19 de octubre de 1948
Ya era de madrugada, de no haber sido por mi madre, no me habría despertado. Ella se había levantado por casualidad para ir al baño y dijo que escuchaba el sonido insistente de mi reloj, repitiéndose una y otra vez en la casa quieta. Entró a mi habitación y me despertó con calma, con voz baja para no hacer ruido. Me levanté algo rápido, aún con el sueño pegado a los ojos, para vestirme y preparar el desayuno, mientras ella regresaba a su habitación para volver a dormir.
Ya estando listo, fui camino a la escuela sin apresurarme esta vez. Al llegar, no lo vi en el lugar donde siempre solía esperarme, lo cual me resultó extraño por un instante, pero aun así, seguí caminando hacia el curso. Allí lo encontré, estaba en su asiento, inclinado sobre su libreta y dibujando con la misma concentración de siempre. Me acerqué a saludarlo y me senté en mi lugar. Apenas me vio, cerró la libreta con cierta torpeza, como si se hubiera sobresaltado, aunque no le di demasiada importancia, era un gesto habitual en él.
Los dos conversamos como de costumbre, siempre terminamos hablando de lo mismo cada vez que nos encontramos al llegar a la escuela. Él pregunta por mí con su calma habitual y escucha con paciencia cada tontería que digo, sin interrumpirme. Cuando dejé de hablar, me recordó que había una tarea para entregar ese mismo día. Me había olvidado por completo. Al notarlo, él, sin pensarlo demasiado, me mostró su cuaderno para que copiara, pidiéndome únicamente que cambiara algunas palabras. Acepté de inmediato, le di las gracias y me dispuse a concentrarme en eso antes de que la profesora entrara al aula.
Apenas comencé a escribir con prisa, Kirill volvió la mirada hacia el asiento de atrás, pues Irenka lo había llamado por su nombre. Fingí concentrarme en mi cuaderno, aunque en realidad estaba atento a lo que decían. Aquella chica, que parecía estar de buen humor, le preguntó si podrían volver a salir juntos en otro momento. Él se negó con serenidad, sin esbozar sonrisa alguna, y respondió que, al salir de la escuela, debía acompañar a su madre al supermercado para hacer unas compras. Irenka aceptó la excusa con ligereza, conformándose con esperar otro día para reunirse.
Después de aquella breve charla, él se acomodó nuevamente en su asiento y pude sentir que me miró de reojo, aunque no quise comprobarlo. Yo seguí concentrado en terminar la copia, sin apartar la vista del cuaderno. Al poco tiempo concluí, apenas unos segundos antes de que la profesora entrara al aula. Solté el lápiz sobre la mesa y comenté, casi en un susurro, que había terminado. La mano me dolía por la rapidez con la que había escrito, así que me di pequeños masajes para aliviarla. Kirill tomó su cuaderno con cuidado, atento a que la profesora no advirtiera que yo había copiado su tarea.
Aún la profesora no había pedido las tareas, pues seguía acomodando sus cosas sobre el escritorio. Kirill me preguntó qué haría en el recreo, le respondí que estaría con él y con las chicas. Después de eso no dijo nada más. Cuando la profesora finalmente solicitó las tareas, Kirill tomó las nuestras y las llevó hasta su escritorio.
Aquella profesora me resultaba irritante, y a las chicas también. A Kirill, en cambio, no parecía afectarle, pues le bastaba con obtener buenas notas en su materia. Siempre había sido demasiado estricta, regañaba a todos con severidad y, si alguien no cumplía alguna de sus indicaciones, alzaba la voz sin dudarlo. Era insoportable. Lamentablemente, pronto se acercaría un examen suyo, y ya tenía decidido que le pediría ayuda a Kirill para estudiar.
Después de esas horas de clase, por fin estábamos en el recreo. Quienes no habían terminado de copiar lo de la pizarra debían quedarse en el aula hasta completar todo antes de poder salir. Ninguno de nuestros otros profesores exigía algo así, solo ella. Por suerte, yo había copiado a tiempo. Solo Zenya permanecía aún en el aula, ya casi terminando, mientras Shura esperaba pacientemente a que acabara para salir juntas.
En cambio, yo estaba en el mismo banco de siempre, junto a Kirill. Como de costumbre, era yo quien hablaba de más, mientras él apenas respondía, escuchándome con calma en cada cosa que decía. Al poco tiempo llegaron las chicas, Shura traía unas galletas caseras que ella misma había preparado, y las probé sin dudar. Kirill comentó que estaban deliciosas, comiendo de pequeños bocados, y para mí también lo estaban, aunque antes quise bromearle diciendo que no sabían tan bien. Ella lo comprendió al instante y me dio un golpecito suave en el hombro, riendo con ligereza, igual que Zenya. Los cuatro nos quedamos allí, comiendo y conversando, como solíamos hacerlo en la mayoría de los recreos.
Una hora después ya estábamos nuevamente en el aula, sentados en nuestros lugares mientras esperabamos la llegada del profesor. Esta vez Kirill no intentaba ocultar lo que estaba dibujando, así que me incliné un poco hacia él para mirar y le dije que dibujaba muy bien. Por mi comentario esbozó una pequeña sonrisa, casi discreta. Cuando noté que estaba a punto de responderme, apareció esa chica y se colocó a su lado, inclinándose también sobre el cuaderno para observar el dibujo.
Irenka admiró el dibujo con exagerada sorpresa y, como si no fuera evidente, le preguntó si él mismo lo había hecho. Qué pregunta más absurda de su parte. Kirill asintió con cierta incomodidad, la sonrisa ya borrada de su rostro. Sin el menor pudor, ella le pidió que la dibujara también, él respondió que tal vez después, que por ahora prefería terminar lo que estaba haciendo. Mientras conversaban, yo no aparté la mirada de Irenka, bastaba verla para que algo dentro de mí se encendiera en rechazo, y sólo deseaba que se marchara de una vez.
En un momento, aquella chica desvió la mirada hacia mí. No lo esperaba, y por un instante me puse tenso. Con su habitual sonrisa fingida, me preguntó si podíamos cambiar nuestros asientos para que ella pudiera sentarse junto a Kirill por ese día. Estuve a punto de negarme, pero Kirill me interrumpió antes de que pudiera decir algo, pidiéndome que la dejara y que ya nos veríamos en el siguiente recreo, ni siquiera llegó a mirarme al decirlo. Me quedé confundido unos segundos, en silencio, pero al final accedí al pedido de Irenka. Ella me dio las gracias con entusiasmo e incluso intentó abrazarme, aunque me aparté de inmediato y la miré con fastidio. No pareció importarle, se sentó felizmente a su lado y comenzó a hablarle sin descanso.