Llegamos casi al anochecer. Durante las segunda mitad del viaje, me había dejado vencer por el sueño. Me desperté cuando sentí la mano de Beni sobre mi hombro.
_Ya estamos llegando.
Abrí los ojos con trabajo para ver ante mí un frondoso bosque.
_¿Dónde estamos?
_Estamos en el bosque que hay que cruzar para llegar a la casa.
Me enderecé en el asiento.
_¿Te has despertado ya?_ preguntó una voz desde la parte trasera del coche.
Me volví y me encontré cara a cara con María.
_Tú también te has echado una buena siesta.
Ella se rió.
Tras un cuarto de hora más o menos de viaje a través del bosque, empezó a divisarse el mar y en lo alto de un acantilado una enorme casa.
_Aquella es_ dijo Beni.
_Buena casa_ dije con asombro.
_Y cara como ella sola_ dijo Gabriel.
_La estamos pagando entre los tres.
_Entonces vivís todos juntos.
_Sí, y pagamos, tú también tendrás que pagar tu parte durante tu estancia_ dijo Beni.
_Para eso me voy a un hotel.
_Que es broma hombre, tú eres nuestro invitado_ dijo María.
Por fin llegamos a la casa. Beni aparcó en el patio principal, que contaba con un camino de baldosas de piedra que llevaban al porche de la casa, en el cual había una mesa de madera y unos bancos. Me ayudaron a descargar el equipaje y a meterlo.
Para ser sincero, la casa me sorprendió, de forma positiva, claro. Me esperaba una mansión tan tétrica como la oficina de su trabajo, pero no fue así, a pesar del gran tamaño de la casa, resultó ser muy acogedora. El suelo era de madera y las paredes blancas le daban luminosidad. Pasando por el pasillo, vi el salón, enorme y con una gran puerta de cristal al fondo que daba al mar. Más adelante estaba la cocina y al final del pasillo había una gran escalera de madera color caoba.
_Esto es lo único que odio de esta casa. Por las noches siempre crujen sin motivo y me despiertan.
_Por que son viejas, Beni_ dijo Gabriel.
_La casa no es reciente_, me explicó María_, está reformada, cambiamos el color de la madera, ampliamos algunas zonas como la cocina o el salón, pero decidimos conservar algunas cosas, la escalera, por ejemplo_ dijo palmeando el pasamanos.
_De la época victoriana italiana, Lucifer_ dijo Gabriel asomándose desde el hueco de la parte superior.
Seguimos subiendo y nos vimos al comienzo de otro pasillo.
_La casa cuenta con tres plantas, Beni y Gabriel ocupan la tercera, yo el ala este de la segunda.
_Tú ocuparás la oeste de esta planta_ dijo Gabriel.
_Perfecto.
_Bien, así tendremos al ángel en el este y al demonio en el oeste_ dijo Beni.
Nosotros nos reímos. Me guiaron hasta la que sería mi habitación. Al abrir la puerta descubrí ante mí una espaciosa habitación, con una cama de considerable tamaño y sábanas de color beis. Al fondo, junto a la cama, había una gran ventana con cortinas blancas.
Entré con el asombro aún en el cuerpo, jamás había visto una habitación similar.
_Esperamos que sea de tu agrado_ dijo Gabriel.
_Lo es, lo es, me encanta_ dije dejando la maleta a un lado.
_La habitación cuenta con un baño propio, un armario y un escritorio_ prosiguió Gabriel.
Yo le sonreí.
_Me sobra espacio por todos lados.
_Mejor que sobre que no que falte_ dijo Beni.
_Bueno, dejamos que te instales, cenamos a las nueve_ dijo Gabriel.
Oí sus pasos alejarse. Sólo María permaneció en la habitación. Se acercó a la ventana y la abrió, dejando entrar la brisa marina a la habitación, lo que produjo un suave hondeo de las cortinas.
_Te llevas una excelente habitación_ dijo asomándose por la ventana, cuyas vistas daban al mar. Me acerqué a la ventana y me detuve junto a ella_. Solía venir a esta habitación para ver el atardecer sobre el mar. Igual te hago una visita de vez en cuando.
Yo le sonreí.
_Ven las veces que quieras, así podemos ver el atardecer juntos_ supe que me había equivocado de palabras nada más pronunciarlas, así que traté de cambiarlas para que no sonaran muy sugerentes_. A mí también me gusta verlo.
Ella me sonrió.
_Me pasaré esta tarde_ dijo separándose de la ventana y yendo hacia la salida con grandes zancadas. Me giré para mirarla_. ¡Por fin estoy en casa!_ exclamó con alegría.
Yo sonreí al escuchar sus palabras. Oí sus pasos acelerados mientras recorría el pasillo, seguidos de una puerta cerrándose. A los pocos segundos oí los muelles de una cama. No pude evitar reírme, jamás me la habría imaginado como una mujer tan alegre.
Me tendí boca arriba en la cama, haciendo un ruido similar al que acababa de hacer María, pero tal vez ella no estuviera tan atenta de mí como lo estaba yo de ella. Recordé las descripciones que me hicieron de ella antes de venir, me dijeron que era una mujer muy exigente, con gran vocación por su trabajo. Decían que era un poco extravagante, que odiaba la impuntualidad y, además, decían que era un poco soberbia en lo que a su trabajo se refería, sinceramente, a mí no me lo parecía. Yo la había visto una mujer encantadora, se estaba portando muy bien conmigo.
Cerré los ojos y la primera imagen que me vino a la mente fue su sonrisa, deslumbrante desde el primer momento en que la vi. Sentí un ligero hormigueo por dentro y abrí los ojos.
_¿Qué me pasa?_ me pregunté a mí mismo.
Traté de despejar la mente ordenando mis cosas. Metí la ropa en el gran armario, evidentemente de la época victoriana, que había en la habitación. Era del mismo tipo de madera del que se componían las escaleras. Una vez que la ropa estuvo ordenada, empecé a sacar todos los artilugios de periodismo, la grabadora, la cámara de vídeo, la cámara de fotos... En plena faena empezó a sonar una canción que conocía muy bien. Salí de la habitación y seguí el sonido, que me llevó a la habitación de María. La puerta estaba entreabierta, así que me asomé un poco, estaba tendida en la cama, con los ojos cerrados. Abría la puerta del todo y me apoyé en el marco de la puerta.