El diario de los susurros

Capítulo 3: Planes

Belén esperaba afuera de la puerta de la habitación de Candela, estaba muy nerviosa. Sabía que Josefina cuando se enojaba no era precisamente dulce. Tenía miedo de cómo pudiera resultar. 

Ingresó con mucho sigilo y cuidado, no quería interferir en la ayuda que estaba tratando de darle a la castaña.

La escena que se encontró no se la habría imaginado. La náyade tomaba por el cuello de la ropa a Candela, ambas estaban lastimadas, parecían haber luchado a puño limpio.

—Escúchame maldita sea, Candy y Marcos siguen vivos. ¿Querés ser una inutil en esta lucha? —preguntó molesta.

—Josefina —dijo con voz firme Belén al ver como del rostro de Candela asomaban algunas lágrimas. Podía aguantar muchas cosas, pero lo que no podía hacer era ver como su amiga se transformaba en una especie de tirana.

—Tenes que dejar de jugar, eres una guardiana. ¡Compórtate como tal! Tenes que dejar de llorar, hemos encontrado la solución a este problema y no fue precisamente gracias a ti. Esta vida de mierda te golpeo muy fuerte, ¡demasiado! pero tenes que levantarte —su rostro se acercó peligrosamente al de la muchacha—. Tenes una fuerza sobrenatural y la estás desperdiciando resignandote solo a llorar.

— ¡Josefina, ya basta! —exclamó—. No estás logrando nada así, déjala tranquila.

La muchacha la dejó, Candela de inmediato cayó al suelo. No paraba de temblar, parecía llena de temor. 

—Está bien, después de todo se volvió completamente inútil. Hay mucha fuerza en ella, pero no hay ningún propósito —murmuró lo suficientemente fuerte como para que ambas la escucharan.

— ¡Josefina! —se acercó la chica demonio a ella.

—Yo si tengo un pro-propósito —habló Candela, ambas voltearon a ver a la chica—. Mi propósito es proteger El diario de Secretos y a mis hermanos, aún si debo dar mi vida.

—Entonces deja el jodido palabrerío y empieza a actuar. 

La muchacha caminó a paso lento, en dirección a las muchachas. Con mucha rapidez le asestó un puñetazo en el rostro a la chica de mechones azules, cosa que la derribó más fácil de lo que hubiera deseado. Se enderezó, medio tambaleante, y salió de la habitación.

—Apurense, es hora de trabajar.

~Y~

— ¡Alejense de mi! —Uriel gritaba tan fuerte que parecía que se le iban a desgarrar las cuerdas vocales. Seta esquivó con mucha rapidez el frasco de vidrio que le había lanzado.

Se encontraban en el altillo, Guadalupe y él trataban de mantener tranquilo al muchacho, pero no parecía querer calmarse con nada.

—Te trajimos una manzana —trató de calmarlo la chica, pero causó el efecto contrario.

— ¡No quiero! —Tiró un bate que casi va a parar a la cara de Seta, pero Guadalupe lo detuvo antes de que le hiciera daño

 Uriel se quedó sin fuerzas, cayó de rodillas al suelo comenzó a llorar aún con más fuerzas.

—María y José no despiertan... Luis perdió sus piernas, Candela vive drogándose y los menorcitos murieron —dijo entre lágrimas—. Las manzanas ya no tienen el mismo sabor, la lluvia ya no suena igual. Ya no es divertido mirar la luna ni cocinar o dibujar. Ya nada de esto es divertido. 

Seta se sentó junto a Uriel, comenzó a acariciar suavemente su cabeza en forma de consuelo. Sabía que lo cortaría, pero no le importaba, el muchacho siguió hablando. 

—No tiene sentido seguir viviendo en un mundo donde no existen los placeres, donde solo hay mucha tristeza y dolor. —Trató de contenerse, pero no podía. 

—Tranquilo, entiendo tu dolor... Yo también la extraño —dijo algo dolido—. Los extraño a ambos...

—Yo también lo extraño —dijo Guadalupe arrodillándose junto a ambos—. Uriel, pero están vivos y creo que podemos rescatarlos.

Al escuchar eso el muchacho se incorporó rápidamente. Su corazón sentía una punzada, no sabía si de felicidad o de dolor por recordar cómo la perdió.

— ¿Está segura? —preguntó con un puchero. La muchacha asintió.

 —Pero para eso te necesitamos Uri, necesitamos que estés con nosotros —le pidió Seta.

Pasó su manga por su rostro hasta limpiar todas sus lágrimas, respiró hondo hasta sentirse mejor y considerar su tono lo suficientemente entendible como para mantener una conversación normal.

— ¿Cómo lo haremos? —preguntó.

—Tenemos que reunirnos, en una hora lo haremos. Ve a bañarte, aclara tus ideas.

El chico asintió, se incorporó temblando. Puso una linda sonrisa llena de esperanza, de ganas de ver a sus hermanitos y darles un correctivo por haber hecho semejante estupidez.

~Y~

—No —dijo Nina firmemente mientras limpiaba su espada.

La ilusión de Gabriel cayó por el suelo. No se esperaba que dijera eso, aunque se lo debió haber imaginado, no tenían una relación realmente cercana.

— ¿Por qué no? —preguntó algo irritado.

—Porque eso es suicidio. Quieren enfrentarse, no solo a las dos sociedades, sino a las tensiones que hay entre razas. Estamos en el peor contexto social como para tener un golpe.

—Pero los gemelos volverán a ayudarnos, nos liderarán —dijo demostrando su frustración.

—No importa quién sea el líder, las condiciones son desfavorables. Yo no iré allí a morir.

Gabriel se dio vuelta dispuesto a irse, era una pérdida de tiempo y no insistiría. Salió de esa tienda de antigüedades en la que se había instalado esas últimas semanas. Le había costado mucho encontrarla.

Antes de poder salir vio a un muchacho correr a toda velocidad tratando de llegar a él. Ingresó como un rayo, cuando el chico pasó a su lado se percató de que era Mateo.

Lo siguió lo más rápido que pudo, haciendo que el piso rechinara bajo su peso y sus pisadas retumbaran por todos lados.

—Sé que no puedo convencerte —escuchó la voz del muchacho desde el corredor—. Sé que no te involucraste sentimentalmente con ellos, pero si conmigo. Necesitamos ayuda, necesitamos que dejen de secuestrar niños y matarlos por sus estúpidos experimentos. Que dejen de secuestrar personas impunemente. Necesitamos que la cadena se arregle.




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