Después del encuentro con el Guardián de las Pesadillas, tanto Adrián como Laura se despertaron sintiendo una amenaza cada vez más real. Sabían que el guardián no era una creación de sus mentes; era una entidad que podía cruzar la línea entre sus sueños y el mundo real. Cada noche que pasaba, sentían que el diario cobraba más poder, y temían lo que pudiera pasar si continuaban leyendo.
Ambos decidieron que no podían enfrentar esta situación solos. La única persona que parecía saber algo sobre el diario y su historia era la señora Durán, la antigua profesora de la escuela que les había contado sobre Elías, el dueño original del diario. Si alguien conocía una forma de romper la conexión con el diario, sería ella.
Al día siguiente, Adrián y Laura fueron a visitar a la señora Durán en su casa, una vivienda antigua con paredes de piedra y ventanas pequeñas. La profesora los recibió con una expresión grave en su rostro, como si ya intuyera que sus noticias no eran buenas.
—Ustedes han estado leyendo el diario, ¿verdad?— preguntó sin preámbulos, mirándolos con preocupación.
Adrián asintió, incapaz de mentir.
—Pensamos que podríamos descubrir algo que nos ayudara… pero ahora estamos atrapados en las pesadillas del guardián. Sabemos que este diario perteneció a Elías, y queremos saber más. Necesitamos ayuda para detenerlo.
La señora Durán suspiró y los invitó a sentarse en su sala, un espacio pequeño lleno de libros y decorado con objetos antiguos. Su rostro parecía aún más envejecido bajo la tenue luz de las lámparas, y sus ojos transmitían una mezcla de tristeza y cansancio.
—Conocí a Elías hace muchos años—, comenzó la señora Durán, su voz suave y temblorosa—. Era un joven curioso, apasionado por el misterio y lo sobrenatural. Cuando encontró ese diario en la biblioteca, pensó que había hallado una puerta hacia un mundo de conocimientos ocultos. Al principio, sus sueños eran meras curiosidades, pero pronto empezaron a volverse pesadillas, como las que ustedes están experimentando ahora.
La señora Durán hizo una pausa, como si las palabras fueran difíciles de pronunciar.
—El diario tiene un poder que pocos entienden. Contiene fragmentos de las almas de quienes han sido atrapados en sus páginas. Cada lector contribuye a este ciclo de pesadillas, alimentando al guardián, una entidad que utiliza el miedo para mantenerlos atrapados en un ciclo eterno de sufrimiento.
Laura y Adrián se miraron, tratando de procesar la magnitud de lo que la señora Durán les estaba diciendo. Adrián habló con un nudo en la garganta.
—¿Hay alguna forma de detenerlo? ¿Alguna forma de destruir el diario?
La señora Durán asintió, pero su expresión se oscureció.
—Elías intentó destruir el diario, pero fracasó. El guardián es un ser muy poderoso, y para detenerlo, necesitarían realizar un ritual peligroso que podría liberarlos o atraparlos para siempre. El ritual implica enfrentar al guardián y destruir el vínculo que los une al diario, pero deben ser fuertes, porque él utilizará sus peores miedos para evitar que escapen.
La señora Durán les explicó cómo realizar el ritual. Necesitarían un espejo, una vela, y recitar una serie de palabras específicas mientras sostenían el diario y se miraban en el reflejo. La intención del ritual era obligar al guardián a revelar su verdadera forma, y en ese momento, romper la conexión.
Les advirtió que, si el ritual fallaba, ambos podrían quedar atrapados en el diario para siempre, convirtiéndose en almas condenadas a vagar entre las páginas. Pero Adrián y Laura estaban dispuestos a arriesgarse. No podían seguir viviendo con el terror constante de que el guardián los estaba acechando.
Adrian siempre había odiado las fechas de halloween y justo le venía a pasar todo esto.
Antes de partir, la señora Durán les dio una última advertencia:
—Sean firmes. No se dejen engañar por sus miedos, porque eso es lo que él buscará. No olviden que el guardián se alimenta de la debilidad.
Esa noche, Adrián y Laura se reunieron en la habitación de Adrián, donde habían preparado todo lo necesario para el ritual. Apagaron las luces y encendieron una única vela, cuyo parpadeo proyectaba sombras en las paredes, dándoles la sensación de que algo más estaba allí, observándolos. Colocaron el espejo frente a ellos, con el diario en el centro, y comenzaron a recitar las palabras que la señora Durán les había enseñado.
La habitación parecía volverse más oscura con cada palabra que pronunciaban, como si la vela estuviera luchando por mantenerse encendida. En el espejo, sus reflejos se distorsionaron y, de repente, una tercera figura apareció detrás de ellos. Era el guardián, cuya capucha cubría un vacío oscuro en lugar de un rostro.
La presencia del guardián era opresiva, y ambos sintieron una oleada de miedo que les hizo temblar. Sabían que el ritual no estaba completo, y que debían continuar recitando, a pesar del terror que sentían. El guardián comenzó a acercarse en el reflejo, susurrando sus nombres en un tono que parecía resonar en sus mentes.
A medida que el guardián se acercaba, la voz de Laura comenzó a quebrarse. Las palabras del ritual eran cada vez más difíciles de pronunciar, como si algo la estuviera paralizando. De repente, una mano surgió del espejo, extendiéndose hacia ellos. Ambos intentaron retroceder, pero la mano se aferró al brazo de Adrián, y la conexión entre el guardián y el mundo real se volvió palpable.