—Por favor... a-ayuda— lloró desconsolado.
El fuego que aplicaban en su espalda lo estaba consumiendo, le costaba mantenerse consciente. Se retorcía del dolor, en su celda, tenía suerte de haber sido tan bien entrenado.
— ¿Dónde está la escritora? —le preguntaron.
—No sé quién es —tragó su llanto.
—Dinos cómo leerlo...
Esa frase le dio el coraje que le faltaba para inhalar y gritar.
— ¡Nunca! —volvieron a quemar su espalda, dejando escapar un grito desgarrador.
~y~
— ¡Nunca!— gritó molesta.
—Dinos cómo leerlo.
— ¡No! Si lo hacen destruirán a la guardiana y a las encarnaciones... lo sé.
Atada de manos, habían cortado su cabello por los hombros, mientras perforaban múltiples veces sus piernas con clavos. Llevaba casi dos eternas horas así.
—Ya, déjenlos, mañana seguiremos...
Los tiraron en una celda vacía y húmeda, durante unos minutos se quedaron acostados, intentando recuperar el aliento. Se sentaron, mientras él creaba luz con sus manos, ella se acercaba e intentaba sacarle la remera para que las quemaduras no duelan tanto.
Rompió un pedazo de su remera y fue en busca del agua que le dejaban, moverse era horrible. Mojó un borde y comenzó a pasarla por las heridas llenas de sangre de la joven.
— ¿Cuando vendrán por nosotros? —preguntó con la voz quebrada.
—Pronto, confía en ellos...
—Tengo miedo... n-no creo que soportemos más —su voz comenzaba a temblar.
—Todo estará bien... tranquilo, tenemos que ser fuertes... buscaremos una forma de contactar con alguien... c-creo... —intentaba no quebrarse, acarició su cabello pelirrojo, a modo de consuelo.
Él asintió, su hermana se acomodó en su regazo, estaban solos como al inicio.
—Hay que resistir, Marcos —susurró.
—Entendido... Candy.
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Editado: 16.05.2020