que había hecho en mi vida, todo lo que había sacrificado, hubiera sido para preparar el terreno para su llegada. Pero ¿realmente estaba preparado para lo que eso implicaba? Mi mente ya no respondía solo a mí. Las voces, las fuerzas externas, el conocimiento que creía tener, todo se mezclaba en una confusión angustiante.
Lo que al principio había sido una idea tan clara y precisa, una misión que había aceptado con fervor, comenzaba a desmoronarse bajo el peso de mi propia duda. ¿Qué había hecho? ¿Qué estaba haciendo? Los días se desvanecían, pero las preguntas no dejaban de torturarme. ¿Quién era realmente el hombre que estaba al borde de traer al mundo a este hijo, a este "príncipe"? Había soñado con un nuevo mundo, una nueva era, pero a medida que Tamara se desmoronaba más y más bajo el peso de nuestra existencia aislada, yo también comenzaba a derrumbarme. ¿De qué servía todo esto? ¿Era este el futuro que había imaginado? ¿O me había dejado arrastrar por la oscuridad, por un propósito tan grande que ya no podía ni comprenderlo?
El día que comencé a sentir la presencia de Tabrisael de forma más palpable, una sensación de vacío y terror se apoderó de mí. Podía sentir su energía a través de Tamara, en cada respiración de ella, en cada latido del bebé. Pero no era solo una sensación de presencia; era como si él estuviera empujándome, arrastrándome hacia un destino que no podía comprender. ¿Era ese el propósito que había buscado? ¿O simplemente me había perdido en mi propia arrogancia? Quizás había creído que podía controlar todo, que podía dirigir la creación del mundo, sin darme cuenta de que ya estaba atrapado en una red que yo mismo había tejido.
Cada vez que pensaba en Tamara, la veía menos como la mujer que había amado y más como un objeto, un contenedor. Algo que había usado para mis propios fines, y que ahora ya no me pertenecía. Pero, en el fondo, algo dentro de mí gritaba, una sensación que no podía reprimir: ¿qué había hecho? ¿Qué estaba haciendo? ¿Realmente lo quería? La línea entre lo que yo pensaba que debía hacer y lo que realmente deseaba hacer era cada vez más difusa. La realidad comenzaba a desmoronarse, y lo que antes era mi razón de vivir se estaba transformando en algo mucho más oscuro, mucho más vacío.
El día de la llegada de Tabrisael no era como lo había imaginado. No era la revelación gloriosa que había anticipado. Más bien, era una sensación de caída, una sensación de que todo lo que había hecho había sido en vano. Cuando el ángel comenzó a manifestarse, no vi la luz ni la gloria que esperaba. Vi oscuridad. Vi desesperación. Vi la culminación de mis propios miedos y deseos, todo encerrado en la figura del ángel que se alzaba ante mí, sin ofrecerme respuestas, solo más preguntas.
En mi mente, el ángel no era un salvador, sino un reflejo de mi propio fracaso. El príncipe de este nuevo mundo, que debía nacer de mi sacrificio, parecía más una condena que una liberación. Y Tamara, mi compañera, ya no era una mujer, sino una sombra de lo que había sido, un vacío que había sido dejado en el lugar donde alguna vez estuvo mi humanidad.
Me encontraba solo, atrapado entre la creación y la destrucción, entre lo que había soñado y lo que había hecho. Y la presencia de Tabrisael, que antes había sido un símbolo de poder y renovación, ahora era solo un recordatorio de que tal vez nunca tuve el control que creí tener. Tal vez nunca existió un plan divino. Tal vez todo fue solo un juego de fuerzas invisibles, una danza entre el ego y la desesperación que me llevó a este punto sin retorno.
En el final, todo lo que quedaba era la pregunta que me atormentaba: ¿Qué quedaría de mí cuando todo esto terminara?
#355 en Thriller
#163 en Misterio
#105 en Paranormal
terror paranormal y psicologico, paranoia y enfermedad mental, misterio drama
Editado: 19.12.2024