Tras la destrucción del diario, Adrián y Laura sintieron una paz que no habían experimentado en semanas. Fue como si la oscuridad que los había perseguido durante tanto tiempo se hubiera disipado. La señora Durán, quien los había ayudado a destruir el diario, les aseguró que habían hecho lo correcto y que el guardián ya no podría atormentarlos.
Durante los primeros días después del ritual, Adrián y Laura intentaron regresar a sus vidas normales. Las noches transcurrían sin pesadillas, y el miedo constante que los había acompañado parecía haber desaparecido. Ambos se concentraron en sus estudios y actividades diarias, disfrutando de cada momento de calma, como si estuvieran redescubriendo el valor de una vida sin sombras.
Sin embargo, aunque intentaban no hablar del tema, ambos sabían que algo dentro de ellos había cambiado. Las pesadillas habían dejado cicatrices, no solo en sus mentes, sino también en su relación con el mundo que los rodeaba. Habían enfrentado sus peores miedos y sobrevivido, pero esa experiencia los había marcado.
Una tarde, mientras caminaban juntos de regreso a casa, Laura rompió el silencio.
—¿Tú también tienes esa sensación de… inquietud?— preguntó, su voz llena de preocupación.
Adrián asintió, mirando al suelo.
—Sí. Sé que destruimos el diario, pero no puedo evitar sentir que algo de él todavía está con nosotros. Cada vez que cierro los ojos, veo fragmentos de esas pesadillas… y siento como si el guardián aún nos estuviera observando desde algún lugar.
Laura entendía lo que él sentía. Aunque trataban de convencerse de que el peligro había pasado, sus mentes aún estaban atrapadas en el miedo. Por las noches, a veces despertaban con sobresaltos, esperando ver la figura del guardián en la oscuridad de sus habitaciones. Era como si la experiencia que habían compartido hubiera dejado una huella que ninguna llama podría borrar.
Días después, mientras estaban en la escuela, notaron que varios estudiantes estaban hablando de un nuevo rumor. Uno de los chicos había encontrado un libro extraño en la biblioteca, un diario con aspecto antiguo. Al escuchar esto, Adrián y Laura sintieron cómo el miedo se apoderaba de ellos.
Se dirigieron a la biblioteca, y al llegar vieron al chico sosteniendo un libro de cuero desgastado, muy similar al que ellos habían destruido. Laura se acercó con cautela y le preguntó:
—¿Dónde encontraste ese diario?
El chico, emocionado, respondió:
—Lo encontré en la sección antigua de la biblioteca. Es bastante raro, tiene un aspecto siniestro, pero también parece interesante. Pensaba llevarlo a casa para leerlo.
Adrián sintió que un escalofrío le recorría la espalda. La cubierta del diario era diferente, pero las iniciales grabadas en la tapa eran las mismas: “E.D.”. No podía entender cómo el diario había regresado, o si se trataba de otra versión que había aparecido misteriosamente.
Laura le lanzó una mirada significativa al chico y, con una voz más firme, le dijo:
—Te recomiendo que no lo leas. Ese libro… podría ser peligroso.
El chico la miró con incredulidad y soltó una risa burlona.
—¿Peligroso? Es solo un diario viejo. No creo en esas cosas—. Ignorando sus advertencias, se llevó el diario.
Confundidos y preocupados, Adrián y Laura se dirigieron a la bibliotecaria, quien los recibió con una expresión sorprendida. Preguntaron si alguien había dejado algún libro nuevo en la sección antigua, pero la bibliotecaria negó, explicando que hacía años que nadie revisaba ni reorganizaba esa área. Parecía imposible que el diario hubiera aparecido ahí.
Aún más confundidos, se dirigieron a la señora Durán, con la esperanza de que pudiera ofrecerles una explicación. Al escuchar su relato, la anciana pareció preocupada.
—Tal vez el diario como tal haya sido destruido, pero su poder es antiguo y retorcido. Pudo haber dejado una especie de rastro, una sombra de su influencia que permanece en el lugar.
Adrián y Laura comenzaron a entender que la conexión con el guardián podía ser más profunda de lo que habían imaginado. Quizás el diario era solo un medio, una herramienta para manifestar un poder oscuro que continuaba acechándolos.
Esa noche, Adrián se despertó en medio de una pesadilla. Estaba solo, en un lugar oscuro y vacío, y aunque no podía ver nada, sentía una presencia observándolo. Una voz susurrante resonó en la oscuridad, y reconoció el tono de voz del guardián.
—Pensaste que podías librarte de mí… pero siempre estaré aquí. En cada rincón de tus pensamientos, en cada sombra de tu mente. No podrás escapar de tu propio miedo.
Adrián se despertó, jadeando y sudando, con la sensación de que el guardián nunca había desaparecido del todo. Aunque el diario estaba destruido, la influencia del guardián parecía persistir, acechando en los recovecos de sus mentes.
A la mañana siguiente, le contó a Laura sobre la pesadilla, y ella confesó que también había tenido sueños similares. Ambos sabían que, aunque habían destruido el diario, el guardián aún estaba presente en alguna forma, como si estuviera vinculado a ellos en un nivel más profundo.
Adrián y Laura se dieron cuenta de que el miedo que sentían no desaparecería ignorándolo. La señora Durán les había advertido que el poder del guardián se alimentaba de su miedo y que, si querían liberarse, debían enfrentar ese temor y aceptarlo.