Al día siguiente, Adrián llegó a la escuela lleno de ansiedad y agotamiento. Las pesadillas no solo estaban afectando su sueño; ahora también invadían su realidad. Sabía que necesitaba ayuda para comprender lo que estaba sucediendo, y Laura era la única persona en quien podía confiar. Aunque le preocupaba que pensara que estaba perdiendo la razón, decidió contarle todo.
Durante el almuerzo, Laura lo encontró sentado en una esquina de la cafetería, con los ojos enrojecidos y la expresión perdida. Se sentó frente a él, observándolo con preocupación.
—¿Adrián, estás bien? Pareces… diferente— dijo, intentando que él rompiera el silencio.
Adrián miró a su amiga, luchando por encontrar las palabras adecuadas. Por fin, tomó aire y le dijo:
—Laura, necesito contarte algo, pero suena extraño. No sé si lo vas a creer, pero necesito que escuches— Su voz era un susurro, y ella se inclinó hacia adelante, intrigada.
Le contó sobre el diario, cómo lo había encontrado y cómo sus pesadillas parecían estar conectadas con él. Le mostró los moretones en sus brazos, los mismos que las manos de la pesadilla le habían dejado. Laura lo escuchaba en silencio, con una expresión de incredulidad al principio, pero a medida que él describía el terror que estaba viviendo, su rostro se tornó serio. Aunque tenía sus dudas, la angustia en los ojos de Adrián era suficiente para convencerla de que algo realmente extraño estaba ocurriendo.
—Y si es tu pánico a la fiesta de halloween— mencionó en un intento por hacerlo sentir bien.
—Nunca antes me había sucedido— respondió, dejando salir el aire que mantenía retenido en sus pulmones.
Adrián le mostró el diario. Laura lo tomó con cuidado, observando la cubierta de cuero oscuro y las iniciales grabadas: “E.D.”. Al abrirlo, encontró la entrada que Adrián le había descrito, con las mismas palabras que detallaban su pesadilla. También leyó la advertencia: “Este no es un libro común. Si empiezas a leer, debes terminar o pagarás el precio.”
Laura sintió un escalofrío mientras leía esas palabras. Le devolvió el diario a Adrián, mirando sus ojos con miedo.
—Debemos descubrir qué es este libro y de dónde proviene— le dijo—. Algo así no puede ser solo una coincidencia. Si está en la biblioteca, alguien debe saber sobre él.
Juntos decidieron investigar más sobre el diario. Adrián estaba agradecido por la ayuda de Laura; a pesar de que ella también parecía asustada, se mantuvo firme en su decisión de apoyarlo.
Durante las horas libres, Laura y Adrián se dirigieron a la biblioteca. En lugar de buscar en los estantes de libros, se dirigieron a la sección de archivos de la escuela, donde se almacenaban anuarios y registros antiguos. La bibliotecaria les echó un vistazo curioso, pero no hizo preguntas. Sabían que encontrarían la respuesta si indagaban lo suficiente.
Después de un rato de buscar en los anuarios, Laura encontró algo.
—Aquí está— menciono, señalando una página amarillenta y desgastada por el tiempo. Una foto mostraba a un joven de mirada intensa y semblante serio. Era un estudiante llamado Elías Díaz, y aunque el anuario no revelaba mucho sobre él, había algo en sus ojos que parecía transmitir una especie de angustia reprimida, como si guardara un secreto.
Laura leyó en voz alta una breve mención en el anuario:
—Elías Díaz, estudiante destacado y miembro del club de ciencias. Desaparecido en circunstancias no esclarecidas.” No había más detalles, pero al menos sabían el nombre completo de la persona que, había sido el dueño original del diario.
—¿Desapareció?— murmuró Adrián, sintiendo un escalofrío al pensar que el mismo destino podría aguardarlo. No podían entender cómo alguien se desvanecía, y menos aún en un lugar tan pequeño como su escuela, donde todos se conocían.
Laura recordó a una profesora jubilada, la señora Durán, que llevaba muchos años en la escuela y que era una probabilidad de que ella hubiese conocido a Elías. Decidieron buscarla al día siguiente, con la esperanza de que pudiera entender algo del diario.
Al día siguiente, después de clases, Adrián y Laura se dirigieron a la casa de la profesora Durán. Era una casa antigua y silenciosa, situada en el extremo de la ciudad. La profesora los recibió con curiosidad y sorpresa.
—¿Puedo ayudarles en algo, chicos?— preguntó con una sonrisa amable pero cautelosa.
Laura, en un tono respetuoso, le explicó que estaban investigando sobre Elías Díaz, un estudiante que había desaparecido hace años, y mencionó que habían encontrado un diario con sus iniciales. La expresión de la profesora cambió de inmediato, de amable a tensa. Sus ojos se oscurecieron y, por un momento, pareció perdida en sus pensamientos.
—Ese nombre… hace mucho que nadie lo menciona—murmuró. Tras unos segundos de silencio, les invitó a entrar y, después de preparar una taza de té para cada uno, comenzó a hablar sobre Elías.
—Elías era un joven peculiar— dijo con voz suave—. Era muy inteligente, pero tenía un interés obsesivo por lo sobrenatural y lo oculto. Pasaba horas en la biblioteca investigando, y cuando encontró ese diario… todo cambió. Se volvió reservado, como si algo en él hubiera despertado.”
La señora Durán les explicó que Elías le confesó que el diario no era solo un libro común, sino una especie de puerta hacia un mundo de pesadillas, donde cada sueño se convertía en una especie de prueba o desafío. Creía que el diario estaba “vivo” y que capturaba los miedos de quienes lo leían, atrapándolos en sus pesadillas para siempre.