El Diario de Maxine Borage | Rd Hogwarts

Septiembre 12 de 1994 Parte I | Fue un accidente Huron... y Moon Hyeong Jun

12 de Septiembre de 1994

Hoy, Maxine Borage se despertó un poco más temprano de lo habitual, llenando la habitación con su energía alegre, mientras sus compañeras de cuarto aún yacían en un sueño profundo. Decidió romper la rutina y se colocó un lazo de moño negro en su largo y ondulado cabello rubio. Con una sonrisa traviesa, se deslizó fuera de la habitación con sus patines, ansiosa por explorar más rincones del majestuoso castillo antes del desayuno.

Al cruzar los pasillos, Maxine se encontró con el Prefecto Sallow, quien, al parecer, compartía su inclinación por las mañanas tempranas. Con un saludo amistoso, continuó su camino, dejando atrás la sala común.

Patines en movimiento, se aventuró por los corredores, siempre atenta a no ser descubierta por Filch, el celador del castillo. Aunque tenía una relación amistosa con él, sabía que su afán explorador a veces podía chocar con las normas de Hogwarts. Maxine reflexionó en voz alta: —Filch es buena gente, realmente. No deberían tratarlo mal—. Con esa convicción, siguió deslizándose por los pasillos.

En medio de su exploración, una realidad más seria se presentó ante ella. Las responsabilidades futuras se hicieron evidentes: encontrar la Diadema de Rowena Ravenclaw. Maxine rodó los ojos ante la tarea que se le encomendaba y decidió cambiar de dirección, encaminándose hacia la torre de Astronomía.

Los patines resonaban en los pasillos mientras se dirigía hacia su siguiente destino, con la determinación de una alumna curiosa y la ligereza de alguien que encuentra placer en cada rincón mágico de Hogwarts.

Llena de esperanza, Maxine Borage se adentró en la sala de menesteres, un lugar oscuro y repleto de objetos mágicos. Al ingresar, iluminó el espacio con su varita, invocando la luz con un encantamiento —LUMUS—. A pesar de la tenue luz, siempre tenía la sensación de ser observada desde las sombras. Sin embargo, su curiosidad superó cualquier temor, y su espíritu curioso se manifestó, recordando un meme de internet que la hizo reír: "¡Yo soy Ciruja!".

Explorando entre montones de objetos, Maxine se sumergió en la búsqueda, examinando cofres y curiosidades. Entre sus hallazgos, descubrió un espejo de mano excepcionalmente bonito. Como si fuera una niña, decidió dirigirse a su propio reflejo en tono desafiante, pero en clave de broma: —Espejito, espejito, ¿quién es la más bonita de Hogwarts? —. La respuesta, sin embargo, la sorprendió cuando el espejo replicó con un tono entre sarcástico y desconcertante: —Y yo qué sé, estúpida—. La voz, ambigua y sin género definido, la irritó, pero su curiosidad persistió.

Volteando el espejo, Maxine notó una inscripción en la parte posterior: "A. Black". Inmediatamente relacionó las iniciales con Apollonia Black. La conexión con la familia Black añadió un matiz intrigante a su descubrimiento, desencadenando preguntas sobre la historia y el propósito del espejo en la sala de menesteres.

—Ah, con razón —murmuró Maxine con desagrado al comprender que el comportamiento del espejo podía deberse a la personalidad de su antigua propietaria. Mientras el espejo continuaba lanzando insultos, ella expresó su molestia y, sin más contemplaciones, lo guardó dentro de un cajón de escritorio, dejándolo ahí.

—¡Oye, no hagas eso, no sabes quién soy...! —protestó el espejo desde su nuevo confinamiento, mientras Maxine, haciendo caso omiso de los reclamos del objeto parlante, persistía en su búsqueda de la famosa Diadema.

Continuó su búsqueda incesante en la sala de menesteres, observando cada rincón en la esperanza de encontrar la tan ansiada Diadema de Rowena Ravenclaw. Mientras exploraba, una rata cruzó su camino, despertando su desagrado innato hacia esos roedores. Con un simple gesto, Maxine transformó la rata en un conejo, dejando atrás cualquier vestigio de lo que le desagradaba.

Persistente, examinó cada objeto en busca de algo más que pudiera captar su interés, pero la diadema no aparecía. Con un suspiro resignado, reconoció que era hora de desayunar y decidió posponer su búsqueda para otro día. Se preguntó internamente por qué Harry del futuro habría encontrado la diadema tan rápidamente, cuestionamiento que flotaba en su mente mientras abandonaba la sala. Sacudiéndose el polvo de la ropa, se aseguró de que el pasillo estuviera desierto antes de continuar su camino.

Mientras descendía por las escaleras en dirección al comedor, un pensamiento intrusivo la asaltó. En una esquina, un chico apoyado en la pared la miraba con expresión molesta, como si la conociera. Maxine, sin perder su curiosidad característica, —Hola Ter…— intentó saludarlo pensando que era Terence Higgs, pero al acercarse, se detuvo al notar que no era él. El desconocido compartía su misma altura, y ella lo miró detenidamente, tratando de recordar si lo conocía de alguna parte.

—Oye... ¿por qué suspiras como si me conocieras? —preguntó Maxine con curiosidad, notando la molestia en el rostro del chico. —¡Por nada! —respondió él, visiblemente molesto, suspirando mientras bajaba las escaleras. El joven resultó ser Fergus Cowley, un estudiante de segundo año de Slytherin, y Maxine se percató de que nunca antes le había dirigido la palabra. Aunque la situación le pareció curiosa, ella simplemente se encogió de hombros cuando él se fue.

Continuó su camino y, después de un rato, se encontró con el siempre alegre Moon Hyeong Jun, quien la saludó con entusiasmo. —¡Maxine! ¡Buenos días! —exclamó. Maxine le devolvió el saludo y le propuso ir juntos al comedor. Hyeong Jun mencionó que necesitaba pasar por el baño primero, a lo que Maxine asintió y le dijo que lo vería en el comedor.

En el trayecto, la mente de Maxine divagó y pensó en la utilidad de adquirir lentes de visión nocturna o binoculares de radiación de calor para vigilar la sala de menesteres. Con la comodidad económica proveniente de su familia, consideró la posibilidad de obtener esos artefactos. La idea le llevó a reflexionar sobre su posición como hija única tras la pérdida de su hermanito. Un atisbo de melancolía la invadió al pensar en las bromas que ella podría estar haciendo acerca de su fallecimiento, pero una pequeña sonrisa se asomó al recordar que a él le habrían encantado esos lentes y que comprendería su sentido del humor.




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