Tras el fracaso del ritual, Adrián y Laura se sintieron más atrapados que nunca. El guardián se manifestaba en sus sueños con mayor frecuencia y con más intensidad, convirtiendo cada noche en una lucha de supervivencia. Las pesadillas parecían interminables, y cada una era más perturbadora que la anterior. Sabían que el tiempo se estaba agotando y que, si no encontraban una forma de romper el vínculo con el diario, podrían quedar atrapados para siempre en ese ciclo de terror.
Una noche, mientras revisaban el diario con la esperanza de encontrar algo útil, notaron que en una de las páginas había aparecido un nuevo mensaje. Era como si las palabras hubieran surgido espontáneas, escritas con la misma letra temblorosa que las anotaciones anteriores. Pero esta vez, no eran simples descripciones de pesadillas; parecía una especie de mensaje directo de Elías.
El mensaje decía:
“Si estás leyendo esto, significa que el diario también te ha atrapado. Intenté destruirlo, pero el guardián es demasiado poderoso. La única forma de escapar es enfrentarse a él directamente, en el mundo de las pesadillas. Pero debes saber que no todos sobrevivirán. Al menos uno de ustedes deberá quedarse para que el otro pueda escapar. Solo así podrán romper el ciclo.”
Laura y Adrián se miraron en silencio, sintiendo una mezcla de horror y desesperanza. La idea de que uno de ellos tendría que sacrificarse era un precio más alto del que habían imaginado. Adrián, con voz temblorosa, rompió el silencio.
—No puedo pedirte que hagas esto— dijo, mirando a Laura con preocupación—. Yo encontré el diario. Es mi responsabilidad… Yo me quedaré.
Pero Laura negó con la cabeza, sus ojos llenos de lágrimas y miedo.
—No. Esto no es solo tu lucha, Adrián. Estamos en esto juntos. Si tenemos que enfrentarnos al guardián, lo haremos los dos. Y ya veremos qué pasa.
Ambos sabían que, aunque uno de ellos intentara sacrificarse, el guardián no les daría esa elección de forma tan sencilla. Era un ser astuto, y usaría sus miedos y dudas para intentar separarlos.
Decidieron prepararse para la confrontación de la mejor manera posible. Al recordar las palabras de la señora Durán, comprendieron que, para enfrentar al guardián, debían estar con la mente fuerte y no permitir que sus miedos los dominaran. Laura sugirió que se apoyaran entre ambos y que, si llegaba el momento, hicieran todo lo posible por ayudar al otro a escapar.
Esa noche, se reunieron en la habitación de Adrián y encendieron la vela junto al espejo, tal como lo habían hecho en el primer ritual, pero esta vez decididos a aceptar las consecuencias, sin importar lo que ocurriera.
Apenas cerraron los ojos, sintieron una poderosa sensación de tirón, como si estuvieran siendo absorbidos por el diario. Cuando abrieron los ojos, se encontraron en un mundo oscuro y distorsionado, un paisaje lleno de sombras y formas indistinguibles que parecían cambiar con cada parpadeo. Era el mundo de las pesadillas, el dominio del guardián.
Frente a ellos, a unos metros de distancia, apareció la figura encapuchada del guardián, rodeada de un aura oscura que parecía absorber la luz a su alrededor. Su rostro continuaba siendo un vacío oscuro, pero ahora sus ojos, dos puntos de un brillo frío y maligno, los observaban con atención.
—Ustedes han venido… a ofrecerse—, murmuró el guardián con una voz que sonaba como un susurro de cientos de almas atrapadas—. Pero solo uno de ustedes podrá irse. El otro… se quedará aquí, conmigo, para siempre.
Laura y Adrián se aferraron de las manos, intentando encontrar fuerzas en el contacto. Sabían que el guardián trataría de separarlos y que cada uno tendría que enfrentarse a sus miedos más profundos si querían derrotarlo.
El guardián levantó una mano, y de la oscuridad surgió un laberinto de puertas que se extendían en todas direcciones. Cada puerta parecía conducir a un espacio desconocido, y el guardián les indicó con un gesto que eligieran una.
—Cada puerta conduce a tus peores miedos— mencionó el guardián, disfrutando de su desconcierto—. Si sobrevives, tendrás la oportunidad de enfrentarme. Si no, tu alma quedará atrapada aquí para siempre.
Sin más opción, Adrián y Laura se separaron y eligieron cada uno una puerta, con la esperanza de volver a reunirse al final.
Adrián entró en una puerta y se encontró en una versión distorsionada de su habitación. Todo estaba oscuro y retorcido, y en el centro de la habitación estaba una figura que reconoció al instante: era él mismo, pero más joven, y reflejaba una expresión de tristeza y soledad. Era el Adrián que había pasado años sintiéndose invisible, sin amigos, sin nadie en quien confiar. La versión de sí mismo lo miró y le susurró, con voz temblorosa:
—Nunca dejarás de estar solo. Nadie te recuerda, nadie se preocupa por ti.
Adrián sintió su propio miedo a la soledad y al olvido, pero comprendió que esta figura solo existía para hacerlo dudar. Con valor, enfrentó a su yo del pasado y dijo en voz firme:
—No eres real. Laura me está esperando. No estoy solo.”
La figura desapareció en el aire, y Adrián sintió un alivio que le permitió continuar. Sabía que tendría que luchar con otros miedos, pero ahora tenía la confianza para enfrentarlos.
Mientras tanto, Laura atravesó su propia puerta y se encontró en un espacio oscuro donde solo podía escuchar un constante murmullo de voces. Poco a poco, las sombras formaron rostros familiares: sus padres, amigos, profesores, todos mirándola con desaprobación y decepción.