Era ya de noche cuando bajé a la cocina, donde trabajaban tres personas, un hombre y dos mujeres, entre ellas Oana. Estaba sentada al fondo, cortando unas zanahorias. Me acerqué a ella en silencio y me detuve tras ella.
_¿Piensas ayudarme? _preguntó mientras se volvía y me miraba con una sonrisa.
Cogí un cuchillo de la mesa de al lado y me senté en frente de ella.
_Siento no haber venido en tiempo, ni haberte llamado estos últimos días, he estado muy ocupado_ me disculpé.
Una sonrisa surco el rostro de Oana.
_¿Tiene algo que ver la muchacha que has traído contigo?
Yo alcé la vista hasta sus ojos vidriosos color verde grisáceo.
_No es lo que crees, he estado ocupado por trabajo y... Bueno, ella es mi jefa.
_¿Seguro que sólo es eso?
Sentí que me ruborizaba.
_Sí.
_Lucifer... Llevo años cuidando de ti, te conozco como nadie. No te voy a interrogar, pero no intentes engañarme_ me dijo con una sonrisa.
Yo también sonreí.
_Creo que me gusta.
_Eso ya lo sabía yo, desde el momento en que te vi llegar con ella. Además, estás rojo, mejor dejamos el tema.
Yo le sonreí.
_De acuerdo.
_A ver si tú me das nietos_ dijo de repente.
Yo abrí los ojos hasta no poder más.
_¡Abuela! _dije sin poder contener una sonrisa.
Oana estalló en carcajadas.
_Anda, vete con ellos, estoy segura de que no te has arreglado tanto para cortar zanahorias.
_¿Estás segura?
_Llevo haciéndolo todo este tiempo_ me miró _ aún no estoy tan mayor_ dijo a la vez que me guiñaba un ojo.
Yo le sonreí.
Me levanté y salí al comedor. Distingui al resto en una de las mesas del fondo, junto a una ventana que daba al acantilado sobre el cual se encontraba el hotel. Me acerqué a ellos. Gabriel y Beni llevaban trajes de chaqueta, y María un vestido color azul noche que resaltaba sus ondas doradas cayendo sobre sus hombros con elegancia. Me senté junto a ella, entonces me fijé en que cada uno tenía una copa con restos de una bebida roja, probablemente el vino que había en el centro de la mesa.
_¿Te animas? _ me preguntó Gabriel.
_Gabriel, él no puede beber_ Dijo Beni mientras cogía la jarra del agua en el otro extremo de la mesa y llenaba mi copa_, como a los niños_ dijo con una sonrisa.
Yo también sonreí.
Los otros llenaron sus copas de vino.
_¿Brindamos? _ preguntó Gabriel alzando su copa.
_¿Por? _ pregunté.
_Por mañana_respondió el ruso.
_Hay un exorcismo _repuse.
_Por el exorcismo _ dijo Beni alzando su copa junto a la de Gabriel.
_Por el exorcismo que romperemos_ dijo María alzando su copa, como si quisiera romper una maldición, y entonces caí en que era justo lo que quería hacer.
Miré mi copa durante un instante para acabar alzándola también.
_Por la victoria sobre el mal.
Nuestras copas chocaron produciendo un ruido cristalino.
_Así se habla_dijo Beni. Bebimos los cuatro y nos sentamos correctamente de nuevo.
_Empiezas a hablar como uno de nosotros_ dijo Gabriel.
_Será el roce del día a día _dije. Miré las copas_. ¿Bebeis la noche antes de un exorcismo?
_Sí, y la posterior el doble_ dijo Beni_, tu estómago no aguantaría con nosotros.
La cena transcurrió animada sin embargo. Todo fueron risas y anécdotas divertidas, como acostumbraba este grupo.
_Tu abuela parece joven_ me dijo de repente María.
Yo la miré.
_Lo es, tiene sesenta años.
_Ya decía yo, está llena de vida.
Gabriel permaneció mirándola un poco más.
_¿Dónde se quedaron sus ojos verdes? _preguntó.
_Mi madre los tenía de ese color.
Cuando sonaron las doce nos subimos a las habitaciones, todos salvo yo, que me quedé un rato más tratando de ayudar a mi abuela, pero no me lo permitió, insistía en que me fuera.
_Me sabe mal estar aquí y no ayudarte _ dije mientras dejaba un plato en el fregadero.
_No importa, tú vete y descansa.
Una vez más obedecí. Subí a la habitación y, al abrir la puerta, vi que María estaba tendida sobre la cama, con el mismo vestido y con la cama hecha. La miré y sonreí mientras cerraba la puerta con cuidado de no despertarla. Me detuve a los pies de la cama y me quedé un instante mirándola. Me incline un poco sobre ella, observando su rostro, de repente, algo me empujó y no pude hacer nada por evitar caer sobre ella. Sentí cómo me ruborizaba sin remedio al sentir su cuerpo bajo el mío, a la vez, María se despertó sobresaltada y me miró con los ojos desorbitados. Al ver que era yo se le fue el miedo, pero no la tensión, como a mí, que sólo atiné a estirar los brazos para levantarme un poco y apartar mi pecho del suyo.
_Lo siento_ casi balbuceé.
Ella me esbozó una sonrisa forzada.
_Creo que eres el primero que se me abalanza así.
Mi corazón comenzó a golpearme con fuerza en el pecho al oír aquellas palabras.
_Lo siento, he debido de tropezar.
_Tranquilo.
Podía sentir su respiración, sus piernas ligeramente separadas, y el olor de su perfume me llegaba perfectamente. Estuve a punto de no hacerlo, pero me levanté y me alejé un poco de ella, respetando su espacio. Para ello tuve que vencer al deseo de besar sus labios, de morder su cuello, de acariciar su piel mientras nuestros cuerpos se unían. Me reproché aquel pensamiento.
_Lucifer, ¿estás bien?
Levanté la cabeza instantáneamente y la miré.
_Sí, sí, por supuesto... Voy a darme una ducha_ dije yendo hacia el baño.
Cerré la puerta detrás de mí y comencé a quitarme la ropa. Sentí que me invadía una gran calma mientras el agua caía sobre mi piel.
El silencio absoluto invadía el ambiente hasta que, de repente, sonaron tres golpes en la puerta. Sentí que el corazón se me paraba por un instante del susto.