El Diario de Maxine Borage | Rd Hogwarts

Septiembre 8 de 1994 Parte II | Linaje, Reflexiones y Malfoy

Maxine, con una sonrisa juguetona, respondió sin perder la oportunidad de agregar un toque de misterio:

—¿Por qué no? —dijo, provocando la curiosidad de Kevin. Suspiró y sonrió levemente, aparentemente entretenido por la respuesta intrigante de Maxine. Era evidente que la interacción dejaba entrever que Kevin podría estar empezando a sentir simpatía por ella.

Con el tintineo de las macetas y la risa de los estudiantes, la clase de Herbología llegó a su fin. La profesora Sprout concluyó la lección, anunciando que podían irse. Maxine, siendo la primera en salir, se apresuró hacia la salida, ansiosa por lavarse las manos, ya que había manejado las macetas y la tierra sin guantes.

El aula de Herbología, con sus mesas despejadas y plantas ordenadamente dispuestas, dejaba ver el resultado del esfuerzo de los estudiantes. La luz natural que se filtraba por las ventanas proporcionaba una atmósfera acogedora.

Al salir, Maxine subió las escaleras y se dirigió directamente hacia una canilla en la pared para lavarse las manos. Mientras lo hacía, un par de chicos de Gryffindor, aparentemente de último año, se acercaron para molestarla.

—¡Oye! ¿Eres nueva, verdad? —preguntó el chico llamado Kevin Sterndale.

Se acercó demasiado mientras Maxine se lavaba las manos, con una sonrisa burlona que ella encontró despreciable. Su compañero de Gryffindor se unió a la escena, riéndose cómplicemente. Mientras tanto, los compañeros de cuarto año de Maxine comenzaban a subir las escaleras, acercándose a donde ella estaba.

Maxine, mostrando su disgusto, miró a Sterndale y, en un gesto audaz, sacudió sus manos mojadas, salpicando el uniforme del chico de Gryffindor. Sterndale se alejó, pero la sonrisa burlona aún adornaba su rostro mientras continuaba charlando con su amigo.

Después de la clase de Herbología, Maxine suspiró y continuó su camino hacia la sala común de Slytherin. Aunque conocía el camino desde la sala común al comedor, no estaba segura de cómo llegar desde el aula de Herbología y optó por seguir el camino que conocía. Mientras caminaba, reflexionaba sobre el tiempo, recordando que eran aproximadamente las 11:10 a.m.

Al llegar a la sala común, se encontró con Adrian Pucey, vestido con el uniforme del equipo de Quidditch de Slytherin, junto a la chimenea. Maxine, con hambre evidente, se acercó para agarrar una manzana.

Adrian la vio y sonrió al verla acercarse, intentando apoyarse en la chimenea, pero resbalándose en el proceso. Maxine, siendo considerada, no se rió para no incomodarlo, notando su nerviosismo.

—Hola, Maxine. ¿Cómo estás? —saludó Adrian, sonriendo.

—Buenos días, Adrian —respondió Maxine, agarrando la manzana y devolviéndole la sonrisa. Aunque estaba apurada, su ánimo se vio afectado por la reciente molestia con el chico de Gryffindor y su fatiga ante el comportamiento coqueto de algunos chicos como si no tuvieran algo mejor que hacer que chamuyar.

—Vamos a practicar en el campo hoy después de comer, ¿no quieres venir a verme? ...digo, vernos, al equipo, por supuesto —preguntó Adrian, mostrando una mezcla de nerviosismo y entusiasmo, corrigiéndose rápidamente.

La sala común de Slytherin, con sus verdes y plateados tonos, ofrecía un ambiente acogedor. El crepitar de la chimenea añadía calidez al lugar, mientras que los sofás y las mesas distribuidas por la sala permitían a los estudiantes socializar y relajarse.

Maxine, con su manzana en mano, consideró la invitación de Adrian.

—Oh, no sé si pueda, Adrian. Tengo cosas que hacer, pero si hago tiempo, iré —respondió Maxine, sonriendo, mientras comenzaba a comer su manzana. Adrian mostró un atisbo de decepción, pero mantuvo una sonrisa. Maxine se despidió rápidamente, diciéndole que debía ir a un lugar.

Saliendo de la sala común, Maxine se detuvo en el pasillo del Scriptorium de Salazar, apoyándose en la pared mientras continuaba comiendo su manzana. Su mente divagó hacia la idea de un Scriptorium real en ese lugar.

—¿Si hay un Scriptorium aquí? ¿Cómo y dónde estaría el interruptor? —se cuestionaba, suspirando mientras reflexionaba. Aunque no estaba haciendo mucho, en ese momento, recordó el asunto de Ominis Gaunt y se sintió mal por dejar a Adrian solo, cuando le dijo que debía irse a algún lugar, y en realidad, estaba sin hacer nada en el pasillo.

De repente, Maxine vio al prefecto de Slytherin, Matteo Sallow. Aunque se preguntaba si podría ser descendiente de los Sallow que conocía, sonrió al pensar que eso era bastante obvio. El pasillo del Scriptorium presentaba un ambiente tranquilo, iluminado por la luz tenue de las lámparas . La arquitectura del castillo oscuro se destacaba, y el murmullo distante de estudiantes y el crujir de los escalones proporcionaban un fondo sonoro.

El prefecto de Slytherin, Matteo Sallow, se acercó a Maxine observándola como si estuviera involucrada en algo sospechoso.

—¿Qué hace aquí? No puede quedarse en los pasillos, y menos cerca de las mazmorras subterráneas —declaró con autoridad.

Maxine se enderezó, alejándose de la pared, sosteniendo la manzana en la mano. Lo miró con una expresión aburrida, algo molesta de que la molestara cuando no estaba haciendo nada malo.

—Solo estoy comiendo una manzana y, de todos modos, tengo que ir a la biblioteca —respondió, mientras él asentía y se retiraba, manteniendo una actitud seria e imponente.

Maxine movió la cabeza, decidida a no perderse de nuevo en los pasillos de Hogwarts. Se esforzaba por trazar un mapa mental de los corredores mientras se dirigía a la biblioteca. Arrojó los restos de su manzana al paso en un tacho de basura, confirmando al lector que la había comido por completo.

En la biblioteca, buscó el libro de Newt Scamander y lo tomó antes de elegir un buen lugar. Aunque su actitud aún reflejaba cierta desilusión por la situación, se dirigió a una mesa redonda con un sillón verde y colocó los pies sobre otro sillón, adoptando una postura relajada. Se sumergió en la búsqueda de información sobre los basiliscos, preguntándose por qué debería preocuparse. Los estantes llenos de libros antiguos y polvorientos daban a la escena un aire de conocimiento acumulado a lo largo de los años.




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