El Diario de Maxine Borage | Rd Hogwarts

Septiembre 13 de 1994 Sábado Parte I | Hogsmeade y Harry Potter

Esa mañana, a pesar del agotamiento que la invadía, Maxine decidió levantarse temprano, eran las 7 a.m. y sus compañeras de dormitorio aún yacían sumidas en el sueño. A medio dormir, se dirigió al baño con anticipación, emocionada por la perspectiva de visitar Hogsmeade, un lugar que hasta entonces le era desconocido. Optó por lucir un conjunto rojo, similar al estilo que llevó el fin de semana pasado, pero esta vez en tonos carmesí. Completó su atuendo con unas botas negras y en lugar de la boina de costumbre, eligió colocarse un moño rojo en la parte trasera de su cabello largo y ondulado.

Tras arreglarse, Maxine salió de su dormitorio y, aunque no se topó con nadie en el camino hacia el comedor, decidió no detallar demasiado ese trayecto. Se sentó en su mesa de Slytherin para disfrutar de un tranquilo desayuno, observando cómo solo unos pocos estudiantes se habían levantado temprano. Entre ellos, divisó a Harry Potter y, con determinación, se acercó y tomó asiento a su lado.

—Buen día, Harry. ¿A qué hora te parece que podríamos ir a Hogsmeade hoy? —comentó Maxine con entusiasmo, mientras disfrutaba de su taza de té en la mesa del comedor.

—Buenos días... emm... ¿qué te parece a las 11? —respondió él, aún con la mirada somnolienta. Maxine asintió, aceptando la propuesta. Mientras él seguía mirando su atuendo y luego su rostro, ella percibió cierta incomodidad, pero optó por no darle mayor importancia. Se levantó rápidamente y regresó a su mesa en Slytherin. No podía creer que Harry no se hubiera cambiado ni arreglado; parecía que todavía estaba recién levantado. Su propia impaciencia la llevó a querer saber cuánto tiempo tendría para ocuparse de otras cosas antes de la salida.

Mientras disfrutaba de su desayuno en la mesa de Slytherin, Maxine recordó que tenía que llamar a Nurglet, el elfo doméstico en la mansión de su abuelo. Con el número en su posesión, se levantó de su asiento y salió del comedor, permaneciendo cerca de la puerta.

—Mansion Borage, diga —resonó la voz amigable pero formal de Nurglet, el elfo doméstico, al otro lado de la línea.

—Buenos días, Nurglet. Soy Maxine.

—¡Joven Ama Maxine! Oh sí, sabía que llamaría. ¿Qué requiere, ama?

—Sí, Nurglet. Sabes, necesito algunas cosas, pero quería preguntarte —bajó la voz— si puedes conseguirme una capa de invisibilidad...

—Podría encargarme, ama. Aunque no quiero preguntar para qué la usaría. Puedo decirle que son algo difíciles de conseguir ahora, pero lo haré...

—¿Sabes si el Ministerio estaría revisando los correos?

—Oh, ama, es verdad. Por lo sucedido en la Copa Mundial de Quidditch... sí, me temo que están revisando la correspondencia, ama. Pero...

—Ya veo.

—Pero, ama, puedo hacer que el manto parezca solo otra capa de Slytherin. No creo que revisen tanto los correos si solo se trata de uniformes escolares.

—Ah, Nurglet. ¡Qué buena idea! Haz que la capa sea una de Ravenclaw... apuesto que pasará más desapercibido.

—Sí, de acuerdo, ama. Me alegra que tenga aventuras, ama. Pero recuerde el nombre de la familia Borage...

—Nurglet... Sí, no te preocupes, es por una buena causa. Jaja, yo sé que te gusta el misterio... te contaré todo, pero es solo algo sin mucha importancia.

—Ama... Sí, sí, está bien. Cualquier cosa le estaré informando. Buena suerte, ama.

—Adiós, Nurglet. ¡Muchas gracias!

Maxine finalizó la llamada y observó el teléfono con gratitud antes de guardarlo. En el pasillo iluminado por lámparas parpadeantes y rodeado de retratos animados, continuó su camino. Las paredes de piedra antigua estaban adornadas con escudos de diferentes casas y retratos que seguían con atención cada movimiento.

Draco Malfoy, apoyado casualmente contra una de las paredes, atrajo su atención. Ella lo miró por un momento y luego se dirigió hacia la puerta para salir al lugar donde él se encontraba.

—Maxine... buenos días... —dijo él, mostrando una timidez que no solía exhibir, pero con una sonrisa. Maxine respondió con un saludo más reservado.

—Solo quería disculparme por lo de ayer... sé que alguien como tú... no merece ser tratada así —explicó Draco, con las manos en los bolsillos y la mirada fija en el suelo, como si buscara evitar su mirada. Agregó que no lo dijo a propósito, pero sería más cuidadoso a partir de ahora. También advirtió que si Maxine volvía a enojarlo, se lo pensaría 100 veces antes de hacer o decir algo. Ella encontró graciosa esa afirmación.

—Ahhh, está bien, Draco —dijo, rodando los ojos y sonriendo—. Discúlpame por arruinar tu pergamino... seré más cuidadosa —añadió, casi disculpándose a regañadientes, pero con un toque de timidez. Draco extendió la mano en un gesto para hacer las paces.

—¿Amigos? ¿De nuevo? —preguntó, arrastrando las sílabas y levantando las cejas con una sonrisa. Maxine le estrechó la mano con entusiasmo.

—¡Amigos! —respondió, con una expresión más alegre.

—¡Bien! —dijo él, y Maxine se quedó hablando con Draco un rato más, notando que parecía más animado y amable de lo normal. Él sugirió que debería ir a ver su mansión, asegurando que le encantaría. Le preguntó sobre sus planes para las vacaciones, y Maxine mencionó que tal vez iría a Argentina o Brasil, pero que tendría tiempo de regresar si él quería que lo visitara. La idea de visitar a su familia la alegraba, y aparentemente todo seguía su curso. Maxine añadió que podría visitarlo en su cumpleaños, lo cual sorprendió a Draco; sin embargo, este respondió con una mirada orgullosa y afirmó que sería perfecto que ella lo visitara en esa ocasión. La conversación terminó con Maxine despidiéndose de él de manera más animada, ahora que las cosas se habían arreglado, y Draco le dijo que después la vería.

Ella se dirigió a la sala de menesteres con determinación, consciente de su misión de encontrar la diadema. La sala, como de costumbre, estaba envuelta en un ambiente lúgubre y misterioso. La música que había elegido resonaba en el aire, creando una atmósfera peculiar mientras exploraba entre objetos acumulados.




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