Maxine despertó con un bostezo, sus ojos aún pesados de sueño se dirigieron directamente a su celular para verificar la hora. Murmuró quejándose al percatarse de que estaba muy dormida. Estiró la mano hacia el escritorio, palpando en busca de sus anteojos, solo para recordar que ya no los usaba. Se rió ligeramente, reflexionando sobre cómo solía depender de ellos en la primaria, aunque ahora la costumbre le resultaba extraña.
Decidió levantarse y, en un intento por animarse, puso música en sus auriculares. La excursión del día anterior, aunque no fue especialmente agotadora, la dejó más cansada de lo que esperaba. Mientras la melodía llenaba sus oídos, se movió por la habitación, preparándose para el día que le esperaba en Hogwarts.
En los auriculares resonaban las notas de alguna canción de "Gilda". Sentía la necesidad de tener esa conexión con la música, considerándola algo indispensable en su vida. Recordó con nostalgia los días en Castelobruxo, específicamente con Emiliano Ouschan, cuando solían poner música en el comedor. Aunque sus elecciones musicales a menudo resultaban en reprimendas, guardaba esos momentos con aprecio.
Se preguntó si seguiría reproduciendo música de cumbia en honor a esos recuerdos con Emiliano, aunque sabía que no lo admitiría abiertamente. La música, para ella, era una forma de conectar con su pasado, una puerta a esos instantes especiales que atesoraba en su corazón.
Maxine se levantó con una renovada sensación de alerta. Al notar que algunas chicas ya estaban cambiadas, se preguntó por qué se habían levantado temprano y haciendo ruido, y aun así ella no se había despertado. Comenzó a dar algunos pasos con alegría al ritmo de la música que fluía en sus auriculares, hasta que su mirada se posó en otro objeto horrible en su escritorio.
Un escalofrío recorrió su espalda al ver una rosa colocada allí. Dio un paso atrás con temor y murmuró, —Ay no… ¿ese cuervo? —. La sola idea le causó un estremecimiento, y su ritmo alegre se desvaneció. Bajó de inmediato el volumen de la música y se quitó los auriculares, analizando la situación. Se preguntó si podría ser un admirador secreto o algo más, y su mirada inquisitiva se posó en Negur, su búho, como si esperara respuestas que sabía que no obtendría.
La incertidumbre flotaba en el aire, y Maxine consideró las posibilidades. Decidió no tocar la rosa cortada, optando por seguir con su rutina normal. Aunque la curiosidad la impulsaba a preguntar a las chicas presentes, también temía asustarlas en caso de que alguien hubiera entrado durante la noche. La idea de indagar sobre el búho que pudo haber traído el misterioso regalo también rondaba en su mente, pero las chicas estaban demasiado ocupadas yendo y viniendo para abordar ese tema en ese momento.
Con la toalla en mano, se encaminó hacia las duchas, lista para comenzar su rutina matutina. Al abrir la puerta, se encontró con su mayor temor: un chico del lado opuesto apoyado en la pared, saludando con la mano y una sonrisa maliciosa. Era Tom Riddle, en modo fantasma, aunque no tenía nada de la apariencia etérea que se asociaba comúnmente a los fantasmas; más bien, parecía el espectro como el del Niño Fantasma, tan tangible como si estuviera presente físicamente.
La sorpresa la invadió mientras mantenía la mano en la puerta, cerrándola rápidamente para evitar un encuentro incómodo. Se apoyó en la puerta, intentando procesar la extraña presencia de Tom Riddle. Mientras tanto, las chicas que iban a salir de su dormitorio se aproximaban, y Maxine se apartó para permitirles el paso. Sin embargo, no deseaba encontrarse cara a cara con ese tonto.
A pesar de que Tom Riddle ya la había visto, ella optó por permanecer cerca de la puerta, quedándose dentro de su habitación.
Tom apareció de manera súbita dentro del dormitorio, tomando por sorpresa a Maxine. Aunque su instinto le dictaba enfadarse, él rápidamente colocó un brazo contra la pared, creando una sensación de acorralamiento, aunque solo fuera para comunicarle algo. —Ahhh, Maxine...—, musitó con una pequeña sonrisa que se formó en sus labios, deleitándose con la sorpresa en el rostro de la joven. Inclinándose más cerca de ella, sus ojos azules oscuros se encontraron con los de Maxine, una intensidad que resultaba casi aterradora.
La habitación, que antes era un espacio cotidiano, ahora parecía cargada de una atmósfera tensa y misteriosa. Los objetos familiares de Maxine, desde su escritorio hasta la rosa en él, parecían tomar un matiz diferente bajo la presencia inesperada de Tom Riddle.
El rostro de Tom parecía inquietantemente cercano, revelando cada detalle de sus facciones: el mentón afilado, la nariz recta y una boca que siempre portaba una débil sonrisa. Sus ojos, de un azul profundo, tenían un aspecto hipnótico, como si estuvieran penetrando a través de ella para explorar el fondo de su alma.
Maxine, con las mejillas sonrojadas, se sintió ligeramente atrapada por la presencia intensa de Riddle. Aunque deseaba decir algo, la presencia de otras chicas en el pasillo le hizo contenerse para no causar alarma, así que simplemente lo observó.
La voz de Tom Riddle resonaba suavemente y de manera persuasiva mientras se aproximaba. —Por favor, no me ignores...—, susurró, su aliento cálido rozando la oreja de Maxine, creando una sensación extraña que le enviaba escalofríos por la columna vertebral. Hablaba en un tono tranquilo y casi seductor, lo que complicaba la posibilidad de apartarse. Aunque Maxine sentía la urgencia de gritar o empujarlo, el temor de que, al tocarlo, pudiera descubrir que él sí era tangible la detenía. En su lugar, optó por escabullirse debajo de su brazo, mostrando su enojo. La posibilidad de que Tom Riddle pudiera ser tocado se antojaba más aterrador que tenerlo cerca.
Decidida a evadir la presencia inquietante de Tom, Maxine se dirigió a su cama para revisar su celular. Aunque sabía que debía bañarse, la proximidad del chico complicaba cualquier tarea. Fingió demencia al percatarse de Daphne Greengrass aun en el fondo de la habitación, ocupada ordenando su mochila, ignorando completamente la situación.
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Editado: 18.02.2024