–¡No puede ser!– exclamó.
–Voy a decírselo a los demás– dije mientras me dirigía a la escalera.
Subí corriendo y no paré hasta llegar a la habitación en la que estábamos alojados María y yo. Llamé a la puerta varias veces hasta que la abrió.
Me miró sorprendida.
–¿Acaso vienes corriendo?
–Tengo una mala noticia– conseguí decir entre jadeos.
–Recupera antes el aliento, que poca resistencia chico.
Sonreí levemente ante su comentario mientras me sentaba en la cama. María se sentó a mi lado.
–¿Cuál es esa noticia?
–Vale– dije mientras pensaba en cómo darle la noticia–. María, acaba de llamar uno de los policías con los que estuvimos hablando.
–¿Y?– preguntó algo más tensa.
–Lo siento mucho, pero el Padre Andrei acaba de morir.
–¡¿Qué?!– exclamó a la vez que se levantaba de un salto.
Me levanté también y puse mi mano sobre su hombro. Parecía haberle afectado mucho la noticia.
–¿Os conocíais de antes?– le pregunté.
–Habíamos participado juntos en otros exorcismos anteriores. Él fue quien me regaló la cruz.
–Lo siento mucho– le dije a la vez que la abrazaba.
María rodeó mis costados, aferrándose con fuerza a mí mientras apoyaba la cabeza en mi pecho. Yo deposité un ligero beso en su cabeza antes de apoyar sobre ella la mía. Permanecimos así unos minutos. De repente mi mirada se dirigió hacia el baño, y en el espejo vi nuestro reflejo. Permanecí un instante observándolo, realmente me agradaba lo que veía, por muy mal que quede decirlo en una situación como aquella, pero era la realidad. Mientras continuaba con la mirada clavada en nuestro reflejo, comencé a deslizar mi mano hasta la cintura de María, con la intención de acercarla más a mí, pero el hecho de que apareciera una mano de la nada posada sobre la mía hizo que me apartara bruscamente de ella.
María me miró sorprendida.
–Lo siento– le dije aún alterado, podía sentir mi corazón latiendo con fuerza debido al susto.
María me miró.
–¿Estás bien? Parece que hubieras visto un fantasma– me dijo.
Yo le sonreí nervioso.
–Sí, sí, solo... Oye, si quieres te preparo el baño ese que querías.
María me sonrió y asintió.
Mientras se desnudaba en la habitación, yo estaba pendiente de la bañera. Entonces vi que entraba y se sentaba junto a mí en el borde. Sólo una toalla cubría su cuerpo, así que tuve que luchar por mantener la mirada por encima de su cuello, aunque tuviera algún que otro ligero desliz.
–¿Bien?– le pregunté.
Ella se encogió ligeramente de hombros.
–Supongo.
–Harán un funeral, digo yo–. María me miró–.Si quieres vamos.
–Tardarán, le harán primero una autopsia, tendrán que prepararlo... tampoco quiero retrasar el viaje a Calabria, recuerda que tienes que ir al médico...
–No te preocupes, la úlcera no se va a ir– dije con cierta burla.
María esbozó una sonrisa que reflejaba cierta amargura.
–Precisamente ese es el problema.
Nos quedamos un momento en silencio.
–Esto ya está– dije a la vez que me levantaba.
–Gracias.
Me paré delante de ella.
–Te lo digo en serio, si quieres ir... no hay ningún problema, de verdad, no tengo prisa para que me metan el dichoso tubo.
María me sonrió, se inclinó hacia mí y apoyó su frente en mi vientre, produciéndome un leve dolor al estar tan cerca de la úlcera pero el cual ignoré por completo. Acaricié su cabello.
–Te lo agradezco enormemente, Lucifer.
–No hay nada que agradecer, de verdad– dije a la vez que me separaba un poco–. Si tardas mucho, se te enfriará el agua.
–Tienes razón.
–Por cierto, ¿qué pasó con lo de llamarme Luzbel?– pregunté mientras salía del baño.
–Oh, pues verás, resulta que me gusta tu nombre, Lucifer.
Me detuve en el marco de la puerta y me volví para mirarla.
–Sólo el nombre.
María me sonrió.
–Salte ya.
–Si me necesitas, aquí me tienes.
–Vale– respondió, aunque al parecer luego recapacitó–. ¿Y para qué te voy a necesitar si me estoy bañando?
–Hay gente que ha muerto en la bañera.
–No sé si llegarías al punto de salvarme o te dedicarías a otra cosa.
–Dos cosas, una, me duele que pienses así de mí, soy un caballero, no te metería mano; y dos, igual conseguía hacerte reaccionar– dije mientras me dirigía hacia la cama, donde María había dejado esparcida su ropa.
–Yo sí que te haría reaccionar a ti.
–Seguro, pero mira que eres desordenada– le reproché mientras cogía su ropa para hacerla a un lado. Entonces vi que una de las prendas caía al suelo. Al mirarla descubrí que se trataba del sujetador –. Mierda– murmuré mientras me agachaba para recogerlo. Una vez que lo tuve entre mis manos, se me pasó por la cabeza la brillante idea de mirar la talla. Dirigí una rápida ojeada a la puerta del baño para asegurarme de que María no salía y me pillaba en aquel momento. Busqué la etiqueta y, cuando vi la talla, me llevé la mano que me quedaba libre a la boca. Volví a mira el sujetador–. Por favor, que sea cierto– dije para mí mientras lo extendía ante mis ojos–. Ahora sí que no me la voy a quitar de la cabeza.
Dejé el sujetador junto al resto de la ropa y me tendí bocarriba en la cama. Cerré un momento los ojos y dejé la mente en blanco. Poco a poco sentí cómo me quedaba dormido.
Cuando los abrí de nuevo, una potente luz me encandiló. Empecé a enfocar y entonces descubrí que se trataba de unos focos. Empecé a introducirme cada vez más en aquella realidad. Estaba tendido sobre algo frío, parecía metálico. Podía sentir algo similar a una mascarilla que me cubría la zona de la nariz y la boca. No podía moverme. De repente empecé a escuchar una voz femenina que me llamaba.