Fue un jueves cuando Maxine se despertó con la renuencia palpable, como si cada parpadeo fuera una pequeña batalla. Desde su escritorio, un personaje conocido por el lector, pero aún envuelto en misterio para Maxine, la observaba. Estaba allí, casi aburrido, casi curioso, con una mirada que se posaba sobre ella. Al notar su presencia, la joven, en un intento de evitar el contacto visual, se tapó la cara con las sábanas. Aunque él parecía aburrido, con los brazos cruzados y una apariencia aparentemente inocente, cualquiera que no lo conociera diría que parecía buena gente.
Al percatarse de que Maxine había despertado, Tom Riddle enderezó su postura, mostrando signos de nerviosismo al encontrarse con la mirada de ella. Su atención se desvió, como si buscara algo más seguro en la cajita de música que descansaba en la mesita de noche. —Estaba viendo… ¿Por qué tienes una cosa así? —preguntó, con una expresión de curiosidad en su rostro. Siempre le intrigó que la gente tuviera objetos tan triviales para entretenerse. Sus ojos se posaron en la caja de música por un momento antes de volver a encontrarse con los de la joven.
—Así que ahora estás despierta…
Maxine se volteó en la cama, aparentemente ignorando la presencia que la había saludado. Sin embargo, una sutil sonrisa se dibujaba en su rostro, como si hubiera esperado algunos días para volver a encontrarse en este lugar. Aunque sentía emoción, Maxine no quería dejar que Tom notara su entusiasmo. Cuando finalmente intentó girarse para responder, quizás en voz baja, se dio cuenta de que él ya no estaba. Sentada en la cama, se frotó los ojos y, al voltearse hacia el lado derecho...
—¡BUU!— Tom apareció a escasos centímetros de su cara, asustándola con una sonrisa siniestra. Parecía un poco alegre. —Oh, ¿te asusté? — dijo con una sonrisa, su voz suave y baja.
—¡No hagas eso! — exclamó Maxine en voz alta, mientras Tom observaba de reojo a las compañeras de habitación de ella.
—Maxine, ¿con quién hablas? —se quejó Pansy Parkinson, apenas abriendo los ojos desde su propia cama.
Maxine tosió, y en voz baja, le comentó que su búho la estaba picoteando, quizás la excusa más fácil que pudo inventar en el momento. Mientras tanto, Tom observaba diverdo mientras daba la vuelta a su cama para salir por la puerta, dejando tras de sí una mirada sospechosa y molesta de la joven.
Cuando todas se levantaron, Maxine encontró en su escritorio el reloj de Tom una vez más. Aunque lo miró con cierta molestia, al mismo tiempo, se percibía un berrinche interno en su expresión mientras movía indecisa su pie derecho. Al final, cedió a sus impulsos y tomó el reloj de Riddle, guardándolo en el bolsillo de su túnica. Había razones detrás de esa decisión: una de ellas, evitar abrir el cofre donde guardaba el guardapelo; sus compañeras estaban presentes, y en especial Daphne Greengrass, siempre curiosa, podría hacer preguntas incómodas al respecto. Otra razón, el instinto, que la llevó a resguardar el objeto en su posesión.
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Al salir al pasillo y llegar a la sala común, Maxine se recreó viendo a sus compañeros reunidos de nuevo. Se acercó a la ventana, donde los peces nadaban tranquilamente, y se apoyó en una columna con una libreta, como si estuviera ocupada anotando algo de gran importancia. A lo lejos, divisó a Draco Malfoy juntándose con sus amigos, Gregory Goyle y Blase Zabini. Parecía más animado de lo habitual y hasta se permitía bromear con ellos.
El corazón de Maxine se llenó de alegría al verlo desde su posición. Estaba feliz de tenerlo de vuelta y aún más contenta al notar su buen humor. Intentaba no ser demasiado evidente al respecto, desviando la mirada de vez en cuando, pero ¿y si un día no pudiera verlo más? Estaba dispuesta a que cada segundo sus ojos se posaran en él, rogándole al tiempo que se detuviera. Draco no la notaba a esa distancia. Después de un rato, no pudo contener la emoción y derramó algunas lágrimas, pero eran lágrimas de felicidad. ¿Acaso estaba siendo exagerada? ¿No era natural sentirse así al ver a la persona que uno aprecia feliz?
Mientras todo esto ocurría, otro personaje hizo su entrada, provocando solo un suspiro por parte de Maxine, ante la interrupcion repentina. —Buenos días Maxi... —Adrian Pucey se detuvo al notar los ojos llorosos de ella—. Espera, ¿por qué estás llorando? ¿Pasó algo?
—Oh, no, solo recordé algo, no es nada triste —se limpió las lágrimas riendo y le sonrió, aunque aún podía ver a Draco detrás de Adrian. Volvió a dirigir su atención a Pucey.
Él sonrió, —Me pregunto qué será ese recuerdo —volvió a sonreír y extendió su mano, entregándole una rosa—. Para... que, bueno, no llores, ¿sí?
Maxine, sorprendida pero tomando la rosa, pensó: "Adrián... ¿Tú eres el que deja rosas? ¿Eres... tú?" Sin embargo, al mismo tiempo, no quería preguntarle directamente. Temía que, en caso de que él negara ser el misterioso admirador, pudiera sentirse mal o incluso ponerse celoso. Así que simplemente lo dejó estar. Adrian estaba siendo tan directo, ¿desde cuándo?
—Voy... a guardarla en la habitación —avisó a Adrian, quien solo asintió. Maxine echó un último vistazo a Draco y se dirigió a su cuarto.
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Dejó la rosa de Adrian en el florero junto a la anterior, que ya se estaba secando. Era diferente; la rosa de Adrian tenía un capullo más cerrado. Antes de cerrar la puerta e irse, el florero de vidrio cayó y se partió en mil pedazos.
—¡Ah! Eres un... inmaduro —dijo enojada, acercándose al escritorio y pensando que podría ser obra del ser malvado. Se agachó para recoger los trozos de vidrio y ponerlos en el tacho de basura, cortándose un poco el dedo índice. Se sentó en el suelo—. Ah, quieres verme lastimada —trató de culparlo, aunque sabía que era su propia torpeza.
Al curarse el dedo, tomó un trapo para limpiar el agua del suelo. Mientras pasaba el trapo, los zapatos de Riddle aparecieron ante ella, él sentado en la cama. Maxine solo lo miró molesta e hizo como si no estuviera allí.
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Editado: 18.02.2024